𝕮𝖆𝖕𝖎𝖙𝖚𝖑𝖔 𝖈𝖆𝖙𝖔𝖗𝖈𝖊

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—Me falta el sopósforo —dijo Rosalie, en voz alta. Solía hablar consigo misma cuando estaba preparando una poción.

Tom había llegado hacía un rato, pero ella no se había dado cuenta. La observaba en silencio, con una sonrisa radiante que le iluminaba el rostro.

—¿Qué haces? —le preguntó.

Ella se sobresaltó visiblemente, y se puso la mano derecha sobre el pecho.

—Estoy preparando un filtro de amor para darte —respondió.

Él se acercó despacio y la tomó de la cintura para saludarla con un beso.

«Creo que nunca ha necesitado de un filtro de amor —pensó».

—¿Es un filtro de amor o vas a envenenarme? —preguntó, alzando las cejas.

Rosalie sonrió.

—Ninguna de las anteriores —respondió—. Es un filtro de muertos en vida.

—No sabía que tenías insomnio —puso su mejor sonrisa pícara—, pero eso lo podríamos arreglar de otras maneras...

Ella negó con la cabeza.

—Al menos espera a que termine de preparar la poción para comenzar con tus insinuaciones.

Él levantó las manos en un gesto defensivo.

—Solo te digo que tenemos algo pendiente.

Ella lo miró con impaciencia y volvió a centrar su atención en terminar de preparar la poción.

«Parece que todos estos días de besos y manoseos no han sido suficientes —pensó—, ni para él ni para mí».

Resopló y añadió el último ingrediente. Esperó un poco antes de revolver la poción, mientras rogaba mentalmente que hubiera quedado bien hecha. Era parte del plan que tenía por si la encontraban, y sabía que era una poción peligrosa que servía para dormir, pero a veces causaba el sueño eterno. Cuando estuvo lista la puso en un frasco de vidrio y escribió el nombre en un trozo de pergamino, luego la guardó muy bien.

—Ahora sí vamos a terminar lo que tenemos pendiente —le dijo a Tom, mientras se le acercaba.

Él puso una sonrisa radiante, y terminó de quitarse el reloj, pensando desde ese momento en lo que se avecinaba.

A pesar de que faltaba muy poco para el verano, a Rosalie le parecía que estaba haciendo frío, aunque no sabía si era porque estaba un poco nerviosa. Pero en cuanto llegaron a la habitación, los nervios desaparecieron, junto con la preocupación por que Arthur apareciera en cualquier momento, que la atormentaba a menudo, y cualquier otro pensamiento. Para ella no existía en esos momentos nada más que Tom, los besos que le daba y la forma en que recorría su cuerpo, acariciándola con una suavidad que parecía impensable para alguien como él. Ella también lo tocaba, pensando una y mil veces en que le parecía perfecto, como creado por la mano prodigiosa del mejor de los artistas. Y como les pasaba casi todas las noches, la ropa desapareció casi sin que se dieran cuenta, porque les costaba dejar de besarse. Después se acostaron en la cama para seguir besándose y tocándose.

—Abre las piernas —le dijo Tom, en voz baja.

Rosalie sonrió.

—Sí, señor —le respondió, e hizo lo que le dijo.

Tom comenzó a darle pequeños besos del ombligo hacia abajo. Cuando estuvo en medio de sus piernas, se dispuso a saborearla, besándola muy suavemente en aquella parte tan sensible. Ella se estremeció, cerró los ojos y se agarró con fuerza de las sábanas. Luego, él comenzó a mover la lengua sobre su clítoris con una habilidad sorprendente. Iba variando la intensidad, a veces lo hacía más rápido, y otras veces más despacio. Aún entre las descargas de placer que recorrían su cuerpo, Rosalie se preguntaba cómo podía hacer eso tan bien. Después introdujo un dedo, y luego otro, comprobando lo húmeda que estaba. Ella arqueó la espalda y sintió que flotaba en una nube de placer. Él movió un poco los dedos dentro de ella.

«Ahora sí está lista para mí —pensó».

A pesar de que estaba muy ansioso por poseerla de una vez por todas, Tom no lo dejó notar. Se acostó junto a ella y la miró a los ojos.

—Vamos a pasar a lo siguiente, ¿no? —le dijo ella, con la respiración un poco acelerada.

Él no lo pensó dos veces. Llevaba demasiado tiempo esperando y deseando que llegara ese momento, así que se acomodó sobre ella con mucho cuidado. Ella abrió las piernas y le rodeó la cintura con ellas. Él hizo un esfuerzo enorme por introducirse despacio para no lastimarla. Más que sentir dolor, ella sintió un ligero ardor, pero no dijo absolutamente nada, siguió mirándolo a los ojos.

«Soy el único que ha estado dentro de ella —pensó él—. Eso me hace sentirme tan poderoso».

Cuando estuvo por completo dentro, se quedó un momento quieto, para que ella se acostumbrara a su presencia. Luego se retiró un poco y volvió a entrar con mucha más fuerza. Ella se sintió mucho mejor, la sensación de incomodidad despareció, así que comenzó a mover sus caderas. Él cambiaba de ritmo, y sus embestidas se hacían cada vez más fuertes. Ella pensó en que al día siguiente seguramente se encontraría muy adolorida, pero en esos momentos no le importaba, solo podía pensar en que eso se sentía increíblemente bien. Le recorría la espalda con las uñas, rasguñándolo a veces, pero él ni siquiera se daba cuenta en realidad, estaba demasiado concentrado en sus movimientos, y en que sentía que ella contraía su interior cada vez que él entraba.

Ninguno de los dos sabía cuánto tiempo había transcurrido mientras estaban en eso. Después de que acabó, él salió de dentro de ella y se dejó caer a su lado. Pero en cuanto la miró, sintió algo que nunca había sentido, era como un enorme deseo de envolverla en sus brazos. De nuevo se desconoció a sí mismo.

«¿Qué me está haciendo? —se preguntó— yo no tenía sentimientos, o eso creía ».

Odiaba sentir que se había equivocado, porque siempre había creído que se conocía muy bien, pero en esos momentos no sabía qué pensar. Se había engañado a sí mismo creyendo que cuando eso pasara entre ellos, desaparecería todo eso que sentía, pero en lugar de eso, parecía haber empeorado. La seguía deseando, pero también había algo más. Algo mucho menos físico, y que él no quería ni intentar comprender. Ella le sonrió, levantó la mano para acariciarle la mejilla y se acercó para darle un beso. Con solo haber hecho eso, a él le pareció sentir que su corazón saltaba dentro de su pecho, e intentó en vano volver a ser tan insensible como había sido desde siempre. Ninguno de los dos imaginaba que lo que estaba pasando entre ellos trajera consigo tantos problemas.

𝓥𝓮𝓷𝓮𝓷𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora