Capítulo 14

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Alan regresa pocos minutos después con la caja en sus brazos, cierra la puerta de la habitación empujándola con su pierna y se dispone a empezar a guardar la ropa en el armario de puertas corredizas, que además tenía un espejo en donde se podía observar.

Dejó de prestarle atención a la ropa cuando vio a Zaida salir del baño con la toalla envolviéndole el cuerpo, su cabello húmedo se pegaba a sus hombros y pequeñas gotas caían de las puntas de este.

—Quien le diera a las princesas de Disney parecerse a ti aunque fuera en el blanco de los ojos —lame su labio inferior.

—Quien te diera a ti no estar en casa de mis padres —alza sus cejas—, porque habría sido una noche muy entretenida...

Su polla se endurece y el deseo lo invade. Muy lentamente, suelta la toalla y la deja caer al suelo, quedando completamente desnuda. Fija sus ojos en los suyos, sus pupilas ardiendo de expectación, sosteniendo su mirada con seguridad mientras se lame los labios.

Tiene que respirar, si no lo hace se muere, así que exhala de manera ruidosa mientras sus ojos la absorben, recorriendo sus voluptuosas tetas, sus pezones rosas y tensos, su piel que se estremece mientras su mirada se desplaza por su bronceado cuerpo.

Se acerca a ella con decisión y le pone las manos en los hombros.— Me está costando horrores no tumbarte sobre la cama, abrirte de piernas y follarte mientras gritas mi nombre, princesa. Cualquiera diría que le tienes poco respeto a tus padres.

Ella sonríe, pegándose a él sin importarle que pueda mojar su ropa.

—¿No ves que eso es lo que quiero? Anda, mandón, no te hagas de rogar... ¿O es eso lo que quieres? ¿Quieres que me arrodille para suplicarte que me folles?

—Quiero que te arrodilles pero no exactamente para suplicarme.

Tomó la almohada de la cama y la dejó caer al suelo para después indicarle que se dejara caer de rodillas sobre esta, no le gustaría rasparle la piel de las rodillas en pleno verano, después igual se avergonzaba para usar pantalones cortos, falda o vestido, y él no quería que eso fuera una limitación.

Ella cumplió con su mandato y se remojó los labios cuando lo vio bajarse la cremallera del pantalón.

—¿Le has chupado la polla a alguien en esta habitación, princesa, o tengo el privilegio de ser el primero?

—¿Mi respuesta condicionará lo que viene a continuación?

—Si me dices que no soy el primero, entonces te follaré la garganta hasta asegurarme de ser el último —susurró, agarrándole la cara con una de sus manos—. Si me dices lo contrario, entonces te trataré como la princesa que eres.

Estaba tentada.

Pensó la respuesta mientras él se tocaba a escasos centímetros de su rostro, la boca se le hacía agua de solo mirarlo y desear tenerlo.

—No quiero que me trates como a una princesa cuando se trata de tu polla.

Él sonrió socarrón, sabiendo de antemano que esa iba a ser su decisión.

—Dale, princesa, chúpame la polla.

Su orden, tan concisa y vehemente, reverbera por todo su ser. Se la chupa, solo un poco al principio. Tentándolo y saboreándolo. Deslizando la boca por cada uno de sus centímetros. Lamiéndole el glande, succionándolo después. Jugueteando con él y marcando un ritmo que lo incita a envolver su mano alrededor de su cabello para tirar de este con fuerza y guiar, de ahora en adelante, los movimientos.

Le está follando la boca, tal como le había dicho que haría, olvidándose del apodo que tanto le gustaba usar. Metiéndosela con más fuerza, hasta que se vio a sí misma concentrada para poder respirar y no morir ahogada en el intento. No podía apartarse, no ahora. Solo le quedaba sumirse a él. Se subyuga  para darle placer, algo que le resulta extrañamente poderoso y excitante hasta la locura. Que irónico, ¿no? Que después de todo le darle placer a alguien más era lo que la dejaba a ella goteando.

—¿Quieres que me corra en tu boca? —la pregunta sale de sus labios entre jadeos, pero lo hace con seguridad, haciéndole saber que independientemente de la posición iba a hacer lo que ella le dijese sin poner ningún pero.

Lo miró a los ojos, respondiéndole con estos que era un rotundo si. ¿Iba a negarse ella a sentir como se derretía en su boca?

Alan quiso cerrar los ojos cuando la fuerte oleada de placer invadió su cuerpo, pero prefirió morderse los labios con fuerza y sostenerle la mirada. Zaida jadeó conforme y saboreó en su paladar el cálido y espeso líquido.

En sus ojos picaban las lágrimas, de las comisuras de sus labios desprendía un pequeño hilo de saliva, su garganta escocía cada vez que algo hacía contacto con ella.

—¿Y bien, princesa?

—Quiero más —pidió, casi con exigencia—. Me importa muy poco que estemos en casa de mis padres, no quiero dormir en toda la santa noche.

—La noche va a ser de todo menos santa, créeme —soltó una risita y la ayudó a levantarse—. Todo el respeto que me tenían tus padres, ese que me ha costado ganar durante la cena, voy a perderlo en una cuántas horitas por hacer gritar a su adorada hijita.

—Hay que complacer a las princesas, mandón.

—Lo sé, lo sé... Y yo voy a hacerlo, no hables apresurada —palmeó una de sus nalgas y la situó en la cama a su antojo.

La noche acababa de empezar para ellos, se les haría corta con todo lo que querían hacer y con todas esas cosas que no iban a poder, que tendrían que quedar para otro día por falta de recursos. Alan estaba práctico en lo suyo pero en ciertos sitios, aunque su creatividad siempre era un punto a favor.

Húmedas sensaciones Where stories live. Discover now