ℭ𝔞𝔭𝔦𝔱𝔲𝔩𝔬 𝔇𝔬𝔠𝔢

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Acariciando el cabello de Erick con suavidad, enrede las oscuras hebras de seda antes de dejarlas caer nuevamente. Los ojos del pelinegro revoloteaban intentando permanecer abiertos pero podía ver como el cansancio estaba ganando la partida. Acunándolo contra mi pecho, me mecí suavemente hacia los lados sonriendo cuando el niño se rindió ante Morfeo, hundiéndose en un tranquilo sueño.

—Lo que daría por borrar toda tu tristeza. —susurré mientras me inclinaba rozando mis labios en su mejilla.

Con un suspiro derrotado, me puse de pie con cuidado reteniendo mi preciosa carga contra mi pecho en un intento de no despertarlo mientras lo hacia. Entrando a su habitación, lo coloque suavemente sobre la cama preguntándome si era acertado dejarlo solo. No tenía ni idea de como iba a reaccionar el niño.

Las largas y espesas pestañas de Erick revolotearon, abriéndose apenas unos centímetros para mirarme directamente.

—Vuelve a dormir, ojos bonitos. —dije suavemente mientras lo cubría con una manta—. Iré a hablar con tu tío.

—Esta bien. —su voz se mezclo con un suspiro antes de que se enroscara sobre si mismo.

Sonreí con ternura. El chico era realmente precioso. Poniéndome de pie, fui hasta la ventana y arroje las cortinas cerrándolas para evitar que la luz del sol molestara a Erick. No quería que nada lo alterara, tenía la impresión de que el chico estaba colgando de un hilo y cuanto menos se estresara mejor. Una vez que me aseguré de que la habitación estaba oscura me dirigí a la puerta y salí al pasillo, pasando por el baño para recoger mi camiseta.

La oficina del señor Zabdiel quedaba en la planta baja, al fondo de un largo pasillo lleno de pinturas que podía apostar lo que fuera eran muy caras. La puerta estaba hecha de madera de cerezo, gracias a la tienda de muebles de mis padres podía distinguir perfectamente unas de otras. También sabía que una puerta así de maciza costaba una buena cantidad. Golpeando mis nudillos sobre la misma esperé la invitación para poder entrar.

—Oh Joel, eres tu. —Zabdiel recogió las carpetas de su escritorio rápidamente antes de hacerme un gesto para que me sentara en la silla frente a él—. Toma asiento, por favor.

—Gracias. —hice lo que me pidió antes de cruzar las manos sobre mis piernas y mirarlo directamente—. ¿De que quería hablarme?

Zabdiel se sentó en la silla detrás del escritorio mientras soltaba un suspiro largo. Su cabello oscuro, al igual que el de Erick, permanecía desordenado por la pelea y podía ver el cansancio adueñarse del marrón de sus ojos mientras me miraba.

—Yo... —se mordió el labio sacudiendo la cabeza y mirando a todas partes antes de volver a mi—. No sé como lo hiciste.

—¿Hacer que? —incline la cabeza con curiosidad.

—Lograr que Erick te acepte. —apretó los labios juntos por un momento antes de volver a hablar —. Hubieron varios guardaespaldas antes que tu, Joel, pero eres el único que Erick dejo entrar —sacudió una mano, abarcando todo—. Él hasta parece necesitarte.

—No hice nada en particular, señor Zabdiel, simplemente... confié en él.

—¿Y que piensas hacer ahora? —pregunto, mirándome con una ceja alzada.

—¿De que habla?

—Con Erick —aclaró—. Él confía en ti ahora pero, ¿eres su amigo o simplemente mi empleado?

Fruncí el ceño, pensando en sus palabras e intentando entenderlas. Podía ver su punto pero tampoco sabia la respuesta a esa pregunta. Sabia que si Erick se daba cuenta de que seguía siendo su guardaespaldas y podía realmente pensar que solo estaba a su lado por el dinero. Eso destruiría la poca confianza que el chico había encontrado. El niño era frágil e inocente en algún punto, y tenía la impresión de que estaba muy cerca de su punto de ruptura. Si lo arruinaba, Erick se perdería. Estaba demasiado consciente de ello.

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