Capítulo 03 (Presente)

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"Si olvidar es un pecado, entonces pueden condenarme."

Miko

Miko no tenía recuerdos de su infancia, ni de sus primeros años de adolescencia, de hecho, no tenía recuerdo alguno de su pasado. Su mente comenzaba un día, tres años atrás.

Lo primero que recordaba era un lugar oscuro, paredes altas de roca tallada y fuego, fuego por doquier, caos, conmoción, un dolor terrible en las cienes, borrones y después todo volvía a ser negro.

Su segundo recuerdo era al despertar, en esa ocasión se encontraba en un lugar totalmente distinto, una colina verde, alejada del mundo, con la única compañía de una mujer, quizá de su edad, ambas vestían ropas de combate, hechas girones y con el símbolo del clan amatista bordado en los hombros.

Nunca supo quién era la mujer que la salvó porque un velo rojo le cubría la cabeza, pero desde que la vio, sentada a su lado, contemplando un punto en la nada sintió que podía confiar en ella.

En ese momento no comprendía lo que pasaba, su cabeza seguía doliendo, pero era un dolor soportable, nada que ver con la tortura que antes tuvo que pasar.

Ella, la mujer, le dijo que durante tres días estuvieron huyendo por todos los territorios, y cuando Miko preguntó la razón le respondió con una frase que llegó a conmocionarla.

—Ofendiste a Lan-Sui, como líder querrá matarte, nuestro clan nos ha dado la espalda y ahora debemos huir, debemos escondernos si lo que queremos es seguir con vida.

Y eso fue justamente lo que hicieron, iban de pueblo en pueblo, escondiéndose como pordioseras, sobreviviendo como mendigas. Un día, sin embargo, guardias reales llegaron al pueblo en el que se encontraban, la mujer la hizo escapar, y, aunque prometió alcanzarla a las afueras del bosque que rodeaba el lugar, jamás apareció.

Miko la esperó durante días hasta que los guardias volvieron y tuvo que huir, desde entonces estuvo sola.

Vivía de lo que encontraba, aprendió a robar, pero nunca tuvo corazón suficiente para ejercer ese oficio. Comenzó a trabajar de sirvienta en casas de ricos, era porqueriza en las granjas de ganado, labradora en las villas de cultivo, a veces incluso lavandera para algún noble. No se quejaba, aceptaba las sobras con una sonrisa y agradecía los rincones oscuros que le daban para dormir.

Procuraba mantener un perfil bajo y no llamar demasiado la atención, vendó sus manos para ocultar los tatuajes en tinta negra que la delataban como bruja, abandonó la magia que corría por sus venas, y, haciendo caso de las advertencias de aquella mujer, jamás se atrevió a dejar el territorio humano.

Sin embargo, parecía que la falta que cometió fue muy grave, ya que los guardias y patrullas, tanto de mortales como de demonios, no paraban de recorrer cada rincón, esto la obligaba a huir constantemente, a veces pasaba días escondida en las montañas, temerosa a ser descubierta, pasaba hambre y sed, pero no bajaba al pueblo. No era hasta que los soldados se retiraban, que finalmente se armaba de valor para volver.

Entonces se cargaba con bienes y partía, huyendo de ese lugar y buscando uno nuevo donde comenzar desde cero.

Andando, andando, llegó al pabellón blanco. Estaba medio muerta, cubierta de barro y suciedad, ni siquiera pudo pronunciar dos palabras antes de caer al suelo, inconsciente.

Un hombre joven se apiadó de ella y la cuidó, le brindó comida, ropa, una cama cómoda y un techo para quedarse. Luego de unas semanas, Miko estaba recuperada y decidió permanecer allí, el joven que la había salvado comenzó a entrenarla; le enseñó las artes, la escritura, a tocar todo tipo de instrumentos y melodías, también le enseñó a cocinar, a bordar. Más adelante le mostró como maquillarse para resaltar su belleza, también le mandó a confeccionar túnicas especiales que le permitieran ocultar cicatrices y quemaduras en sus brazos, heridas que no recordaba haberse hecho.

The princess and the demon witchWhere stories live. Discover now