𝕮𝖆𝖕𝖎𝖙𝖚𝖑𝖔 𝖔𝖈𝖍𝖔

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En los veintiún años de vida que tenía, Rosalie nunca se había sentido tan confundida. La atormentaba profundamente solo pensar en Arthur, aunque lo hacía muy de vez en cuando. 
Arthur sufría imaginándose las horribles torturas a las que Tom estaría sometiendo a Rosalie, aunque nada de eso podía catalogarse como tortura, porque él no le había hecho nada en realidad. A Rosalie le gustaba Tom cada vez más, y cada día que pasaba cerca de él, solo empeoraba las cosas, hasta tal punto que sentía que no había vuelta atrás. Lo que más le asustaba, es que a veces parecía que solo era algo físico, algo que podía pasar como deseo, pero otras veces parecía ser otra cosa, algo que tenía que ver con sentimientos. Definitivamente, ella no quería sentir nada por él. Si se enamorara sería algo terrible. Desde todo punto de vista eso no podía ser. Había estado a punto de pedirle que la dejara irse, creyendo que si ponía distancia entre ellos de nuevo, todo volvería a estar bajo control, aunque en el fondo sabía que esos eran intentos inútiles, en realidad no quería irse, y ya sabía que la distancia no funcionaba, porque había pasado años sin verlo y sin embargo seguía sintiendo lo mismo. Aunque se negaba a admitirlo, ya no podía deshacerse de lo que sentía, eso no tenía ninguna solución.

Rosalie salió a caminar por el bosque, pensando en que tal vez eso la ayudara a aclarar su mente. El aire fresco la hizo sentirse un poco mejor, aunque no sabía qué hacer con esa horrible sensación de que lo que sentía por Tom estaba mal, que era algo que no debía ser. A pesar de que no estuvieran físicamente juntos, y de que ella no lo amara, seguía estando comprometida con Arthur, y eso era lo que más le preocupaba. Intentaba no acercarse mucho a Tom porque sabía que en cualquier momento podría perder su autocontrol, y le sería infiel a ese pobre chico que no había hecho más que amarla. Pero Tom era como una tentación andante, además de que estaba decidido a seducirla, y no tenía que hacer mucho esfuerzo en realidad. Rosalie se odiaba por sentirse débil, por tener tantas ganas de besarlo, y de otras cosas que no se atrevería a decir en voz alta. Había comprendido que aquella relación con Arthur había sido un error, algo que no debía haber sucedido jamás, pero todavía no había terminado, y se sentía en la obligación de respetarlo, ya que no lo amaba. Así que se obligaba a sí misma a mantener sus distancias y ni siquiera tocar a Tom, aunque eso fuera todo lo que quería hacer. Estaba perdida en todos esos pensamientos, mientras vagaba entre los árboles sin darse cuenta de nada, cuando Tom se apareció frente a ella.

—Casi me matas de un susto —dijo, poniéndose la mano sobre el pecho porque la repentina aparición de Tom la había asustado.

—¿Cómo te puedes asustar al verme cuando soy tan guapo? —preguntó él, con fingida indignación.

Ella lo miró mal.

—Fue porque apareciste de repente.

Él la miró alzando las cejas.

—¿Es que pensabas irte o qué?

Ella negó con la cabeza.

—¿Y cómo crees que me voy a ir si no tengo ni idea de dónde demonios estoy? Además, ni siquiera me has devuelto mi varita, y yo no pienso andar por ahí así, cualquier cosa podría pasarme y sería toda tu maldita culpa.

Tom había pensado en devolvérsela, pero sabía que tan pronto se la diera, ella podría desaparecerse, y aunque odiaba siquiera pensarlo, no quería que se alejara de él. Pero en esos momentos estaba dispuesto a correr el riesgo. Durante todos esos días, la había guardado en el bolsillo junto a la suya, así que la buscó y la sacó para entregársela. Ella lo dudó un poco antes de tomarla. La sensación de alegría al volver a tener su varita en la mano después de todos esos días, fue indescriptible.

—Para que no digas que soy malo contigo —dijo Tom.

Ella sonrió, y se le acercó para darle un beso en la mejilla.

—Gracias. Ahora sí me voy.

Él se asustó un poco al oír eso, pero intentó que no se notara.

—¿De verdad te vas a ir? —preguntó, alzando las cejas.

Ella no quería decirle que en realidad se iba a quedar porque quería seguir teniéndolo cerca, así que prefirió mirarlo a los ojos, y responderle con otra pregunta.

—¿Por qué me trajiste aquí? A mí me parece que... cuando estábamos en Hogwarts no me prestabas mucha atención, y pasamos todo ese tiempo sin saber nada el uno del otro, pero de repente se te ocurre decirle a tus mortífagos que me traigan contigo, ¿por qué?

Tom respiró profundo, y se preparó para explicar eso de la mejor manera que le fuera posible, aunque no tenía idea de cómo.

—Yo siempre te he prestado atención, Rosalie —respondió—, más de la que tú crees. Yo sé que esto fue algo muy loco, que prácticamente te secuestré, tal como dijiste cuando llegaste, pero solo lo hice porque... porque desde que te conocí no he dejado de pensar en ti ni un solo día.

Ella sintió que le temblaban las manos, nunca hubiera pensado que no le fuera indiferente. Trató de recordar algún momento en el que le hubiera parecido que él realmente le prestaba atención, pero no lo recordó, porque él no era como todo el mundo, y no dejaba notar nada de lo que pensaba o sentía. Rosalie siguió mirándolo en silencio, sin saber qué podría decirle. Él se apartó un mechón de su cabello oscuro ligeramente ondulado, que le caía sobre la frente, y pensó en algo más para decirle.

—Creo que no puedo obligarte a que sigas aquí, más de lo que ya lo he hecho, así que si quieres... —le dijo, con voz suave.

—Gracias por devolverme mi varita —lo interrumpió ella—, pero no voy a irme por una sencilla razón: porque no quiero.

Él sonrió, y ella pudo ver que en cierta forma le había aliviado escuchar eso. En silencio, Rosalie tomó una decisión, que lo cambiaría todo.

𝓥𝓮𝓷𝓮𝓷𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora