6.- Ofrenda

655 103 10
                                    

Las palabras de He Xuan daban vueltas en la mente de Shi QingXuan, que esperaba ansioso la ofrenda que el Supremo le entregaría para iniciar su cortejo. Aunque a veces sentía que todo esto era un sueño del que despertaría acurrucado en una esquina en la capital imperial, sabía que todo esto era verdad.

— Señor del Viento, le estoy hablando.
— ¿Ah?

Shi QingXuan parpadeó y Mu Qing puso los ojos en blanco.

— Si no me va a prestar atención mejor me voy— dijo con fastidio.
— No, no, descuide— dijo Shi QingXuan un poco avergonzado—. ¿Puede repetirme el motivo de su visita?

Mu Qing resopló, pero aún así repitió lo que había dicho antes. Su territorio tenía problemas con espíritus de viento que no podían ser erradicados por el dios marcial, los cuales causaban destrozos en las aldeas y no podían ser alejados por amuletos ni talismanes.

— Así que… esperaba que usted pudiera auxiliarme— dijo Mu Qing.
— ¡Por supuesto que puedo!— dijo Shi QingXuan con alegría—. Vamos al sitio donde fue el último ataque.

Ambos se dirigieron a una aldea parcialmente destrozada en el suroeste en el momento justo que los espíritus de viento aparecían para seguir haciendo travesuras. Shi QingXuan desplegó su abanico avanzando hacia ellos, conjurando una brisa fría que llamó su atención. El dios del viento esperaba tener que enfrentarse a ellos, pero lo que sucedió lo tomó por sorpresa: todos estos espíritus se arremolinaron frente a él dando vueltas a su alrededor con risas, exclamando a una sola voz:

— ¡Mi señor, ha vuelto! ¡Nosotras, las ventiscas, lo hemos extrañado!

Shi QingXuan dejó escapar una risa nerviosa y alzó la mano, tocando la cabeza de uno de éstos y el espíritu se frotó contra su mano como un gatito.

— ¿Has estado causando problemas?
— No, no…

Mu Qing chasqueó la lengua con molestia y el grupo se dispersó ocultándose detrás de Shi QingXuan. El dios los despidió con sencillez haciéndoles prometer que no causarían problemas y el asunto terminó ahí, pero en el momento que Shi QingXuan se disponía a subir vio algo que llamó su atención.

— Vaya usted primero, general, yo lo alcanzo después.
— Como quiera.

El dios elemental se dirigió hacia un árbol y trepó de un salto a una rama, notando que sobre ella alguien había puesto una rosa blanca. Shi QingXuan sintió un cosquilleo recorrer su columna vertebral y la tomó, percibiendo su fragancia fresca; una sonrisa curvó sus labios al notar el taimado aroma a almendras que provenía de la flor y la guardó con cuidado para llevarla a su palacio. Guardarían todas las ofrendas para que no se marchitaran.

Inicio de ceroOù les histoires vivent. Découvrez maintenant