CAPÍTULO 4

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PASTELES Y DEMONIOS

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Francia, 1793.

La guillotina estaba lista, limpia y nueva esperando ser usada. Todos en plaza pública para poder presenciar la invención que había llegado desde la capital, he oído hablar de ese instrumento tan innovador por primera vez hace años, era un espectáculo. Me camufle entre el gentío exaltado esperándola. Una chica, simple criada, fue sorprendida intentando robar la corona de una condesa muy importante, y según dicen, no era la primera vez que lo hacía, las joyas de varias mujeres de alta sociedad habían desaparecido y todos los robos se la atribuían sin pruebas.

Pecado... robar era pecado, mamá habla mucho de ellos, de los pecadores... siempre con su crucifijo en la mano mientras lee la palabra de Dios con pasión y odio hacia esos seres humanos. Pero ella era tan solo una niña de 16 años, y verla caminar a su sentencia final me llenaba de tristeza.

Su rostro era duro, no parecía haber tenido una corta vida, se refleja un ímpetu extrañamente viejo. Su cabello enmarañando con la putrefacción negra de los calabozos no impidió que alzara la cabeza ante los presentes y esboza una de las sonrisas más tranquilas que una condenada a muerte podría mostrar, causando una oleada de gritos ahogados. Encarcelaron su cuello y manos en esa máquina impecable para no pudiera escapar. Todos los presentes comenzaron a murmurar la falta de decencia que tenía al no quitar la sonrisa.

—Reza, hija mía, para que Dios se apiade de su alma corrompida— Dijo mi madre, entregándome el crucifijo de plata, con sus manos temblorosas y enferma. Solo pude asentir, aparentándolo contra mis dedos, la oración grabada en la punta de mi lengua salió por si sola de mis labios, esperando que ella lo escuchara y sintiera paz, aunque no la necesitara.

Me siguió, sus labios se movieron, como si orar conmigo, pronto mi voz se debilito. Sus ojos pardos observan con dedicación mi boca, la detallaba, con un brillo de diversión en ellos. Mil mariposas revoloteaban en el centro de mi vientre, al ver que estaba a un solo suspiro de pronunciar mi nombre: Am... Entonces el verdugo lo hizo, soltó el resorte, sin titubearlo un segundo. Se escuchó un grito monstruoso, no humano, tampoco animal, mas parecido como fuera de la naturaleza.

Deje caer el crucifijo viendo que la cuchilla había caído, pero el cuerpo no se encontraba ahí. Los ojos voltearon sobre mis hombros. Desde la entrada de la plaza, estaba ella, la condena muerte, su cabello rojo intenso parecía irreal, brillaba como el fuego. Caí en cuenta, estábamos atrapados como ratones, no faltaba uno solo del pueblo. La contempló tranquila, en control, poderosa. Sonrió abriendo ligueramente la boca, esa voz fuerte, rompió nuestra sorpresa de verla viva, y el pánico se apodero de la multitud. Y aunque estaba a metros de distancia, sus palabras resonaron en cada rincón del lugar.

—Les presento a mi familia— Dos mil sombras negras de diferente tamaño y forma aparecieron de golpe detrás de ella, que la consumieron en instante, protegiéndola, y abalanzándose sobre nosotros, envolviéndonos en una neblina negra y espesa. Intente llamar a mamá, pero mi voz se perdía en los gritos de dolor de mi pueblo. De pronto, la vía, mi madre estaba dos metros sobre el suelo, una fuerza mayor e invisible la sostenía, hasta que, su cuello se rompió, cayendo, muerta y fría, sin una sola gota de sangre en su cuerpo. Quien diría que ese destino también era el mío, y que mi vida seria arrebatada por unos ojos azules.

New Orleans, actualidad.

DIANA FAVRE

Soltó la mezcla de hotcake encima de la plancha caliente, y esbozó una sonrisa de satisfacción al ver que su quinto intento no se incendió.  Volteé otra vez a los chicos, Jessica estaba completamente seria observando como el intruso se adueñó de nuestra cocina sin permiso.

Crown Onyx [2]Where stories live. Discover now