Epílogo

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Zaida aprendió a ser constante, a estudiar día a día para ir aprobando sobre la marcha y así poder tener el verano libre para hacer lo que quisiera. Además, tenía motivación para hacer todo aquello que le producía paz.

Cuando algo te da paz, ya te lo está dando absolutamente todo.

A sus veintiséis años ya había terminado su carrera y con las oposiciones aprobadas en el primer intento. Le parecía increíble, jamás se habría imaginado que llegaría a donde estaba.

Cuando una empieza a estudiar siempre sueña con el final de la carrera y el futuro que le espera después de esta. Pero muchas veces solo se quedan en sueños que no llegan a cumplirse.

Ella estaba ahí, en la cima, en donde jamás se pensó que estaría. No estaba sola. No estaba cansada. No estaba estresada. Es como si después de todo su esfuerzo pudiera respirar con tranquilidad porque sabía que ya estaba todo hecho.

Alzó la mirada y con una sonrisa dibujada en los labios observó a todos y cada uno de los miembros que estaban sentados en sus respectivos lugares. Se vio a sí misma hace tan solo unos años.

—Hola —saludó en un tono agradable—, mi nombre es Zaida y seré vuestra profesora de geografía durante este curso.

—Tiene un nombre muy bonito, profe —halagó un chico que se sentaba en la tercera fila, sus amigos rieron ante su comentario.

—Gracias —alzó sus cejas—. ¿Tú cómo te llamas?

—Alan Mourelle —respondió, sonriéndole.

—Alan —repitió soltando una risita—. Ahora entiendo porque me has halagado, si, debe de ser cosa del nombre.

—Los Alan somos superiores, profe —le dice, divirtiéndose con la situación—. ¿Conoce a algún otro Alan?

—A mi novio —chasqueó su lengua. A su alrededor todos gritaron, como si acabara de soltarle un vacile al chaval, dejándole en claro que los halagos estaban bien pero que no le iban a servir de nada porque ya tenía a alguien en casa.

El día estuvo lleno de presentaciones, Zaida se sentía a gusto en ese ambiente. Ahora le tocaba ser la profesora que ella nunca había tenido, una profesora que incitara a los alumnos a ser lo que eran y no a vivir llenos de estrés por las clases.

A veces a los adultos les es complicado comprender a los adolescentes.

Zaida, que todavía se sentía una adolescente, no podía decir lo mismo. Ella ya había pasado por lo mismo y no le deseaba a nadie pasar por su situación.

Se decía de la adolescencia que era la mejor época. ¿Pero realmente lo era? La mejor época no debería de estar llena de noches sin dormir, de días estudiando, de caras llenas de ojeras, de ansiedad, de estrés, de agobios... No. Eso no podía significar ser la mejor época de nadie.

Los alumnos empezaron a ir saliendo en cuanto sonó el timbre, ella sonrió al ver sus prisas y se despidió, deseándoles un feliz día a todos. Ya que el suyo lo había sido, solo esperaba que el de ellos también.

—Nos vemos mañana, profe —se despidió Alan, guiñándole un ojo, antes de cruzar la puerta y salir de su aula con sus amigos.

La morena meneó la cabeza con diversión y se puso a guardar sus cosas también. Estaba sola. Ya todos correteaban por los pasillos deseando irse de una vez por todas. Ella también quería llegar cuanto antes a casa para contarle a su novio como le había ido en su primer día.

Colgó su bolso en su hombro derecho y se volteó para irse, pero sus pies se detuvieron al ver a Alan allí parado, con una sonrisa en los labios y un ramo de flores en las manos.

Los mejores detalles son aquellos que se dan cuando no hay motivos.

—¿Puedo pasar, princesa? —cuestionó, alzando una de sus cejas.

—Puedes, pero recuerda que estamos en unas instalaciones públicas, que es mi primer día y que no quiero que sea el último.

Él se carcajeó y dio un par de pasos para entrar, cerró la puerta con su pierna y caminó hasta su escritorio.

—Esto es para ti —susurró, tendiéndole las flores que recién había comprado—. No quería venir con las manos vacías. ¿Qué tal tu primer día? ¿Ya te han espantado los adolescentes o eso ocurre en la segunda semana del curso?

—Menudos ánimos me estás dando —sonrió con los labios pegados y bajó la mirada al ramo que ahora sostenía entre sus manos—. Me ha ido muy bien, creo que me gusta esto.

—No sabes cuánto me alegra escucharte —admitió.

—¿A ti qué tal por la empresa?

—Como todos los días —se encogió de hombros de manera desinteresada. No era el trabajo de sus sueños, pero desde que su padre había caído enfermo le tocaba hacerse cargo de la empresa de inmobiliaria que tenía su familia—. ¿Por qué presiento que no me has contado algún detalle jugoso que te estás guardando, eh?

Soltó una risita por lo bajo y alzó la mirada a él, dejó el ramo sobre su escritorio, apoyó sus manos en el pecho de su novio y ladeó la cabeza mientras se mordía los labios.

—Hay un Alan en esta clase que es todo un coqueto.

—¿Y ese Alan sabe que ya tienes a otro Alan en casa? —inquirió, alzando sus cejas de manera divertida—. ¿O tengo que enfrentarme a un niño de dieciséis años?

—Lo sabe —se carcajeó—. No tienes vela en este entierro.

—Me conformo con tenerla en otro —bajó sus manos a su cintura para acariciar la pequeña curvatura de esta—. Déjame darte un buen recuerdo de esta clase, así cuando vuelvas mañana estarás entretenida entre tus pensamientos.

—Alan...

—Tengo mía contactos, princesa, no vendrá nadie a interrumpir —aseguró cuando sus labios se fusionaron con su cuello.

Había llegado a su vida haciendo ruido, causando desorden, rompiéndolo todo a su paso. Fue una completa revolución. Ahora le inspiraba tantas cosas bonitas, por su forma de ser, por su esencia, por como decía las cosas.

Inspiraba a querer bonito, como se querían ellos dos.

Eran una canción sin cantar.

Una poesía sin recitar.

Una historia sin escribir.

Y ahora, que todo era paz, que la única música que se escuchaba era tranquila y melodiosa, podían admitir en susurros (porque los gritos ya no iban con ellos) que el amor era algo que merecía la pena.

El amor a veces te hace darte cuenta de que el cielo tiene estrellas. Y que bonitas son las estrellas cuando se miran de la mano de alguien.

Que bonita es la vida cuando la vives con la persona que te hace vivir.

Que bonitas son las sensaciones que te provoca el amor.

Que bonita es una historia cuando quieres ponerle un punto y a parte, aún sabiendo que no has terminado ese párrafo. Porque queda mucho que escribir, mucho que decir, mucho que vivir. Pero lo demás...

Lo demás es historia.

|| F I N A L ||

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