𝕮𝖆𝖕𝖎𝖙𝖚𝖑𝖔 𝖉𝖎𝖊𝖈𝖎𝖘𝖊̀𝖎𝖘

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Al escuchar eso, Rosalie reaccionó rápidamente, y lo primero que hizo fue entregarle su diario al elfo doméstico.

—Llévalo a casa y déjalo donde estaba, por favor —le dijo.

En cuanto se desapareció para cumplir con su orden, Rosalie tomó la carta que había escrito para Tom, y la dejó en la cama, debajo de la almohada. Después tomó una rápida determinación, se quitó el collar que le habían dado sus padres y lo dejó también allí.

—No sé cuándo vuelva a verlo —dijo—, mientras tanto, quiero que tenga algo mío.

Salió corriendo de nuevo. En todos esos días, no se había quitado el anillo de compromiso, pero en ese momento sí lo hizo, lo tiró al lago con todas sus fuerzas y regresó adentro. Por suerte había trazado muy bien su plan, así que lo siguiente fue simular que en verdad había estado secuestrada todo ese tiempo. Con magia hizo una muy buena imitación de las huellas físicas que dejarían las maldiciones que nunca había recibido. Rompió el vestido en varias partes y lo llenó de polvo para que se viera muy sucio y pareciera que llevaba todos esos días con él puesto.

«Prácticamente me cambié de bando —pensó Rosalie mientras comprobaba que su plan podría funcionar—. Y si los del ministerio lo saben, lo perdería todo. Pero yo no pienso poner ni un pie en Azkaban, antes muerta. Hallaré la manera de librarme, engañaré a quien haya que engañar y recuperaré de alguna forma la vida que tenía. Aunque ya nada será igual, porque no pienso renunciar a Tom».

La incertidumbre por lo que sucedería a continuación, le causaba un dolor en el pecho y una sensación muy desagradable, pero intentó calmarse. Fue por la botella donde había puesto el filtro de muertos en vida, se la bebió toda de un solo sorbo y se dejó caer en el suelo de la sala.

Arthur entró primero, aunque iba acompañado de al menos la mitad de los aurores del ministerio. Cuando la vio allí, lo primero que pensó fue que estaba muerta. Sin importarle quién podría estar por ahí, dejó caer la varita que llevaba en la mano y se le acercó corriendo.

—No puede ser —dijo, al borde de las lágrimas—. No puede estar muerta.

Mientras tanto, sus compañeros revisaban cada rincón, asegurándose de que ninguno de los mortífagos estuviera por ahí. Arthur estaba desesperado porque Rosalie no despertaba, aunque ya había comprobado que no estaba muerta. Tenía los ojos inundados en lágrimas y hablaba en voz muy baja como consigo mismo.

—Por favor despierta, te lo ruego.

Lo siguiente que hicieron fue llevarla a San Mungo. Ella no había previsto eso, pero era de estaba acostumbrada a encontrar soluciones rápidas en momentos desesperados. El sanador que la atendió, no tardó mucho en descubrir que no le había sucedido nada, y que solo estaba bajo el efecto de un filtro de muertos en vida, pero no pensó en decir nada hasta que ella despertara. Arthur estaba esperando afuera, desesperado por saber en qué estado estaba Rosalie, y al borde de sufrir un colapso nervioso.

Cuando Rosalie despertó, reconoció rápidamente dónde estaba y pensó en qué podría hacer. La única solución que encontró le parecía tal vez un poco exagerada, pero vio que no tenía opción. El sanador estaba escribiendo algo en un pergamino y no le prestaba atención, así que con todo el disimulo que pudo, buscó su varita, la sacó, y le apuntó.

—¡Imperio! —pensó, dudando un poco de que el hechizo no verbal le funcionara porque nunca había sido muy buena en eso.

Pero dio resultado, y el sanador quedó bajo su control. Le ordenó que saliera y hablara con Arthur, que seguía afuera, esperando.

—¿Rosalie está bien? —se apresuró a preguntar— ¿se va a recuperar? ¿Qué le sucedió?

—Está estable —respondió el sanador—, pero necesita descansar al menos por un par de días. El excesivo uso de la maldición cruciatus causa graves y muy variados problemas de salud, pero no hay manera de saber las consecuencias que sufrirá, hasta que no aparezcan.

Arthur pareció como si hubiera recibido un fuerte golpe.

—¿Y ya despertó? —preguntó.

—Sí, pero le recomiendo que no la moleste demasiado ahora.

—Solo quiero verla un poco y hablar con ella.

El sanador asintió y se retiró para que Arthur entrara a ver a Rosalie. Ella improvisó su mejor expresión de dolor cuando lo vio entrar. Él se sentó junto a ella y la tomó de la mano.

—¿Cómo te sientes? —preguntó en voz baja.

—No muy bien, pero mejoraré —respondió ella, en no más que un débil susurro.

Arthur se sintió peor todavía. Lo mucho que la amaba hacía que casi pudiera sentir su dolor, pero no sabía que ese dolor no existía. Rosalie se sorprendió de su extraordinaria capacidad para mentir, porque Arthur parecía habérselo creído todo. Ella lo miró a los ojos, tenía unos ojos azules muy bonitos, pero no sentía nada al verlos, a diferencia de todo lo que sentía cuando miraba a Tom a los ojos. Intentó seguir representando muy bien su papel.

—Ese maldito va a pagar muy caro lo que te hizo —dijo Arthur, en tono de amenaza—, lo encontraré y acabaré con él por haberse atrevido a todo eso.

«Tom te mataría diez veces antes de que puedas hacerle siquiera un rasguño —pensó Rosalie».

Pero en lugar de decir nada, compuso una sonrisa tranquilizadora.

—No te preocupes por eso, Arthur —le dijo—, no es momento de pensar en venganzas.

—Cuando amas tanto a alguien como yo te amo a ti, no permitirías que nadie le haga daño.

Ella se sintió un poco mal al escuchar esas palabras. Él la amaba y ella no había hecho más que engañarlo en cuanto tuvo la oportunidad. Pensaba ponerle fin a la relación y al compromiso tan pronto lo viera, pero en esos momentos no se sintió capaz de hacerle semejante daño.

«Esperaré unos días —dijo—, hasta que se haya calmado un poco porque lo veo demasiado preocupado por mí todavía».

𝓥𝓮𝓷𝓮𝓷𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora