𝕮𝖆𝖕𝖎𝖙𝖚𝖑𝖔 𝖛𝖊𝖎𝖓𝖙𝖎𝖓𝖚𝖊𝖛𝖊

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Después de que Tom se fue, Flora admitió su error, y comenzó a pensar en algo que pudiera hacer para salvar a Rosalie de ir a Azkaban.

—Que no sea demasiado tarde —se dijo—, por favor, que no la encuentren antes de que pueda hacer algo.

Pensó y pensó, hasta que se le ocurrió una idea. Estaba dispuesta a todo por resarcir su equivocación, aunque no imaginaba que tuviera que pagar un precio tan alto.

Arthur estaba tratando de hallar la manera de encontrar a Rosalie. No se perdonaba el haberla subestimado, y varios de los funcionarios del ministerio ya le habían recriminado eso. Se repetía a sí mismo una y otra vez que debía olvidarse de una vez de su amor por ella y tratarla como lo que él creía que era: una criminal. Después de pensarlo mucho, se le ocurrió la idea de ir a buscarla a su casa, pensando que seguramente ella creería que nadie la buscaría allí por ser un lugar demasiado obvio. Su jefe y los demás aurores lo habían descartado de inmediato, pero él creía muy oportuno asegurarse de que Rosalie no estuviera allá.

Cuando Arthur llegó a casa de los Prewett, se encontró con que Rosalie estaba allí, tal como lo había imaginado. No notó nada extraño en ella, a pesar de que la última vez que la había visto estaba aparentemente a un paso de la muerte y en esos momentos parecía bastante normal. Se repitió a sí mismo que ella era una mentirosa, capaz de engañar a cualquiera sin el menor esfuerzo, así que se esforzó por prepararse para matarla como había dicho anteriormente.

—No puedo creer que haya podido subestimarte una vez más —le dijo al verla—. Soy un imbécil que todavía no ha aprendido que no eres quien dices ser, eres un peligro para el mundo mágico, igual que ese criminal con el que te involucraste.

Rosalie le dirigió una mirada llena de preocupación.

—Por favor, Arthur, tienes que ayudarme —dijo—. El diario es la única prueba que hay contra mí, si lo encuentras y lo destruyes, ya no tendrán con qué soportar la acusación y no me enviarán a Azkaban.

Arthur la miró con incredulidad.

—No puedo creer que me estés pidiendo algo así.

—Hablar con el ministro de magia fue demasiado, no había necesidad de arruinarme la vida de esa manera.

—Yo solo hice lo correcto. Tú te cambiaste de bando, elegiste estar del lado de ese criminal y sus secuaces, a pesar de lo mucho que habíamos luchado contra ellos, a pesar de que sabes bien la clase de criminales que son.

—Después de todo lo que decías amarme, ahora has hecho de todo por enviarme a Azkaban.

—No te equivoques... yo te sigo amando, pero contrario a lo que te sucede a ti con ese criminal, yo sí sé poner lo que es correcto por encima de mis sentimientos. No estarías en esta situación si hubieras sabido apartar lo que sea que sientas por ese imbécil y hubieras seguido haciendo lo que tenías que hacer. Pero ya no tiene importancia.

—No pensarás llevarme al ministerio.

—No, yo tengo otros planes.

—Si dejas que me vaya, nadie lo sabrá, me iré lejos y no regresaré.

A pesar de que le temblaban las manos, y de que se sentía como un monstruo al ir a hacerle daño a la persona que tanto amaba, Arthur no vaciló. En segundos, se llevó la mano al bolsillo donde guardaba la varita, la sacó y le apuntó.

—¡Avada kedavra!

Un destello verde salió de la varita. Arthur cerró los ojos y permaneció así por varios minutos, incapaz de ver lo que había hecho. Guardó de nuevo la varita y abrió los ojos. Se dejó caer de rodillas en el suelo, junto al cadáver de Rosalie. Apoyó la cabeza en su pecho, donde el corazón ya no latía, y lloró como nunca en su vida había llorado, poniendo un pedazo de su alma adolorida y rota en cada lágrima, sintiéndose como el ser más despreciable que ha caminado sobre la tierra.

—Perdóname —murmuraba—. Todo esto es culpa de ese maldito, si no hubiera aparecido, estaríamos bien. No habría tenido que matarte, no te habrías cambiado de bando y estaríamos tranquilos y felices. ¿Por qué tuviste que involucrarte con él? Arruinaste tu vida, y de paso la mía. Al menos ahora sé que estás descansando en paz y no al lado de ese desgraciado, destruyendo el mundo mágico.

Varias horas más tarde, a muchos kilómetros de allí, los mortífagos intentaban en vano, localizar a su señor para contarle una trágica noticia. Cuando por fin lo lograron, ninguno se sentía capaz de contarle, pero tenían que hacerlo.

—La señorita Prewett está muerta, mi señor. Arthur Harlaw la asesinó.

Tom sintió como si el mundo entero se le hubiera caído encima. Jamás hubiera imaginado que una simple frase pudiera romperlo en mil pedazos. Eso no podía ser, se resistía a creer que la hubiera perdido para siempre, que no volvería a verla, que al final ella no sería más que un hermoso recuerdo del pasado. Aunque pareciera cierto, él no se daba por vencido, todavía no. Tenía que averiguarlo, tenía que verla para poder creerlo. Dentro de él todavía estaba viva la esperanza de que fuera una mentira, una confusión, un engaño.

«Si es verdad que está muerta, lo destruiré todo —pensó, sintiendo que el dolor se transformaba lentamente en una ira incontrolable—. Acabaré con el mundo porque nunca volverá a ser tan hermoso como cuando ella estaba. Pero sobre todo, voy a hacer que ese maldito sangre sucia pague muy caro por el dolor que estoy sintiendo ahora».

𝓥𝓮𝓷𝓮𝓷𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora