Capítulo 25

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Zaida

Miro a mi alrededor el enorme club, con sus delirantes luces de neón y el alto sonido de la música. Estábamos en la zona cero, ¿no? Donde la gente iba a divertirse sin más, como en cualquiera discoteca de la ciudad.

Caminamos a través de la multitud de personas hasta llegar a la barra. Miro a la masa de gente esperando por bebidas y me pregunto cuánto tiempo nos tomará conseguir una para nosotros.

Sin embargo, la chica pelinegra que servía esa noche nos sonrió ampliamente y se dirigió a nosotros, ignorando a todos los demás.

—Zaida, ¿me equivoco? —se dirige a mi, dejándome anonadada por unos instantes—. Se habla mucho de ti por aquí, entre tu novio y tu mejor amiga...

—Ya veo —sacudo la cabeza, sonriendo un poco—. Espero que estos cretinos solo digan cosas buenas.

—Desde luego que si —ríe en bajo y me extiende su mano, yo no tardo en darle la mía—. Soy Fiammenta.

—Creo que también he oído hablar de ti —admití.

Seguramente era la nueva amiga de Cyara, la camarera de la que a veces los hablaba a Leyre y a mi. Tenía razón, parecía ser agradable.

—Fiammenta, menos cháchara y más trabajar, mujer —pidió Alan con diversión—. Seguro que a Zabdiel no le gusta verte así, hay muchas personas ahí esperando a ser atendidas.

—No soy la única que trabaja aquí, ¿sabes? —alzó sus cejas—. ¿Qué queréis que os ponga?

—A mi un whisky, por favor —pidió antes de mirarme a mi—. Imagino que no querrás agua.

—Imaginas bien —chasqueé mi lengua—. A mi ponme un ron cola, gracias.

Ella me sonrió antes de alejarse para ir a por nuestras bebidas. Alan también sonrió, pasó su brazo por mis hombros y me acercó a él para besarme la mejilla.

—¿Sabes que me gustaría?

—Sorpréndeme —respondí, mirándolo.

Sus ojos brillaban con picardía, no necesitaba de palabras para entender que es lo que le gustaría.

Madre mía.

Donde me había metido.

La pelinegra vuelve antes de que digamos una palabra más, esta vez no nos dice nada, tras dejar las bebidas en la barra se retira para servir a los demás clientes.

Bebe de su vaso y se remoja los labios. Jesús. Eso no debería de haberme parecido algo tan erótico. Pero con Alan hasta el más mínimo detalle podía ser caliente.

—También lo estás pensando, ¿verdad? —ríe entre dientes y desliza su brazo hasta que su mano se envuelve en mi cuello—. Zaida, Zaida... No tienes vergüenza ninguna, eh.

Mis mejillas se calientan, pero gracias a la oscuridad y las luces de colores no se notaba en lo más mínimo, o eso pensaba.

—Bueno... Es más divertido cuando no hay vergüenza de por medio, ¿no?

Me empuja hasta que mi cuerpo choca con la barra y me ataca los labios, de los que se escapa un gemido que no puedo controlar. Me tenia donde quería.

—Por favor —pedí, su mano bajó en forma de caricia por mi cuerpo hasta llegar a mi pantalón, desabrochó el botón y la metió por debajo de la prenda. Gemí cuando me acarició por encima de la tela de mis bragas—. Quiero que me folles.

—Oh, princesa —jadea sobre mi boca, decidiéndose por apartar la tela con sus dedos, su pulgar toca mi clítoris y mis caderas tienden por arquearse, mis manos buscan la barra para sostenerme.

Su mano libre se ajusta allí, en mis caderas, mientras frota hacia arriba y hacia abajo en mi dolorosa carne húmeda, después presiona con fuerza. Me quejo. Una mezcla de dolor y placer se dispara a través de mí. Sigue moviéndolo, de una manera y de otra, hasta que aprieto las piernas sabiendo que me iba a correr. Lo hago, por supuesto, soltando un suspiro placentero.

—Voy a follarte —avisa.

No me da tiempo a reaccionar, mi pantalón desciende y mi cuerpo gira violentamente, dejándome con el pecho contra la barra. Una sonrisa retorcida se me dibuja en los labios, eso no me lo esperaba. Roza su erección en mi culo con el único fin de provocarme, saca la polla de su pantalón y siento como se masturba detrás de mi cuerpo.

Todavía estoy temblando cuando se sumerge dentro de mí. Quiero gritar. Los oídos me pitaban, ni siquiera escuchaba la música que estaba sonando y no sería por el volumen que tenía.

Era lo que quería, si, pero había algo que no terminaba de gustarme. Se sentía molesto. Algo no me permitía disfrutarlo del todo.

Él no necesitó mirarme a la cara para darse cuenta.

—Princesa —lo escucho quejarse cuando se inclina hacia delante y sus labios me rozan la oreja—. ¿Te molesta?

Se estaba moviendo ahora despacio, pero en el momento que muevo la cabeza para asentir se detiene.

No, no, no. Él necesitaba eso tanto como yo y acababa de arruinarlo. Sale de mi y me hace girar de nuevo para verme directamente a los ojos. Pero los míos bajan hasta su entrepierna para comprobar que seguía duro, hinchado y palpitante.

—Hey, mírame —posa sus dedos bajo mi mentón y hace que lo vuelva a mirar—. Está bien, ¿de acuerdo?

—No te has corrido —señalo con evidencia.

—Todavía —susurra—. Ponte de rodillas.

Me deslizo hasta que mis rodillas tocan suelo, mis manos van directas a su polla y mi lengua lame su glande, saboreando en este mis fluidos. Alan sacude sus caderas en mi boca, yo gimo y dejo que sea él quien lo haga. Dejo que me folle la boca tal y como le gusta. Su polla tocaba lo fondo de mi garganta, haciendo que las lágrimas picasen en mis ojos.

No demasiado, pues unos minutos después sale y se agarra con fuerza. No podía sentirme mas confundida. Siento mis mejillas húmedas y sé que las lágrimas ya se habían deslizado sin que siquiera lo notase.

—¿Puedo correrme sobre ti, por favor?

Ay.

Que me estaba pidiendo por favor.

—Si —respondo en un hilo de voz.

Sonríe de lado y se masturba, mis ojos siguen con detenimiento sus acciones, luego el chorro de su corrida brota y cae sobre mi pecho. Oh, Dios mío, esto era jodidamente erótico. Él gime cuando termina de correrse y ve su semen resbalando por mi pecho. Estaba pensando en lo mismo.

Guarda su polla dentro de sus pantalones y desliza su dedo índice por su corrida, recogiendo gotas de semen que después llevaría a mi boca para que chupara.

—Levántate, vamos al baño a limpiarte eso —me susurra, haciéndome derretir una vez más.

Sus manos me ayudan para ponerme de pie y son estas las mismas que me acomodan después la ropa. Una vez que lo hace, me lleva consigo hasta los baños para limpiar el desastre que acababa de ocasionar en mi cuerpo.

—Que nunca más vuelva a pasar lo de hoy, ¿entendido? —dice mientras yo me miro al espejo, el rímel se había corrido pero con agua fue fácil limpiarlo de mi rostro.

—Alan...

—No, ni Alan ni nada. Porque me he dado cuenta, imagínate que no lo hubiera hecho —se queja—. No funciona así, Zaida, tiene que haber comunicación o sino estamos perdidos. Y yo no quiero perderte porque eres lo más importante que tengo.

—Lo siento —susurro—. Yo solo quería que tú lo sintieras bien.

—Yo no voy a disfrutar de algo en lo que tú no te sientes cómoda, ¿vale? —me acaricia las mejillas y deja un suave beso en mis labios—. No seas tonta.

Me es inevitable sonreír. Así, tal y como era, me tenía tonta perdida, no podía perderme semejante cosa.

—Te quiero —le digo antes de volver a besarlo.

Él sonríe contra mis labios y juro que es lo más bonito que hay.

—Yo te quiero a ti, princesa.

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