Capítulo 30 (Final)

218 23 3
                                    


Miró incrédula la pantalla de su teléfono. Su corazón se había saltado un latido, quizá dos. No daba crédito de lo que estaba viendo.

—Zaida, di algo, por Dios —se quejó Alan al ver que no pronunciaba palabra—. ¿Has aprobado?

Meneó la cabeza, sintiéndose cansada al instante.

—Me ha quedado economía —dijo en un hilo de voz—, otra vez.

Alan cerró los ojos y pidió al cielo que no fuera por su culpa mientras la abrazaba para brindarle el calor de su cuerpo. Con una materia suspensa podría pasar igual, si, pero no era justo que la suspendiera cuando había estudiado tanto, cuando se sabía la teoría a la perfección. Había puta encerrada. Ella también lo sabía, pero no quiso decirlo en voz alta para que él no se sintiera más culpable todavía.

—Quiero comunicárselo a mis amigas —sonrió de lado—. Al menos no soy una pringada, eh.

—No lo eres —le acarició las mejillas—. ¿Quieres que te lleve?

—No, no —negó con la cabeza—. Yo iré a decírselo. Se pondrán contentas.

—No es para menos —sonrió él—. Estoy orgulloso de ti, Zaida, pocas personas conseguirían lo que tú conseguiste.

—Gracias —susurró, sintiendo las lágrimas picarle en los ojos.

Escuchar eso de él era quizá más bonito que un "te amo". Sabía que era la persona más sincera que había conocido en su vida y oírlo decir eso significaba tanto, que solo podía agradecer de una manera muy grata. Se sentía bien.

Aunque en el fondo le estuviera soltando una pequeña mentira de la que están segura que se enteraría más tarde. Se despidió de él, dejándolo solo en casa, pero sabiendo que no sería así por mucho tiempo.

Los profesores ese día todavía tenían que estar en la universidad, siempre había reclamaciones por parte de los alumnos y Zaida no iba a ser la excepción. Llegó pisando fuerte, con la cabeza en alto y las ideas bien claras.

—Zaida, qué sorpresa —murmuró Lidia, apoyando sus codos en su escritorio cuando la vio entrar—. ¿Hay algo en lo que te puedo ayudar?

—Si —apoyó sus manos sobre él mismo y se inclinó hacia delante—. Vas a revisar mi examen, porque ni de coña he suspendido, otras veces te lo pasaría pero esta no. Estoy convencida.

—¿Estás dudando de mi criterio?

—Desde luego que lo estoy haciendo, no me merezco esa nota, lo he hecho tremendamente bien —dejó claro—. Así que vas a revisar mi examen y modificar mi nota, o de lo contrario vamos a tener problemas, no creo que a tu trabajo le beneficie lo que puedo decirle a tus superiores.

—¿Me estás amenazando?

—No, no, ¿cómo crees? —negó con la cabeza—. Solo te estoy dando una opción que te aconsejo que deberías de tomar.

—¿Crees que con esto vas a conseguir algo? —sonrió, burlona.

—No, no creo, estoy segura de que así será —acotó antes de darse media vuelta e irse por donde había venido. Ahora si que tenía que hacérselo saber todo a sus amigas, no iba a dejarlas con ganas de saber sus resultados.

Mientras tanto, Lidia, con una sonrisa amargada sacaba su teléfono para modificar en la página donde se publicaban las notas el resultado. Si, claro que lo había hecho a propósito, con el único fin de conocer a la novia de Alan.

Marcó su número nada más publicar de nuevo la nota final de la joven.

—¿Se puede saber que coño te pasa? —atacó, siendo así la primera vez que le respondía a una de sus llamadas.

—Oh, vamos, solo quería conocerla —chasqueó su lengua—. No pegáis mucho, tiene carácter.

—Vete a la mierda, Lidia —espetó, pellizcándose el punte de la nariz—. Más te vale que la apruebes porque lo que hiciste no fue justo, sabes que ella no se lo merece.

—Está aprobada, despreocúpate —bufó—. Encárgate de darle su recompensa.

—No me hagas hablar porque sabes que no tengo problema en decirte un par de cosas —escupió—. No nos conviene.

Cortó la llamada, haciéndola reír.

Alan tenía muy claro que el tema no le hacía la más mínima gracia, pero debería de calmarse si quería hacer las cosas bien. Había hablado con las amigas de su novia para prepararle algo mínimamente bonito. Suerte que tenían la playa cerca y siempre se podía hacer algo romántico allí.

Cliché.

Pero romántico.

Aunque Alan de Romeo tuviese más bien poco (por no decir nada).

Se encargó de pedir la cena, de preparar una escena que fuera bonita visualmente y que fuera acogedora. Tenía que hacer las cosas bien.

—¿Qué es todo esto? —cuestionó la voz de Zaida a sus espaldas, el dominante se quejó al quemarse un dedo con la vela, no la esperaba hasta diez minutos más tarde y todavía faltaban pequeños detalles por poner—. Mierda, lo siento.

Le tomó la manó y llevó el dedo a su boca para chuparlo y aliviar el dolor.

—¿Duele?

—Contigo se va el dolor de las heridas más profundas —se sinceró.

—No existe el dolor —susurró—, entiendo esa sensación.

Le besó los labios de manera breve y se tomó un momento para apreciar todo lo que había estado haciendo durante la tarde.

—No era necesario.

—Iba a quedar muy desubicado si te traía a la playa solo para abrirte las piernas, princesa —murmuró divertido—. Tenía que currármelo más, te lo mereces.

—Tú también te lo mereces, por haberme soportado hasta en mis días más difíciles, con lo insoportable que soy cuando hay exámenes... Dios, has sido un puto amor.

—Esto parece una declaración de matrimonio —alzó sus cejas divertido—. ¿Hay algo que quieras decirme?

—Los matrimonios no van conmigo, olvídate —se burló—. ¿Cenamos?

—¿O nos cenamos?

La propuesta fue tentadora y aunque se robaron unos cuantos besos, terminaron cenando antes de revolcarse en la arena como niños pequeños. Jugando con todo. Divirtiéndose con nada.

Hay que quedarse con esa persona que te hace sentir así. Que te enseña a confiar en ti misma. Que te enseña a soñar con los ojos abiertos. A viajar sin moverte del sitio. Que te recuerde lo que es la vida y, sobre todo, vivirla. Que guíe en la oscuridad de la noche, que te ayude a disfrutar de la luz del día.

Las estrellas son bonitas al brillar por sí solas, pero también lo son cuando brillan en conjunto. Porque lo primero que miramos en el cielo son las constelaciones. Ellos ya habían formado la suya hace un tiempo.

Y se tratan de estrellas fugaces.

Oh.

Entonces son de las que ves y le pides un deseo al instante.

¿Pero los deseos se cumplen?

Bueno, al menos el de ellos se había cumplido.

F i n a l

Húmedas sensaciones Where stories live. Discover now