𝕮𝖆𝖕𝖎𝖙𝖚𝖑𝖔 𝖉𝖎𝖊𝖟

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Y como era de esperarse, en cuanto pasó la emoción de ese primer beso, Rosalie se sintió culpable. Era como si hubiera cometido un crimen espantoso. Para soportar aunque fuera en parte el peso de la conciencia, trataba de convencerse a sí misma de que Arthur no se enteraría jamás de lo que había sucedido, además, tan pronto fuera posible, hablaría con él y rompería el compromiso, sin necesidad de decirle nada. Incluso quería ir en esos mismos momentos a buscarlo y ponerle fin a esa relación que no debía haber empezado jamás, pero se dio cuenta de que tendría muchos problemas si aparecía de la nada, completamente ilesa. Comprendió que de regresar a su vida de antes, tendría que inventar una historia lo suficientemente convincente para que en el ministerio no creyeran que tenía algo que ver con los mortífagos, o tendría problemas muy serios. Tendría que hacerle creer a todo el mundo que estaba viva de milagro, convencerlos de que la había estado pasando muy mal y decir muchas mentiras. Tenía la mente hecha un caos, no sabía qué hacer con su vida de ahí en adelante, y cómo hubiera deseado poder quedarse ahí con Tom para siempre. Incluso se planteó fingir su muerte de alguna manera, eso lo haría todo mucho más sencillo.

Como Tom había salido, Rosalie daba vueltas por la cabaña, pensando una y otra vez en qué podía hacer. No había manera de que le creyeran que Tom no le había hecho nada, y que no le atribuyeran eso a que ella tenía algo que ver con él y con su organización criminal. Por otro lado, solo pensar en Arthur la hacía sentirse como si fuera la peor persona del mundo. Prácticamente lo había usado durante todos esos años, creyendo que algún día llegaría a amarlo y se olvidaría de Tom. Había aceptado su propuesta de matrimonio a pesar de que no lo amaba, y además de todo eso, se había atrevido a engañarlo. Estaba pasando una agradable temporada con Tom, mientras el pobre Arthur sufría su ausencia y pensaba que le estaban pasado cosas horribles.

«Soy un asco de persona —pensó—, y lo peor de todo esto es que sé que voy a seguir engañándolo, porque la fuerza de voluntad con la que había resistido durante todos estos días, ya se acabó, y si se me presenta la oportunidad, me acostaría con Tom una y otra vez. Soy una maldita zorra. Me odio».

No recordaba un momento de su vida en el que se hubiera sentido peor. Por eso, cuando encontró una caja llena de botellas de whisky de fuego que bien podían llevar siglos ahí, pues estaban cubiertas de polvo en un lugar oculto en los muebles de la cocina, no lo dudó en tomárselas.

—Con suerte moriré de una intoxicación —se dijo—, así no tendré que pensar en qué hacer con mi maldita vida.

Ni siquiera se molestó en quitarle el polvo a las botellas antes de abrir la primera y beberse la mitad de un solo sorbo. Sentía que le ardía la garganta, pero hizo caso omiso de la sensación, era mucho más soportable que el sentimiento de culpa.

Cuando Tom llegó, la encontró sentada en el sofá, con siete botellas vacías en el suelo a su lado, y diciendo incoherencias.

—Me voy un rato y cuando llego me encuentro con esto —dijo, con fingida seriedad, porque en realidad le daba risa verla—. No puedo dejarte sola porque eres un peligro para ti misma.

Rosalie nunca había bebido tanto en toda su vida. Sentía que la cabeza le daba vueltas, y una vaga sensación de felicidad. Tom sacó la varita del bolsillo e hizo desaparecer las botellas vacías, mientras se preguntaba de dónde las habría sacado, y cómo había sido capaz de beber semejante cantidad de whisky sin desmayarse en el intento. Luego fue a sentarse junto a ella. Una de las cosas que causa el alcohol, es la desinhibición, hace que las personas hagan cosas que estando sobrios no se atreverían a hacer jamás. Rosalie siempre intentaba que Tom no notara lo mucho que lo deseaba, pero en esos momentos, estando en ese estado, no se preocupaba por eso. Con un movimiento muy ágil, que parecía impensable, teniendo en cuenta lo mucho que se había pasado con whisky, se acomodó sobre el regazo de Tom.

—¿Qué demonios...? —preguntó él, frunciendo un poco el ceño.

—No preguntes —lo interrumpió ella—, solo gózalo.

A él le dio risa escuchar eso. Pero ella se le acercó muy rápidamente y lo besó. Mientras el beso se hacía cada vez más apasionado, se le ocurrió mover un poco las caderas contra él. Entonces él advirtió que todo se estaba saliendo bastante de control. A pesar de eso, no dejó de besarla. Comenzaba a excitarse. Hizo acopio de todo su autocontrol, y se obligó a mantener las manos lejos de ella.

«No voy a tocarla. Bebió demasiado y no voy a aprovecharme de eso —pensó».

Entretanto, a ella le pareció mejor besarle el cuello, y siguió restregándose contra él.

—Vamos a la cama —le dijo él, pensando, muy a su pesar, en que era mejor que durmiera. Ella se quedó quieta y sonrió.

—Eso también lo podemos hacer aquí, o en donde sea, pero está bien. Como prefiera mi señor.

Rió, pensando en que había hecho una extraordinaria imitación de la forma en que los mortífagos se dirigían a Tom. Luego se puso en pie, y él lamentó profundamente no poder hacer con ella todo eso que pasaba por su mente. La tomó de la mano y la llevó a la habitación. Tan pronto se acostó en la cama, Rosalie se quedó profundamente dormida. Para evitar hacer todo más difícil, Tom decidió irse a dormir en el sofá, preparándose para el insoportable dolor en el cuello que le esperaba. Todavía sentía que le ardía la piel en donde ella lo había besado, y se preguntó por qué le causaba todas esas cosas tan raras. Se dispuso a dormir, para no pensar en lo mucho que la deseaba.

Cuando Rosalie despertó, era de madrugada, y ya estaba sobria de nuevo, aunque con un dolor de cabeza insoportable y mucha sed. Cuando se dio cuenta de que estaba en la cama, pensó lo peor, pero los recuerdos de lo sucedido llegaron rápidamente a su mente, y la vergüenza fue mucho más grande que la resaca. Se levantó lo más rápido que pudo y fue a buscar a Tom. Lo encontró profundamente dormido en el sofá, así que decidió ir a la habitación, sacar una manta del armario y arroparlo con ella para que no sintiera frío, teniendo mucho cuidado de no despertarlo. Él no se dio ni por enterado. Ella se quedó observándolo en silencio, preguntándose cómo alguien podía verse tan perfecto haciendo algo tan simple como dormir. El cabello oscuro y despeinado le caía sobre la frente, y tenía en el rostro una expresión de paz.

«Tengo que disculparme con él por haberme portado de esa manera —pensó Rosalie, mientras se dirigía a la cocina por un vaso con agua».

𝓥𝓮𝓷𝓮𝓷𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮Where stories live. Discover now