𝕮𝖆𝖕𝖎𝖙𝖚𝖑𝖔 𝖛𝖊𝖎𝖓𝖙𝖎𝖔𝖈𝖍𝖔

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—¿Cómo que está desaparecida? —preguntó Tom, levantando mucho la voz y golpeando la mesa con la palma de la mano.

—La señorita Prewett escapó de San Mungo y nadie sabe a dónde fue, mi señor. No hay ningún tipo de información sobre ella.

Tom quería creer que estaba furioso, aunque muy en el fondo sabía que en realidad, tenía miedo. Sabía que Rosalie estaba muy grave, y pensar en que podría estar por ahí, en cualquier lugar, corriendo peligro de muerte, le hacía sentir algo indescriptible, pero insoportable y muy desagradable.

—¿Y Marcus? —preguntó.

—De él no sabemos nada. Pero lo más seguro es que siga en San Mungo, custodiado por los aurores.

«¿Ahora cómo voy a encontrarla? —se preguntó— necesito saber que está bien. Si la pierdo para siempre, no sé qué haría».

No quería pensar ni por un segundo en cómo sería todo si no volviera a ver a Rosalie, de manera que se enfocó en hallar la forma de encontrarla. Hasta ese momento, no había sabido lo que era querer a alguien tanto, que temes perderlo, pero lo comprendió y fue todavía más consciente de la magnitud del amor que Rosalie había inspirado en él. De repente recordó a Flora. Todo lo malo que le sucediera a Rosalie era su culpa y él lo sabía. No era de esas personas que perdonan fácilmente y odiaba a Flora por entrometerse en su relación con Rosalie. No iba a desaprovechar ninguna oportunidad de vengarse de ella. Si hasta el momento no lo había hecho, era simplemente por evitar tener problemas con Rosalie.

—Necesito que averigüen dónde demonios está Marcus —ordenó.

En cuanto los mortífagos se desaparecieron para cumplir con sus órdenes, Tom buscó en el bolsillo donde guardaba la varita y sacó el collar de Rosalie. Mientras observaba el objeto brillante, pensaba una y otra vez en lo sucedido durante los meses anteriores, recordaba cada momento vivido junto a ella y esperaba que no llegara el día en que se convirtiera en solo un hermoso recuerdo del pasado. Tenía que estar con vida, en alguna parte, y él tenía que encontrarla y tenerla de nuevo a su lado. Se levantó y fue a buscar una capa, tenía que ir a ajustar cuentas con Flora, no pensaba dejar eso así. Se desapareció para aparecer en casa de Rosalie.

Flora no tenía ni idea de qué había pasado con sus hermanos, pues no tenía a quién preguntarle, y Arthur se negaba a hablar con ella, no respondía sus cartas y cuando iba a buscarlo a su casa, ni siquiera le abría la puerta. Comenzaba a darse cuenta de la dimensión del error que había cometido, y Tom estaba ahí para hacérselo saber.

Cuando lo vio en la puerta, estuvo a punto de caerse del sillón donde estaba sentada. Había escuchado todo lo que se decía de él, y no le causó ninguna buena impresión verlo en su casa. A pesar de eso, se esforzó por aparentar serenidad y parecer impertérrita. Se levantó despacio y con mucho esfuerzo, le sostuvo la mirada.

—¿Qué hace usted aquí? —preguntó, cuidándose de que no pudiera percibirse en su voz ningún rastro de miedo— Rosalie no está en casa.

—Por supuesto que sé que Rosalie no está aquí —respondió Tom, y se acercó un par de pasos—. En donde sea que esté ahora, está corriendo peligro, ¿sabes por qué? Por tu maldita culpa. Si hubieras mantenido la boca cerrada, nada de esto estaría pasando.

Flora se sorprendió al escuchar aquellas recriminaciones, pero sabía que tenía razón. A pesar de eso, no estaba dispuesta a aceptar su culpa.

—¿Ahora viene a culparme a mí? Usted tiene mucho más la culpa. Si la hubiera dejado en paz, ella seguramente estaría casada con Arthur ahora, estaría feliz y a salvo, pero prefirió llevársela a la fuerza y valerse de no se qué medios para que cayera en sus garras.

—¡Ella nunca quiso a ese sangre sucia! Ahora me quieres culpar porque en el fondo sabes que todo es tu culpa. Si cuando descubriste nuestra relación te hubieras quedado callada, porque no era tu problema, Rosalie estaría bien. Pero preferiste contarle al sangre sucia. Ahora, si la encuentran primero que yo, la van a llevar a Azkaban.

—¡No la llevarían a Azkaban si no tuviera nada que ver con usted! Si hubieran guardado sus distancias, ella estaría a salvo. Admita que le arruinó la vida. Todo eso que ha pasado entre ustedes, nunca debió suceder.

Tom no era famoso por su paciencia, y en esos momentos, al escuchar lo que Flora le estaba diciendo, perdió por completo su poco autocontrol. Rápidamente sacó la varita del bolsillo y le apuntó.

—¡Ya cierra la maldita boca! —gritó— ¡Crucio!

«¿Qué demonios vio Rosalie en él? —se preguntó Flora, mientras intentaba soportar el dolor de la maldición— ¿Cómo puede estar tan enamorada de alguien así?»

Mientras tanto, Tom se planteaba matarla de una vez, pero lo pensó mejor. En esos momentos era mucho más urgente encontrar a Rosalie, y le parecía suficiente con el daño que le había causado a Flora, de manera que se detuvo.

«Ahora sí van a saber realmente quién soy yo —pensó, mientras guardaba la varita en el bolsillo y le dirigía una última mirada a Flora, que estaba en el suelo, muy adolorida y sin poder levantarse—. Voy a encontrarla en donde sea que esté, y si alguien intenta hacerle daño, lo mataré sin pensarlo un segundo».

𝓥𝓮𝓷𝓮𝓷𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora