Capítulo 8

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Parar no estaba en sus planes, esa mujer acababa de correrse de una forma deliciosa y tenía en mente seguir regalándole orgasmos por lo que quedaba de noche.

Zaida no se quedó quieta mientras él recorría su cuello con sus labios, extendió su brazo a ciegas y buscó su polla, al encontrarla no dudó en empezar a masturbarlo, él era caliente y malditamente suave a pesar de las venas gruesas palpitando bajo su toque. 

—No voy a follarte sin condón —advirtió cuando la vio guiando su polla a su entrada—. Dame un segundo, princesa.

Buscó el preservativo que había dejado a su lado y al encontrarlo lo sacó de su envoltorio para deslizar el látex por su longitud. Su propio tacto le estremecía, y no era para menos, tenía a la morena desnuda y esperando para que se hundiera en ella.

—Quiero montarte —expresó su deseo con la voz casi ahogada de placer.

—Ya sabes que yo estoy aquí para satisfacerte, princesa —expresó, con esa sonrisa que si la viera la derretiría por completo.

Se sentó en la cama, excitado, le estrechó la mano mientras se levantaba y lo colocaba en su empapada entrada. Ella le dejó empujar en sus pliegues, y sus manos se volvieron inquietas en su espalda, moviéndose hacia arriba y hacia abajo mientras ella se movía contra él, a ciegas. Aunque no necesitaba de su visión para moverse sobre él, mientras que él mismo se entretenía con sus pechos. Al principio lo cabalgó despacio, suavemente. Arriba y abajo mientras él gruñía sobre su cálida y húmeda piel.

—Se siente jodidamente bien —gimoteó, sus rodillas se hundían en el colchón mientras Alan daba una palmada en culo, incitándola a hacerlo más rápido.

—Puede sentirse mejor si me dejas —susurró, abriéndose paso con sus dedos entre sus nalgas.

El sexo anal no llamaba la atención de Zaida pero en ese momento se sintió de lo más excitante, no tardó en asentir. Con Alan era un si a todo sin arrepentimiento. Él sonrió ante su iniciativa y presionó la punta de su dedo en su entrada menor, masajeó esta con cuidado para después ir introduciendo este lentamente.

—Fóllame mientras te follo, princesa —su ronca voz le puso los vellos de punta, desearía poder mirarlo a los ojos en ese mismo momento, pero tuvo que contener las ganas.

Su dedo fue más profundo en su entrada trasera y no se detuvo. Siguió embistiendo en su coño dolorido mientras le follaba el culo con el dedo. Zaida gemía de placer y Alan se mordía los labios intentando contenerse, la imagen frente a él era demasiado erótica; Zaida suspirando su nombre, sin poder verlo, moviéndose sobre su polla como si su vida dependiera de ello, disfrutando de lo que él le ofrecía...

Lo montaba como si le perteneciera, cada centímetro de él. Como si fuera su derecho a quedarse sobre su polla y nunca irse. Alan no tenía objeciones, su polla si. Porque si seguía así no tardaría demasiado en correrse.

—Princesa —gruñó con la intención de advertirle.

—Solo hazlo, mandón...

Por lo general era él quien le pedía a sus amantes que se corrieran, que ella lo hiciera le hizo arder el pecho. Le gustaba eso. Ya le demostraría más tarde quien era el que daba las órdenes en la cama.

Se corrió en el condón mientras siseaba de placer. Ella no dejó de moverse, pero no se corrió. Intentó levantarla, pero ella negó con la cabeza. Sus caderas rodaban sobre él a cámara lenta, su coño resbaladizo y caliente. Fue entonces cuando llevó su dedo pulgar a su clítoris, para frotarlo hasta que las piernas De la morena temblaron sobre su cuerpo. No era una buena idea seguir una penetración cuando ya contenía semen, el riesgo de que este se rompiera era muy más alto y él no iba a arriesgarse a algo así.

Llegó al clímax con ese gesto, antes de que se derrumbara, los brazos de Alan la sostuvieron mientras le sonreía. Claro que ella todavía no lo veía debido a la venda que cubría sus ojos. La acostó en la cama y se levantó para deshacerse del condón y tirarlo a la basura.

—¿Puedo sacarme eso?

—Si —asintió al tiempo que él le sacaba la venda—. ¿mejor así?

—Mejor de cualquier manera pero contigo.

 
Él se carcajeó, le producía ternura escucharla, no parecía la misma Zaida del restaurante. No tardó en acomodarse a su lado y envolverla con sus brazos, invitándola a pasar la noche allí.

—¿Qué vas a hacer mañana? —preguntó de manera casual.

—Estudiar —suspiró con pesadez—, si quiero aprobar tengo que hacerlo... No tengo cara para presentarme en casa de mis padres y decirles que estoy a punto de repetir un curso.

—Lo entenderán.

—Claro que no, se nota que tus padres no son estrictos...

—Lo son, no te dejes engañar, pero como tienen dinero no les importa si estoy un año más en la Universidad —chasqueó su lengua—. Son más exigentes en el trabajo que con los estudios.

—¿Trabajas?

—Ayudo a mi padre a veces —señaló—, tiene una empresa de inmobiliaria.

—No es algo que me llame la atención pero parece interesante.

—No, no lo es —se carcajeó.

La conversación creció a partir de ahí, pero única y exclusivamente se centró en el tema de los estudios y del futuro trabajo. Zaida siempre admiró a esas personas que tenían un futuro claro y definido en sus mentes, no como ella. Cuando pensaba que Alan ya no podía hacer o decir algo que le pudiera gustar más, estaba equivocada, es como si tuviera a mano las cartas que debía de dejar sobre la mesa.

Húmedas sensaciones Where stories live. Discover now