Capítulo 29

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3 de septiembre.

El día había llegado. Los nervios estaban a flor de piel, era su única oportunidad para pasar de curso y no podía permitirse suspender, no, ella se había pasado noches estudiando para ese momento, para esos exámenes.

—Princesa, estaré aquí fuera esperándote, intenta no ponerte demasiado nerviosa porque te lo sabes perfectamente y no hay motivos para dudar de ti misma —susurró, tomando su rostro con sus manos para acunarlo—. Puedes ponerte cerca de la ventana, así me ves desde allí y te alegras la vista.

—Vas a ser una distracción —murmuró con diversión, tratando de ocultar los nervios con su humor.

El humor siempre servía de cortina para ocultar algo. Un sentimiento. Un pensamiento. Los nervios. Lo que con palabras no eras capaz de expresar. Eso ella lo sabía muy bien, por eso recurría siempre a ese estilo, para tapar sus realidades.

—Como quieras —alzó sus cejas despreocupado, después quitó sus manos de su cara para meterlas en sus bolsillos—. Yo solo te estoy diciendo. Si quieres una distracción puedo dártela.

—No vas a meterme nada por el coño, no cuando estaré frente a una de las cosas más importantes de mi vida, mi futuro académico depende de lo que escriba en esas hojas y... Oh.

Los dedos del dominante se colaron de manera discreta bajo su vestido, apartaron la tela de sus bragas y empujaron dentro de ella una bala vibradora.

—Oh —repitió, burlón, volviendo a colocar su ropa como si anda—. Ahora estarás entretenida. Menos sufrimiento para tu mente, si no te acuerdas de algún dato irrelevante solo céntrate en el placer que tienes entre piernas y no en el dolor que tendrás en la cabeza. Confía, confía en mi, pero sobre todo confía en ti, Zaida.

Ella asintió de manera ligera, repasando todas sus palabras. Era la primera vez que alguien la tomaba tan en serio, la primera vez que alguien confiaba en ella de esa manera, la primera vez que, si no fuera por los nervios, se sentía completa.

—Te amo —dijo, poniéndose de puntillas para besarle los labios—. Dame suerte, mucha suerte.

—No tengo suerte, Zaida, tú eres mi suerte —le sonrió antes de volver a besarla, disfrutando de sus labios como si fueran su dulce favorito, saboreando la esencia de sus bocas unidas—. Vas a tener que ir yendo, tu examen empieza en cinco minutos, princesa.

Volvió a asentir, casi de manera robótica. Se sentía la presión cuando pasaba de hablar por los codos a decir apenas palabra y comunicarse mediante gestos. Le dejó los apuntes a él y caminó hasta la entrada, sintiendo sus piernas temblar con cada paso que daba.

—¡Zaida! —la llamó antes de que entrase por la puerta, ella apenas se giró, solo lo miró sobre su hombro—. Suerte, princesa, no la vas a necesitar pero si con eso estás más tranquila... —sonrió con los labios pegados—. Te amo.

Era lo que necesitaba para calmar el acelerado ritmo de su corazón batiendo con fuerza contra su pecho. Su voz, sus palabras, él. El efecto narcótico que producía en ella.

Subió a su aula y se situó en la ventana, quizá su novio tenía razón y mirar para él de vez en cuando le ayudaba a relajarse cuando se sintiera atacada por los nervios. No le hizo falta demasiado, porque una vez que le pusieron las hojas delante supo que iba a necesitar todo su tiempo y no distraerse ni el más mínimo segundo.

Alan, por su parte, se había quedado fuera del coche pero apoyado en este. Iba a esperarla, si, como un imbécil que no tenía tiempo libre ni sabía lo qué hacer con él.

—Vaya, vaya... Que sorpresa verte aquí —la voz de quien no quería escuchar sonó chirriante en sus oídos.

—Lidia —chasqueó su lengua—. Pensé que estarías haciendo un examen, ya sabes, eres la profesora.

—Mi examen es la hora siguiente —indicó—. En cambio tú no deberías de estar aquí, has aprobado absolutamente todo. ¿Estás esperando a alguna novia?

—A mi novia —recalcó.

—¿Y quien es? Si se puede saber...

—No, no se puede saber porque tiene examen contigo y no quiero que por eso se vea afectada.

—¿Y por qué iba a verse afectada? —sonrió de manera socarrona.

—Porque eres una hija de puta, Lidia, nos conocemos —espetó—. Por eso no pienso decirte nada, prefiero que las cosas se queden como estén.

—Bueno, Alan, eso está por verse —soltó una risa casi burlona—. Espero que tu novia haya estudiado mucho porque hice un examen complicado.

—Lidia...

—Soy una hija de puta —le guiñó un ojo antes de echarse a caminar hacia la entrada, Alan quiso decirle un par de cosas pero sabía que no era ni el momento ni el lugar para hacerlo.

Apretó los labios y se mordió la lengua, aguantándose las ganas de gritar. Enfadarse tampoco era la solución, así que mejor controlarse. Decidió ir hasta la cafetería para tomar un café y bebérselo en las escaleras mientras hacía tiempo. Miró unos cuantos vídeos de esos que aparecían en sus Reels, cotilleó las historias de sus amigos, se pasó a Twitter para ver que nuevas polémicas había... Estuvo un rato aburrido, pero la espera valió la pena.

Zaida salió con las manos temblando horas después, pero con una sonrisa en los labios.

—Creo que me ha salido bien —susurró ella.

Él le tomó las manos para acariciarlas y después las llevó a su rostro para dejar un beso en cada una de ellas.

—Sabía que podías, princesa —sonrió con orgullo antes de envolver su cuerpo con sus brazos—. ¿Cuándo te dan las notas?

—El día cinco, no tengo que venir a buscarlas, me las envían por correo —informó—. Creo que apruebo.

—¿Todas?

—Si, economía incluida —agregó con diversión.

—Eso espero —sacudió ligeramente su cabeza—. ¿Tienes hambre? Porque yo estoy hambriento y no me quejo si vamos a comer a algún sitio.

—Nunca se le dice que no a la comida.

Se tomaron de la mano y entraron al coche, en la radio sonaba Estopa, Alan quiso cambiar a otra pero cuando se fijó en la letra de la canción supo que debía de dejarla. Nada era causalidad en la vida.

Toma mis ilusiones

Ya no las quiero

Tengo otras intenciones

Tocarte el pelo

Tocarte el alma

Con la misma llama de mis dedos

Que están perdiendo la calma

Su mirada bajó hasta las piernas de Zaida, que estaban ligeramente apretadas y él sabía el porqué. Sonrió con inocencia, posando su mano allí, mientras que volvía a mirar la carretera. Sus intenciones estaban claras una vez más.

Se hizo camino, la acarició, la tocó, la hizo jadear y también llegar al éxtasis en los quince minutos que duró el trayecto.

A veces era necesario pasar por el infierno para después tocar la gloria.

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