Capítulo 7

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Ya había estado en su departamento antes, pero aún así lo sentía como una novedad. Le gustaba como estaba amueblado, tenía un estilo muy de Alan, todo estaba perfectamente limpio y ordenado. Tuvo que apretar los labios para no reírse cuando la imagen del chico limpiando la casa con canciones de Queen de fondo se apareció por su mente.

—¿Pasa algo, princesa? —preguntó al tiempo que cerraba la puerta, caminó hasta el estante que estaba cerca de este y dejó allí las llaves, Zaida había seguido sus movimientos con la mirada para no perderse de ningún detalle.

—No, Andrés, no pasa nada —se vio en la necesidad de bromear, prefería eso a tener que desvelar sus pensamientos.

—Ya empezamos... —puso los ojos en blanco con fingida molestia ante el déjà vu—. ¿Tengo que recordarte lo bien que gemías mi nombre?

Las mejillas de Zaida se calentaron de inmediato, de ese pequeño detalle no podría olvidarse ni aunque quisiera. No obstante, la idea de seguir jugando con eso era tentadora y Cyara siempre le decía que había que dejarse llevar por las tentaciones. O al menos eso repetía cuando las tres decían ponerse a dieta y después veía chocolate en el supermercado.

—Quizá, Alexis —suspiró de forma dramática, sus dedos desabrocharon la chaqueta de su traje para dejar más piel a la vista. Satisfecha, alzó la mirada de forma desafiante.

—Princesa, princesita... —chasqueó su lengua contra su paladar—. Veo que te gusta jugar, ¿eh?

—Me encanta, Amancio —advirtió—. Así te llamabas, ¿no? ¿O era Abraham?

—Alan, repítelo conmigo, Alan —habló—. De todos modos, lo gemirás en unos instantes.

—¿Ander? Disculpa, creo que no te escuché bien —atrapó su labio inferior con sus dientes.

Él se rio entre dientes, negando con la cabeza. Puso una de sus manos en su espalda baja para guiarla hasta a su habitación, están vez más cama estaba bien hecha y no como la recordaba Zaida. No le tomó por sorpresa, hasta ese momento le había mostrado ser un hombre ordenado, se extrañaría si hubiera ropa por el suelo o algo similar.

—Vale, Adam, quieres que follemos, lo he entendido —se relamió los labios, al voltear a mirarlo se lo encontró con el torso desnudo, un jadeo involuntario se escapó de sus labios cuando sus dedos picaron por tocar su piel.

—Yo no voy a follar con alguien que no quiere decir mi nombre —advirtió, poniendo su mano en su pecho y empujándola suavemente hasta que esta cayó en la cama—. Negociemos, Zaira.

—Es Zaida —gruñó.

—¿Ah, si? —sacó la chaqueta de su traje para después ir a por el pequeño top que cubría sus pechos. Ella resopló, no podía quejarse cuando ambos estaban jugando a lo mismo.

—Mira, Armando, si yo voy a gemir tu nombre también quiero que gimas el mío.

Él se rio, dejándola desnuda de cintura para arriba. Sus manos fueron directas a sus pechos, buscó sus dulces pezones con los índices y los pulgares para pellizcadlos, poniéndolos más duros de lo que ya estaban. Ese simple movimiento la hizo gemir con descaro.

—Eres tan bonita como una princesa, Zaida.

—Tú también, Alan —susurró—. No bonita como una princesa, pero eres guapo, llamaste mi atención desde la primera vez que te vi.

Sus manos bajaron ahora hasta su pantalón para poder deshacerse de él, se sorprendió al ver que no llevaba bragas, ese pequeño detalle le había gustado más de lo que había expresado.

—Espérame un momento —se levantó del colchón y caminó hasta su mesita para sacar de allí un preservativo, aprovechó también para tomar de allí la venda de color fucsia que ya había usado con ella la anterior vez—. ¿Está bien que vende tus ojos?

—Si, mandón —asintió, la simple idea la acaloraba.

Alan sonrió de lado, casi podía escuchar los pensamientos de la chica. Pasó la venda por sus ojos para impedirle ver y ató un nudo para que no se soltara con facilidad. No lo veía pero era consciente de sus movimientos. De esa manera, sintió cómo cambiaba de posición, como se arrodillaba entre sus muslos y le abría más las piernas. Pero no hizo lo que la morena se esperaba. Hizo algo diferente. Algo tan chocante e inesperado que le hizo abrir la boca por la sorpresa, incrédula de lo que estaba sintiendo.

¿Eran esas sus gafas? ¿Estaba sintiendo la patilla de sus malditas gafas separar sus labios vaginales?

—¿Esto te sorprende, princesa? —preguntó socarrón, viendo como su humedad se pegaba a la fina varilla de sus gafas—. Abre la boca, necesitan saliva.

Arrastró estas por su abdomen regalándole una suave caricia, al llegar a sus pechos se detuvo y sonrió ante la idea que acababa de iluminar su mente. Atrapó uno de sus pezones con las dos patillas y tiró de este, un ronco gemido se escapó de los labios de Zaida al no esperarse ese movimiento. Imitó la acción con el contrario. Sus pezones se encontraban duros y palpitaban placenteramente. Después continuó su recorrido como si nada y separó sus labios con las gafas.

—Chupa —ordenó, su tono había enronquecido y eso a Zaida la calentaba todavía más—. Lubrícalas.

Pasó su lengua por las patillas de esta y las chupó con ansias, ¿quien le iba a decir que estaría chupando las varillas de sus gafas? Que si, que alguna vez las mordía de forma distraída, pero nunca por una razón similar.

—Con eso es suficiente —retiró dicho objeto de su boca para llevarlo al lugar en donde debería de estar.

Una de las varillas resbaló con suma facilidad dentro de ella, era fina y se deslizaba mejor que nada, dándole una rara sensación a su cuerpo que, lejos de desagradarle, le gustó. Rodeó su clítoris con su pulgar, sin detener la penetración por parte de las gafas, haciendo que este se hinchara de placer.

—Dime que esto te gusta, princesa...

—Me gusta, Alan —gimió, apretando uno de sus pechos con su mano.

Su sonrisa irradiaba orgullo. ¿Que nombre había gemido? El suyo.

—¿Vas a correrte solo con unas malditas gafas follándote y con un dedo excitando tu clítoris?

Su respiración era cada vez más pesada, decir palabra era casi un reto en ese momento. La estaba llevando al borde del clímax con tan poco que hasta se sintió frustrada.

—Responde, Zaida, que no estás amordazada —gruñó, torturando su clítoris con su dedo—. Responde.

—Si, si, si —repitió como respuesta—. Voy a correrme.

Recorrió su clítoris hinchado una última vez, sintiendo ya como sus piernas temblaban, y usó las gafas como único método para que se corriera en ellas. Los gemidos de Zaida eran ese sonido que quería escuchar de por vida, endulzaban sus oídos casi de forma mágica. Al retirar el objeto sonrió al encontrar las patillas empapadas de sus fluidos y, sin pensarlo dos veces, de las llevó a la boca para saborear su excitación.

Húmedas sensaciones Where stories live. Discover now