𝕮𝖆𝖕𝖎𝖙𝖚𝖑𝖔 𝖚𝖓𝖔

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Rosalie se quedó mirando su reflejo en el espejo de su habitación mientras se ponía el collar que sus padres le habían regalado en el último cumpleaños que había pasado con ellos. Los recordó una vez más, sin poder evitarlo, porque toda la casa estaba llena de recuerdos suyos. Su padre, Corvus, era un hombre al que no había visto sonreír más de un par de veces, tenía unos ojos verdes idénticos a los de ella y siempre vestía de negro. Su madre, Callidora, era una mujer muy hermosa, y Rosalie había heredado en gran parte esa belleza, así como el carácter fuerte y ese firme propósito de no rendirse nunca. La llegada de Marcus, su hermano menor, la devolvió al presente.

—No vayas, Rosalie —le dijo, con evidente preocupación—. Por lo que más quieras, no vayas.

Ella se volvió para mirarlo y frunció el ceño.

—¿Y por qué se supone que no debo ir? —preguntó.

Marcus se puso todavía más nervioso.

—No puedo decirte, pero es muy peligroso que vayas, algo muy malo podría pasarte.

Rosalie lo miró como si se hubiera vuelto loco de repente.

—Mi trabajo es peligroso, Marcus, lo hemos sabido desde siempre, y no puedo faltar solo porque tú me lo pides.

A pesar de que su tono fue más bien compasivo, nada conseguía calmar los temores de Marcus, que estaba al tanto de lo que sucedería ese día. Tras él, apareció Flora, la otra hermana de Rosalie. Marcus y Flora eran mellizos, estaban terminando sexto año en Hogwarts y les faltaban a pocas semanas de cumplir diecisiete años.

—No le hagas caso —dijo Flora, con el mismo tono que usaba para hablar de su hermano, como si fuera un bicho raro imposible de comprender—, es solo paranoia suya.

En realidad, Marcus tenía sus razones para estar tan preocupado y para tratar de impedir que su hermana fuera a trabajar precisamente ese día, pero no podía decirlas. Rosalie sacó una capa del armario y salió de la habitación. Iba bajando las escaleras, cuando pensó en él. Tom Riddle era como un eco del pasado, que siempre regresaba cuando ella estaba casi segura de haberlo olvidado. Mientras tanto, sus hermanos hablaban en susurros en el segundo piso.

—Rosalie debe saber de los malos pasos en los que andas —decía Flora, a modo de reproche.

—Si le dices algo sobre mí, no dudaré en contarle lo que tú le ocultas —replicó él, en un contundente tono amenazante—. A ambos nos conviene quedarnos callados, o ella se sentirá muy decepcionada, después de todo lo que ha hecho por nosotros.

Cuando sus padres murieron, Rosalie tomó su lugar, y se hizo cargo de sus hermanos, estando al pendiente de su educación y de cualquier cosa que pudieran necesitar. Pero en cuanto ella había salido de Hogwarts y había iniciado el curso de auror, ellos habían comenzado a guardar secretos, y lo que le ocultaban podría catalogarse como cosas graves que ella ni siquiera sospechaba.

Antes de salir, Rosalie se despidió de sus hermanos dándole un beso en la mejilla a cada uno. Le encargó a Giggly, el elfo doméstico, que se asegurara de que los chicos comieran bien, y luego se fue.

A pesar de que la organización conocida como los mortífagos, no llevaba mucho tiempo atemorizando al mundo mágico, ya era del dominio público que Tom Riddle, más conocido fuera de su círculo más cercano como Lord Voldemort, era una amenaza, un mago oscuro en ascenso. El ministerio había entrado en alerta, de manera que había contratado a todos los que estaban cerca de completar el curso de auror, entre ellos estaba Rosalie. Ella había contribuido a capturar a un par de los mortífagos considerados como más peligrosos, y serían trasladados a Azkaban precisamente ese día. Los aurores hicieron una formación perfectamente alineada con el fin de poder defenderse en caso de un ataque, y se dispusieron a volar hacia la prisión.

A mitad de camino, aparecieron los mortífagos y tuvo lugar un fuerte enfrentamiento. Mientras esquivaba maldiciones y lanzaba hechizos defensivos, Rosalie recordaba lo que le había dicho su hermano esa misma mañana, pero no comprendía por qué él podía saber que su vida corría peligro.

—Recuerda las órdenes que recibimos —le dijo uno de los mortífagos a otro, que se disponía a lanzarle una maldición a Rosalie.

En lugar de atacarla, se le lanzó encima, y los dos iniciaron una caída libre hacia el suelo que se encontraba a muchos metros de distancia. Mientras caían, tuvieron un violento forcejeo, que dio como resultado que Rosalie perdiera su varita. Lo siguiente que sintió, fue cómo aquel mortífago se desaparecía con ella.

«Ya está aquí —pensó Tom, pero intentó no parecer demasiado emocionado».

Rosalie abrió los ojos y se encontró en medio de un bosque, rodeada de una espesa vegetación. Sin decirle nada, quien la había llevado la tomó con brusquedad del brazo y la llevó casi a rastras hacia una pequeña cabaña que había a escasos metros de distancia.

No había visto a Tom desde el día que habían dejado Hogwarts, casi cuatro años atrás, pero había escuchado muchas cosas sobre él. En cuanto entró en la cabaña y lo vio, se quedó sin aliento.

«Parece que cada vez se pone más guapo —pensó, e intentó ocultar su admiración».

Pero recordó de repente las circunstancias en las que estaban. Se suponía que él y sus seguidores eran sus enemigos. El mortífago se adelantó y le entregó a Tom la varita que le había quitado a Rosalie. Él solo asintió y se quedó mirándola de arriba abajo, recorriendo su cuerpo con la mirada, muy despacio. Ella no se intimidó, en lugar de ponerse nerviosa, hizo lo mismo con él.

—¿Qué demonios significa esto, Riddle? —le preguntó, queriendo saber de una vez si iba a matarla, que era lo más probable— ¿Es que te vas a encargar personalmente de mí?

—¿Cómo se atreve a hablarle a mi señor de esa manera? —intervino el mortífago, bastante indignado.

—Fuera de aquí ahora mismo —le dijo Tom, sin levantar la voz, pero con mucha frialdad—. Este asunto lo tengo que arreglar a solas con ella.

En cuanto se quedaron a solas, Rosalie dio un paso hacia él, intentando aparentar seguridad en sí misma, aunque sentía que estaba muy cerca de la muerte.

—¿Ahora sí vas a matarme? —preguntó.

—No, no lo voy a hacer —respondió él, con toda calma.

Ella frunció el ceño, sin comprender por qué la habían llevado con él.

—¿Entonces me vas a dejar ir así como así?

—Yo no he dicho eso. Tampoco voy a dejarte ir.

—¿Sabes que eso es secuestro?

Él se encogió de hombros.

—Llámalo como quieras, al final no te vas a querer ir.

«Yo prefiero llamarlo: única oportunidad de que caigas rendida a mis pies —pensó él».

𝓥𝓮𝓷𝓮𝓷𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora