CAPÍTULO 23

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Cuando llegué a casa ese día no sabía qué le iba a decir a mi madre en cuanto cruzara la puerta, había salido de casa sin su aprobación, había incluso dejado mi bastón por lo que Leo me acompañó a la puerta

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Cuando llegué a casa ese día no sabía qué le iba a decir a mi madre en cuanto cruzara la puerta, había salido de casa sin su aprobación, había incluso dejado mi bastón por lo que Leo me acompañó a la puerta. Yo nunca hacía esas cosas, así que me aterraba lo que diría o cómo reaccionaría, en especial si había salido con alguien que ella no conocía.

—Gracias —musité.

—Gracias a ti por acompañarme. —Fue su respuesta.

Lo escuché dar un paso y asumí que se alejaría e iría a casa, pero sorpresivamente su aliento estaba rozando mi rostro y luego sus labios tocaron mi mejilla izquierda con suavidad.

—Pasa linda noche —dijo antes de alejarse y dejar mi corazón desarmado. La mayor parte del tiempo era yo la que hacía que su corazón bailara con mi imprudente cercanía, pero esta vez fue él que hizo que mi pulso temblara, por primera vez entendía su nerviosismo cuando decidí tocarlo o cuando me acercaba demasiado.

Supuse que era un síntoma de estar cerca a enamorarse, sino era que ya lo estaba.

Tomé el pomo de la puerta y lo giré con cuidado. Había silencio en casa, tanto como para suponer que no había nadie allí, pero en cuanto cerré la puerta y di un par de pasos hacia la sala escuché la voz de mi madre, podría asegurar que estaba sentada en ese sillón que tanto amaba.

—¿Y tu hermana? —inquirió y me quedé estática. ¿Mi hermana? ¿Cómo iba a saber dónde estaba mi hermana? Duré horas fuera de casa, la dejé aquí, ni siquiera pensé en lo que vendría cuando volviera; pero, sin duda, no esperé que lo primero que saliera de su boca fuese preguntar por Geral.

Debía idear algo con urgencia, solo que tenía la mente en blanco, las manos me temblaban un poco e intentaba que de mi mente saliera algo bueno, pero era mala armando historias. 

—Ella... ella... —balbuceé sin tener ni la más mínima idea de qué decir. A veces mentir se me daba muy mal, pero antes de que pudiera meter la pata mi hermana entró por la puerta gritando un hola.

—Cristal dejó el bastón afuera, ahora se cree súper poderosa.

El aire volvió a mis pulmones de pronto y sonreí de manera temblorosa.

—No soy súper poderosa.

—Ya queda demostrado que puedes entrar a casa sin tropezar. —Escuché su risa y dejó en mis manos mi bastón.

—Es así siempre —se queja mi madre—. Hoy pediremos pizza para cenar, ¿qué dicen?

Mi madre no esperó una respuesta para ponerse de pie y buscar el teléfono para pedir la cena sin percibir ni un poco que sus hijas le estaban mintiendo en la cara, yo aún seguía intentando entender qué había pasado.

—Podrías empezar por un gracias, hermana, por cubrirme.

—Te amo —afirmé y la envolví con mis brazos hasta que la escuché quejarse como si no estuviera complacida de que le mostrara mi amor por medio de un abrazo.

—Yo también te amo, tontita —dijo luego de resistirse un poco, así que sonreí. ¿Qué haría yo sin Geraldine? Dios sin duda me había regalado a la mejor hermana que pudiera existir.

 ¿Qué haría yo sin Geraldine? Dios sin duda me había regalado a la mejor hermana que pudiera existir

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