CAPÍTULO 1

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He escuchado toda mi vida

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He escuchado toda mi vida.

Es mi pasatiempo favorito: escuchar.

Mi madre se sentaba entre la cama de mi hermana y la mía, nos leía cuentos antes de dormir, escuchaba sobre los conejos, las princesas, la caperucita y el lobo feroz. Yo era la princesa en apuros y ella quien me salvaba del terror. 

Solía sentarme, encender la radio y disfrutar de la música que alguien más elegía por mí, cuando lo hacía, poder escuchar no era más que algo para admirar.

Habían muchas cosas que hacían de escuchar una de mis actividades favoritas: las emociones que transmitían las personas en el tono de voz, el miedo que se puede infundir en alguien solo con un simple sonido, las pequeñas melodías que creaba la naturaleza o el simple hecho de mostrar lo que sientes con una palabra.

Escuchar es incluso lo mejor del silencio.

Otra cosa que amo tanto como escuchar son las estrellas. Mi hermana y yo nos sentábamos en el patio al aire libre, sobre el césped sintético que cubría casi todo el suelo, éramos amantes de cada constelación.

¿Puedes ver las estrellas?

Ella sujetaba mi mano fuertemente y podía escuchar su sonrisa. Cualquier cosa la hacía sonreír.

Están ahí, siempre están ahí.

Ella había hecho que amara las estrellas, que las comprendiera, que las viviera incluso con los ojos cerrados. Geraldine sin saberlo había hecho de su hábito mi hábito y más que eso me había dado una razón para sonreír, una razón para creer en lo que había más allá y que nunca podría ver. 

A ella le gustaba un chico, me dijo que la invitó a salir. Venía contándome sobre él desde el inicio del semestre, tomaban clase juntos en la universidad, así que sabía que tan importante era para ella esa salida. Unos tragos de cerveza y luego quizá terminaba moviendo las caderas, pues a mi hermana le encantaba mucho bailar. Pero mamá no la dejó salir, le dijo que no debía dejarme sola, no si ella no iba a estar ahí.

Yo estaría bien, siempre lo estaba. Me acostaba sobre el edredón de mi cama y escuchaba. Siempre escuchaba historias de amor, yo quería una historia de amor. Pero ¿quién se iba a enamorar de mí? Era lo que pensaba.

Nadie querría enamorarse de mí.

Mi hermana no decía nada de cómo se sentía al respecto, pero lo sabía, le molestaba quedarse conmigo. Ella no quería hacerlo, no esta vez. Estuvo fantaseando con esa cita desde hace semanas y ahora que era un hecho simplemente mi madre se lo había negado. Así que cuando estuvo junto a mi cama le susurré que estaría bien.

—Puedes irte, mamá no lo sabrá —le dije—. Puedo quedarme sola.

Comenzó a caminar por la habitación, el sonido de sus pasos comenzaba a abrumarme, pero no le dije nada, era muy normal que Geraldine tuviera sus momentos. Era como si el silencio fuese algo prohibido para ella y aunque no decía nada necesitaba tener un sonido constante que ocupara su sistema auditivo. 

—¿Y si mamá se da cuenta? —Se detuvo de pronto, agradecí internamente, ya se me hacía agotador que se moviera de un lado a otro como animal enjaulado.

—Yo no le voy a decir nada y que yo sepa no hay cámaras en la casa —le dije—. Solo tienes que asegurarte de estar aquí antes que ella.

Hubo un momento de silencio, como si no estuviera segura de mis palabras, pero luego sus manos fueron a mi rostro y besó mi mejilla de manera sonora.

—Te amo, hermana, eres la mejor. —Sonreí junto con ella y luego la escuché dar vueltas por toda la habitación buscando qué ponerse. Esa clase de momentos era uno de los más extraños porque me pedía consejos y no tenía ni la menor idea de qué decir, sin embargo de alguna forma nos las arreglábamos y al final estaba satisfecha con mis palabras como si yo supiera algo sobre estar de moda. 

Unos pocos minutos más tarde mi hermana ya se había ido. 

Nunca me quedaba sola en casa, a mi madre no le gustaba, se asustaba un montón y solía decir que algo malo podía pasarme. Ella escuchaba las noticias, homicidas, violadores y todos los casos habidos y por haber sobre violencia, le aterraba que sus hijas algún día fuesen dañadas, pero temía más por mí.

Todos temían por mí como si no pudiese valerme por mí misma.

Me senté en mi cama a escuchar el audiolibro que Geraldine había descargado para mí, dijo que me iba a gustar. Mi hermana y yo no teníamos los mismos gustos literarios, solía leer cosas sencillas y siempre leía novelas románticas, pero a ella le gustaba el morbo y la acción.

Era una voz suave y aterciopelada, hablaba sobre un reino y sobre magia, yo quise sentir la magia también y a pesar de que mi madre me había prohibido salir de noche de casa no me importó dejar mi habitación, ella no se iba a dar cuenta. Si Geral podía salir sin su permiso yo podía también dejar mi alcoba por unos minutos.

Abrí la puerta trasera y recorrí los mismos pasos que solía recorrer con mi hermana. En medio del césped y con el viento fresco de la noche me tendí sobre el suelo junto a la oscuridad que me rodeaba. La grama estaba ligeramente húmeda por la llovizna de la tarde y los ladridos de mi perro resaltaban de fondo. Volví a reproducir mi audio libro a un volumen que me permitiese percatarme del mundo a mi alrededor y miré las estrellas.

—¡Hey! —Escuché que alguien gritaba.

—¡Oye, tú!

No podía ser conmigo.

—¡Niña! —Su voz se acercaba más a mí y giré mi rostro hacia él para que viese que le prestaba toda mi atención—. ¿Por qué estás ahí tirada?

—Veo las estrellas —contesté.

—¿Qué? —Sonó desconcertado—. No hay estrellas hoy, ¿estás loca?

Sonreí.

—Siempre hay estrellas, una cosa es que no las veas.

Él nunca veía estrellas y yo nunca escuchaba un corazón latir como el suyo, hasta que nos conocimos.

Él nunca veía estrellas y yo nunca escuchaba un corazón latir como el suyo, hasta que nos conocimos

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