𝕮𝖆𝖕𝖎𝖙𝖚𝖑𝖔 𝖖𝖚𝖎𝖓𝖈𝖊

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Cuando Rosalie abrió los ojos, Tom seguía durmiendo tranquilamente a su lado. Era todavía temprano, así que se acomodó mejor y volvió a cerrar los ojos un rato más. Le parecía que nunca había dormido tan bien en toda su vida. Cuando Tom despertó, se pasó los dedos entre el cabello despeinado y la miró como si todavía tuviera mucho sueño.

—Buenos días —le dijo ella en un susurro.

—Hola —le respondió él.

Ella se levantó lentamente para sentarse en la cama, y tal como lo había previsto, estaba muy adolorida. Hizo caso omiso de la incomodidad y se puso en pie.

—Voy a bañarme —informó.

Tom asintió, pensando en dormir un rato más, aunque siempre había estado acostumbrado a levantarse temprano.

Mientras se enjabonaba el cabello, Rosalie pensaba, una y otra vez en lo que había pasado, y todavía le parecía algo increíble que después de todos esos años en los que no había hecho más que mirarlo de lejos, algo así hubiera pasado. Para ella había significado mucho, y sabía que lo recordaría con mucha claridad hasta el último de sus días.

Más tarde, después de que desayunaron, Rosalie sacó su diario de donde lo guardaba porque tenía mucho que escribir. A pesar del sentimiento de alegría que no se iba, Rosalie presentía que el momento de salir de esa burbuja de felicidad se acercaba. Tenía su plan perfeccionado, así que aprovechó que Tom estaba respondiendo algunas cartas que le habían llegado, y se puso a escribir también, primero en el diario, y luego arrancó un par de páginas para escribir algo más. Aunque él estaba aparentemente concentrado en sus asuntos, miraba de reojo a Rosalie de vez en cuando y se preguntaba qué estaría escribiendo, sin imaginarse siquiera que era una carta para él. Ella no levantaba la vista del pergamino, pero era más que todo para que él no notara que tenía los ojos inundados en lágrimas que le costaba retener. Si bien, no era capaz de decirle todo eso, sí quería que lo supiera, por eso lo escribía, así era mucho más fácil. Recordó de repente las palabras que le había dicho su padre en la última conversación que habían tenido, unas semanas antes de que él muriera:

«No existe sobre la tierra un veneno más letal que el amor. Te hace feliz por un tiempo, pero después te cobra esa felicidad, causándote dolor. Cuando no lo tienes, te mueres por tenerlo, pero después, descubres que no es como esperabas y que lloras más de lo que sonríes. Cómo quisiera que nunca tuvieras que pasar por eso».

Ella se entristeció profundamente.

«Creo que tus advertencias no sirvieron de nada, padre —pensó—, porque el amor ya me envenenó la sangre, e incluso el alma, y no hay nada que hacer ante eso».

Levantó la vista del pergamino para mirar a Tom, y sintió como si algo hermoso e indescriptible se moviera dentro de su pecho. Él dejó la pluma un momento para quitarse un mechón de su cabello oscuro que le caía sobre la frente y casualmente, la miró. En seguida se dio cuenta de que algo le pasaba, y frunció el ceño.

—¿Qué te pasa? —preguntó.

—Nada —respondió ella, y compuso una sonrisa—, es solo que... cada vez que te miro me gustas más.

Él no le creía del todo, y le daba la sensación de que ella le ocultaba algo, pero se las arregló para sonreír y encogerse de hombros.

—Eso es porque cada vez que me miras me veo mejor.

Ella lo miró con impaciencia.

—Muy guapo pero nada modesto.

Un búho entró por la puerta con una carta para Tom. Cuando la dejó caer, él la atrapó en el aire. Después de abrirla, la dejó sobre la mesa y sacó la varita del bolsillo.

¡Revelio! —dijo.

El mensaje estaba escrito con tinta invisible, como la carta que Rosalie estaba escribiendo. En seguida comenzaron a aparecer las letras, y él las leyó en silencio. Ella supo que algo había pasado, por la expresión en el rostro de Tom a medida que iba leyendo.

—Tengo que salir —informó, mientras se ponía en pie y guardaba la varita de nuevo en el bolsillo. Se acercó a Rosalie, y le dio un beso de despedida—. Nos vemos más tarde.

—La advertencia sobra, pero cuídate mucho —le dijo ella, y le dio otro beso.

Él le sonrió, y salió para desaparecerse en la puerta, mientras pensaba en lo extraño que era para él que alguien le dijera algo como lo que ella había dicho. Rosalie siguió escribiendo, y como Tom ya no la estaba viendo, se permitió llorar, y solo secó sus lágrimas con el dorso de la mano después de que puso el punto final. No había terminado de enrollar bien la carta cuando el elfo doméstico se apareció de repente a pocos pasos de ella. Parecía bastante preocupado, y eso hizo que aquel mal presentimiento que tenía desde hacía rato, se hiciera peor.

—Señorita Rosalie, el señor Harlaw la encontró, puede llegar en cualquier momento.

𝓥𝓮𝓷𝓮𝓷𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮Where stories live. Discover now