𝕮𝖆𝖕𝖎𝖙𝖚𝖑𝖔 𝖛𝖊𝖎𝖓𝖙𝖎𝖈𝖎𝖓𝖈𝖔

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Años atrás, Flora se había dado cuenta de que Rosalie escribía un diario, y mientras pensaba una y otra vez en de dónde sacar las pruebas que Arthur le había exigido para creerle, se acordó de eso. Esperó a que Rosalie estuviera en el trabajo para entrar a su habitación y buscar en cada rincón hasta encontrar el diario. Tuvo problemas para poder leerlo, pero después de muchos intentos, lo logró. Allí, Rosalie había escrito sobre sus sentimientos y relatado un poco lo sucedido durante el supuesto secuestro. Flora leyó todo muy rápidamente, pero tuvo que esperar hasta la noche para volver a ir a casa de Arthur.

Cuando Rosalie llegó, Flora iba saliendo, pero no cruzaron palabra, y Rosalie no imaginaba en lo que se iba a convertir su vida a causa de la información consignada en ese diario. Flora llegó al pequeño apartamento en el que vivía Arthur en Londres y llamó a la puerta varias veces antes de que él le abriera. En cuanto supo que era ella, estuvo a punto de decirle que se fuera.

—Tengo las pruebas que me pediste —le dijo ella—, ahora podrás estar seguro de que no estoy mintiendo.

Arthur se sorprendió, pero le indicó con una seña que entrara. Ella ni siquiera lo hizo, solo le tendió el diario. Él lo recibió un poco nervioso, preguntándose qué clase de prueba era esa. La página donde empezaba la parte en la que Rosalie hablaba de Tom estaba doblada en la esquina superior. Arthur abrió el libro con las manos temblorosas, y se dispuso a leer. A pesar de que por momentos, los ojos se le llenában de lágrimas, no levantó la vista ni un segundo, y una horrible mezcla entre ira y decepción, se apoderó de él.

«Durante todos estos años, he estado enamorado de alguien que ni siquiera existe —pensó al llegar al punto final—. Rosalie nunca ha sido lo que yo pensaba que era. Es muy diferente, es otra persona».

Flora se quedó esperando a que Arthur le dijera algo, pero no lo hizo. Cerró el diario de golpe y corrió a su habitación a ocultar el libro en un lugar seguro. Luego volvió a salir y se desapareció en la puerta, dispuesto a ir a hablar con Rosalie, a decirle que lo sabía todo, y a preguntarle por qué se había atrevido a hacer semejante cosa.

Rosalie estaba en su habitación, con Tom. Terminó de cepillarse el cabello y se acostó junto a él en la cama. Él se le acercó despacio para besarla, ella compuso una pequeña sonrisa y acercó sus labios a los de él. Estaban en medio de un apasionado beso, cuando Arthur entró en la casa y subió las escaleras haciendo mucho ruido.

—¡Rosalie! —gritó.

Ella se apartó de Tom y frunció el ceño.

—¿Qué...? —dijo Tom en un susurro.

Rosalie le dijo con una mirada que guardara silencio y en ese momento, Arthur comenzó a llamar insistentemente a la puerta. Flora también había llegado, pero observaba en silencio desde las escaleras. Rosalie le dio un beso en la mejilla a Tom.

—Quédate aquí, ¿sí? —susurró—, por favor no vayas a intervenir en esta conversación.

Él asintió a regañadientes, aunque no pensaba hacerle caso en realidad. Rosalie se levantó de la cama, abrió solo un poco la puerta, salió y la cerró de nuevo para que Arthur no pudiera mirar para adentro. Arthur la miró de una forma en que nunca lo había hecho: con rencor.

—Sé lo que has estado haciendo con él —dijo. Aunque no levantó la voz, su tono denotaba una ira y un dolor infinitos.

—¿Qué? —preguntó ella, aunque ya sabía de qué estaba hablando.

«¿Cómo demonios se enteró? —se preguntó, presintiendo ya la enorme cantidad de problemas que le traería que él lo supiera todo».

Arthur estaba decidido a decirle todo lo que pensaba. Se alejó un paso y la miró, con los ojos llenos de lágrimas.

—Todo eso que nunca quisiste hacer conmigo —respondió, y su voz se rompió un poco—. Es que no puedo creer que hayas sido capaz de engañarme con alguien como él. Como si no supieras la clase de persona que es. No entiendo cómo pretendes ser feliz al lado de alguien que solo sabe hacer daño. No puedes esperar encontrar el amor con alguien que solo se ama a sí mismo. Es incapaz de amarte, y cuando te des cuenta será demasiado tarde.

Desde la habitación, Tom estaba escuchando todo, y no dudó ni un segundo antes de ponerse en pie de un salto y abrir la puerta.

«No voy a permitir que ese maldito imbécil le siembre dudas sobre mí a Rosalie —pensó, decidido a gritar a los cuatro vientos lo que sentía, si era necesario».

En cuanto escuchó el sonido de la puerta abrirse tras ella, Rosalie sintió una angustia repentina, si Arthur veía a Tom ahí, todo empeoraría.

—Siempre había creído que no era capaz de sentir amor —dijo Tom, mirando a Arthur con solemnidad—, pero ella me ha demostrado que puedo amar, e incluso con más fuerza que los demás.

Arthur miró a Tom como si lo que hubiera dicho, hubiera sido lo más cínico que había oído.

—A ella la engañaste con ese cuento, pero a mí no —replicó—. Yo sí sé lo que es amarla. Si soporté todos esos años sin que me dejara siquiera tocarla, fue porque lo que sentía por ella iba mucho más allá de lo físico, era amor. Pero tú... tú solo quieres acostarte con ella. La estás usando, y cuando te canses o encuentres a alguien a quien desees más, vas a dejarla.

—Ahora sí te voy a cerrar la boca para siempre, maldito sangre sucia —Tom sacó la varita del bolsillo y le apuntó—. Tú no sabes nada sobre mí, no tienes ni idea de quién soy. Lo que pasa es que no soportas la idea de que ella haya querido estar conmigo cuando a ti ni siquiera te quiere tener cerca. Pero eso lo vamos a solucionar ahora mismo. Di tus últimas palabras, asqueroso imbécil, despídete de este mundo y de ella.

Rosalie pensó en que no podía permitir que Tom matara a Arthur. Le parecía que eso ya era demasiado, así que se interpuso entre ellos.

-—Tom... déjalo ¿sí? —le pidió en voz baja, mirándolo a los ojos.

Arthur se dio cuenta de la manera en que Tom y Rosalie se miraban y en esa silenciosa complicidad que parecía haber entre ellos. Se fue casi corriendo y pasó junto a Flora, que estaba en el mismo lugar sin moverse ni un milímetro. La golpeó con el hombro, pero ni siquiera se disculpó, solo siguió su camino, dispuesto a todo. Algo había cambiado irremediablemente en él, y ya no había nada de lo que no fuera capaz.

Rosalie se percató de la presencia de Flora. Dejó de mirar a Tom unos momentos para mirarla con todo el desprecio que pudo, convencida de que había sido ella quien le había contado todo a Arthur.

—Te odio —le dijo, con frialdad—. Y sé, por lo que has hecho, que me odias también. De ahora en adelante, estás muerta para mí.

𝓥𝓮𝓷𝓮𝓷𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora