𝕮𝖆𝖕𝖎𝖙𝖚𝖑𝖔 𝖙𝖗𝖊𝖘

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Rosalie se quedó mirando a Tom sin saber qué hacer. Tal como le había dicho, tenía una vida que no podía dejar abandonada por quedarse allí con él, por muy tentador que sonara eso. Dio media vuelta y salió por la puerta por donde había entrado. Frente a la cabaña había un lago, sus cristalinas aguas reflejaban un cielo azul casi desprovisto de nubes, sobre el que brillaba un sol primaveral. Era un lugar bonito, había que reconocerlo, pero ella tenía que encontrar la manera de salir de ahí y regresar a su casa. Pero ¿Cómo? Lo primero que tenía que hacer, era recuperar su varita. Pensó y pensó, hasta que se le ocurrió algo.

Solo volvió a entrar en la cabaña cuando ya se había hecho de noche. En la pequeña sala no había más que un sofá y un sillón. Tom estaba sentado en el sofá escribiendo una carta en una hoja de pergamino, que apoyaba sobre un grueso volumen de artes oscuras. Estaba tan concentrado en su escritura, que no se dio cuenta de la presencia de Rosalie. Ella se quedó observándolo en silencio, recordando los lejanos tiempos en los que lo miraba furtivamente durante las clases, o en el gran comedor, o en la biblioteca, o en la sala común de Slytherin, o en cualquier parte donde lo encontrara.

«Tal parece que siempre he sido una maldita acosadora —pensó».

Tom puso el punto final y levantó la mirada del pergamino para encontrarse con los ojos de Rosalie. Desde la primera vez que los había visto, pensaba que eran como un par de esmeraldas, hermosos y brillantes, pero no le dejaban ver lo que ella sentía en realidad por él. Enrrolló la carta sin dejar de mirarla, y se levantó despacio del sofá.

—Al menos habrás pensado en dónde se supone que voy a dormir, ¿no? —le dijo ella.

En realidad, él no había pensado en nada de eso, todo lo que le preocupaba era volver a verla. Pero no pensaba dejarle notar que estaba en lo cierto.

—Puedes dormir conmigo —le respondió.

Ella negó rápidamente con la cabeza.

—Voy a dormir en el sofá.

Él se encogió de hombros, tampoco esperaba que fuera a decir que sí.

—Solo te advierto que te va a doler el cuello.

A ella le parecía más soportable el dolor en el cuello que la incomodidad de dormir en la misma cama que él.

«¿Quién podría dormir con semejante hombre y que no pase nada? —se preguntó— es imposible».

A pesar de que hacía años que se conocían, para ella seguía siendo como si él fuera casi un desconocido. Además, aunque no lo hubiera pensado ni una sola vez desde que había llegado a ese lugar, estaba comprometida. Mientras ella estaba ahí, Arthur se enteraba de la terrible noticia de que ella había desaparecido, le decían que la habían secuestrado los mortífagos, y que en ese momento debería estar pasándola muy mal, si no la habían matado ya, claro. Pero nadie se imaginaba ni se imaginaría nunca que Tom no pensaba ni había pensado nunca en hacerle ningún daño, no se sentía capaz de eso.

Rosalie esperó despierta, pero con los ojos cerrados, mientras intentaba encontrar una posición en la que no le doliera el cuello. Calculó que era más de media noche y se levantó para ir a la única habitación, a buscar su varita. Se quitó los zapatos para no hacer ni el menor ruido, y avanzó sobre el suelo de madera con todo el sigilo que le fue posible. Respiró profundo y abrió la puerta lo más despacio que pudo. Entró en la habitación y se sintió casi segura de que Tom estaba profundamente dormido. Se quedó casi sin aliento al verlo, y casi olvidó a qué había ido. Cuando recordó que no podía quedarse ahí, o él se daría cuenta, se obligó a acercarse a la mesa de noche. Pero su varita no estaba ahí, y tampoco la de él. Con cuidado abrió el primer cajón, pero estaba vacío.

—No está ahí —le dijo él, sin abrir los ojos—, sigue buscando.

Ella se asustó y dio un salto. Estaba casi segura de que estaba dormido, pero no, en realidad no había dormido ni un minuto, y como suponía que ella intentaría recuperar su varita, había tomado la precaución de ponerla debajo de la almohada, junto a la suya. Ella salió casi corriendo de ahí, e incluso salió por encima del sofá para después detenerse de repente y preguntarse qué era lo que estaba haciendo.

Durmió muy poco, temiendo que a él se le ocurriera matarla mientras dormía, pero él ni siquiera se molestó en levantarse de la cama. Cerró la puerta con un hechizo y se dispuso a dormir sin preocuparse por nada. Rosalie esperó hasta que escuchó el sonido de la ducha, temprano en la mañana, y volvió a entrar en la habitación. Buscó en el armario, primero que en cualquier otra parte, pero no encontró nada más que ropa. Siguió con los cajones restantes de la mesa de noche, pero todos estaban tan vacíos como el primero.

—¿Otra vez en lo mismo, Rosalie? —preguntó Tom.

Ella se asustó de nuevo, y giró lentamente para mirarlo. Él estaba recostado en el marco de la puerta, descalzo y únicamente con una toalla alrededor de la cintura. Sacudió un poco la cabeza, de manera que algunas gotas de agua cayeron de su cabello mojado y resbalaron por su piel, desde los hombros. Rosalie lo miró de arriba abajo, y sintió que se le secaba la boca. Le costaba entender cómo era que podía haber tanta perfección en un solo cuerpo. En cierta forma, le recordaba a esas esculturas griegas y romanas, hechas por las manos expertas de un artista.

Él no dijo nada más, solo se quedó observándola, mientras descubría algo: no le era indiferente. Lo sabía por la forma en que ella lo había mirado cuando entró, y por cómo lo miraba en esos momentos.

«¡Vaya! —pensó—, tengo que quitarme la ropa más seguido».

𝓥𝓮𝓷𝓮𝓷𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮Where stories live. Discover now