ℭ𝔞𝔭𝔦𝔱𝔲𝔩𝔬 𝔒𝔠𝔥𝔬

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Erick despertó poco después y se aparto de un salto, sus ojos me miraron con desconfianza por unos instantes y decidí no comentar nada de su cercanía. No me molestaba para nada pero tenía la fuerte impresión de que el chico no estaba abierto a tener una discusión de los porque de esta. Por lo que haciéndome el desentendido, me puse de pie y le informe que ya era hora de irnos. Erick solo asintió y subió al auto.

El camino a casa fue exactamente igual que el de ida. Erick no hablo y yo tampoco lo hice, su mirada estuvo perdida por la ventana mientras tamborileaba una cancion inventada con sus dedos sobre sus piernas.

—Hasta mañana, Erick —salude cuando al detener el auto frente a su casa, el chico se bajo y apresuro sus pasos hacia la puerta.

Erick no contesto pero un simple gesto de su mano sobre su hombro me basto como despedida. Girando el auto, salí del patio frontal y me dirigí a mi apartamento. Mi horario había terminado hacia dos horas pero no me habría importado quedarme sentado allí con Erick sobre mi toda la noche.

Deteniendo el auto en un semáforo, comencé a golpear el volante con mis palmas—¡Oh dios! ¡Mierda ¡Maldición! ¡Puta madre! ¡Y la perra madre que me pario! —gruñí hacia nadie en especial. La conductora del auto a mi lado me miró con curiosidad y algo de temor pero no le preste atención. Una vez la luz cambio, acelere mientras soltaba todas las ordinarieces e insultos que conocía—. ¡Maldito corazón que no sabe lo que le conviene! —murmuré mientras entraba al estacionamiento del edificio.

Estaba tan jodidamente confundido con lo que me sucedía. No era posible enamorarse de una persona que viste dos veces y te trato como si fueras un trapo de piso. No estaba enamorado de Erick Brian Colon  y punto final. Simplemente me importaba lo que le sucediera. Era eso, solo un amigo. Respirando hondo, me convencí de ello. 

Erick era solo un amigo al cual quería ayudar. Simple. Chris estaba durmiendo en el sofá de la sala cuando entre al apartamento. Tenía una bolsa de Cheetos en la mano y su saliva comenzaba a hacer un pequeño río por el borde del sofá. Haciendo una mueca, alcancé el mando a distancia y apague el televisor en el cual se estaba reproduciendo una vieja película de terror. Me debatí entre despertarlo para enviarlo a su cama o dejarlo dormir allí, decidí lo primero. No era tan mala persona.

Tomando uno de los cojines del sofá golpee su rostro con todas mis fuerzas. Chris salto sobre su trasero antes de rodar y caer al suelo. Eso había sido demasiado cómico.

—La madre que te pario, Joel —gruño, pasándose una mano por el rostro.

—No te metas con mi madre, imbécil —reí mientras me volteaba dirigiéndome a mi habitación—. ¡Limpia la saliva del sofá antes de irte a dormir!

—Yo no babeo.

—¡No, te inundas por la boca! —bromee.

Chris refunfuñó algo pero no logré escucharlo ya que me metí a mi habitación cerrando la puerta a mis espaldas. Quitándome la ropa en el camino me metí de cabeza a la ducha. Necesitaba despejar mi mente de cierto ojiverde y por lo general el agua tibia azotando mi cuerpo ayudaba.

No lo hizo. Veinte minutos después estaba tan rosado como Piglet y Erick seguía en mi mente.

Arrojándome sobre la cama me pase una mano por el cabello y cerré los ojos. Mi mente estaba tan cansada de dar vueltas que no me costo mucho dormirme. Aunque mis sueños estuvieron llenos de cabello oscuro y brillantes ojos verdes.

Desperté cerca de las cinco de la mañana. Mi cuerpo estaba sudado y mi respiración agitada como si hubiera corrido una maratón. No recordaba mi sueño pero podía decir que me había asustado con él, era un miedo horrible de ese que te aprieta el pecho y te impide respirar. Un temor sin fundamento que te deja paralizado por segundos sin poder defenderte del sentimiento.

𝕭𝖗𝖆𝖛𝖊 Where stories live. Discover now