Epílogo

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"Traidor"

***

El llanto del bebé era insoportable, llevaba horas sin detenerse y todavía no mostraba signos graves de fatiga a causa de pasar tanto tiempo clamando por atención para que lo alimentasen.

Nadie acudía a su llamado, encerrado en el fondo negro y frío nadie podía escucharlo.

Las paredes encerraban al pequeño en una habitación demasiado grande para un recién nacido, el eco que se expandía, aumentando la intensidad del llanto, ayudaba a llenar el lugar, pero no era suficiente.

Una hora más tarde el infante seguía llorando, pero a diferencia de antes esta vez alguien ingresó, arrastrando una fragancia calmante y un velo rojo que usó para cubrir su rostro incluso antes de cerrar la entrada.

Tomó al niño en brazos, arrullándolo con un meneo suave hasta hacerlo dormir. La persona ataviada con sedas rojas, unidas en un amplio vestido de falta ancha y escote en forma de corazón, no habló, no deleitó al menor con el magnífico sonido de su voz al entonar una nana.

Cansado y hambriento, el niño terminó dormido, recargando su cabeza en el pecho de la mujer que seguía en silencio. Ella suspiró al sentirlo tan cerca y verlo tan cómodo, sin resistirse le acarició la cabeza con dulzura y le regaló un beso en la frente, sintiendo el calor del cuerpo de la criatura viva.

Con cuidado de no despertarlo, liberó una de sus manos del peso que era cargar el pequeño cuerpecito, la llevó hasta el puñal atado en el cinturón de cuero y lo desenfundó.

Detrás del velo su expresión seria no cambió en ningún momento, ni cuando arrulló al niño, ni al quitarle la vida con un tajo certero que le abrió la garganta.

No hubo llanto ni tiempo para lamentos, fue tan rápido que llegó a ser como una ilusión. El puñal fue alzado y luego trazó una línea recta sobre la piel tierna, abriendo una herida irreversible y consiguiendo la muerte inmediata del heredero de Oeste.

Sin lamentar sus actos, la mujer dejó el cuerpo en el mismo lugar del que lo había tomado, contempló la sangre fluir y formar un charco a su alrededor, manchando sus notas y la falda carmín de su atuendo.

—Perdóname. —Murmuró. —Tú no eres el problema, pero tú madre sí.

Ya sin vida, el bebé no pudo responderle con llanto o con una sonrisa inocente, de esas que siempre pintaban su bello rostro. Restándole importancia al asunto, la mujer enfundó de nuevo su arma y salió del lugar, ignorante a las dos figuras traslúcidas que se formaban entorno al cuerpo del infante.

—Va a condenarse. —La figura más joven habló con pesar, sintiendo lástima por el pequeño muerto. —Hace tiempo que está maldita, con las acciones que hace solo empeora todo.

La otra figura en cambio no dijo nada, se mantuvo en el suelo, sentado a un lado del niño, observando sus rasgos y buscando cualquier similitud en sus facciones.

—Verlo no te hace bien. Déjalo ya, no encontrarás en ese niño algo de tu hija, ella no es la madre.

Wan Lian suspiró con pena, frotando sus manos contra sus rodillas, como si buscara un calor que no llegaría.

Llevaba tanto tiempo alejado de los suyos que su corazón dolía, aún así no los olvidaba, los llevaba en sus recuerdos, protegiendo sus memorias como lo único que lo mantenían cuerdo.

—¿Entonces por qué crees que mató a un inocente? Este niño no tiene la culpa de nada.

—Pero al parecer la madre sí.

—No es bueno pecar con un inocente cuando los culpables son los progenitores.

—Dile eso a ella. Quizá por una vez te escuche.

La puerta se abrió de nuevo y ella regresó, pero allí no había nadie, las dos criaturas desaparecieron fragmentándose en diminutas plumas que se perdieron, esfumándose en la nada. 

The princess and the demon witchNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ