27.- Rutina

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Para el sexto mes, el embarazo de Shi QingXuan era demasiado evidente, por lo que la diosa creó un clon suyo que se ocupara de sus deberes mientras estuviera convaleciente. La posibilidad de perder a sus niños era alta y no iba a arriesgarse a tener un problema mientras estuviera trabajando así que se resignó a quedarse en cama el tiempo que restaba de su gestación.

Por suerte para ella, tenía un esposo devoto que se quedaba a su lado todo el tiempo posible. Entre ellos se había instalado una rutina relajada: por las mañanas, He Xuan salía a atender sus asuntos de calamidad para dedicarse a cuidar a su esposa el resto del día; mientras tanto Shi QingXuan se conectaba a la matriz de comunicación espiritual de la corte celestial para estar al día con los pendientes de su oficio, entregar reportes a Ling Wen y después platicaba un poco con Xié Lian, que iba a visitarlo de vez en cuando. En su última visita, Yushi Huang había ido también, por lo que se conectaba con la diosa de la lluvia de vez en cuando también.

Y el resto del día, Shi QingXuan se dedicaba a disfrutar los mimos y atenciones de He Xuan.

Pero ese día sería un poco diferente: He Xuan llegó de su día habitual lidiando con intrusos en sus tierras y devorando uno que otro tropel de fantasmas y para su sorpresa encontró a Shi QingXuan hecha un mar de lágrimas, en medio de un montón de ropa tirada.

— ¡QingXuan!

— ¡No me hables! ¡Esto es culpa tuya!

— ¿Qué?

El rey fantasma la miró con confusión y la diosa dijo:

— Estoy gorda, ya nada me queda. Amo a nuestros hijos pero ahora ni siquiera puedo verme los pies. ¡No puedo usar nada porque la ropa se rasga! ¡No solo estoy gorda sino que también me veo fea! ¡No puedo dar un solo paso sin sentirme cansada! ¡Odio todo esto!

Shi QingXuan se cubrió la cara con las manos y siguió llorando. El instinto protector de He Xuan se disparó al verla y corrió a abrazarla aún sabiendo que podría recibir un golpe, pero eso no pasó, para su fortuna.

— No eres fea— le dijo—. Eres una persona hermosa.

— Lo dices porque eres mi esposo.

— Lo diría aún si no lo fuera.

Poco a poco, Shi QingXuan se fue calmando hasta recuperarse por completo, y He Xuan pensó en algo que le hizo feliz:

— Vayamos a comprarte ropa— dijo el rey fantasma—. Encontraremos algo que sea lindo y te quede bien.

La emoción de Shi QingXuan era palpable conforme salían rumbo a la capital imperial para sus compras. Hacía mucho que no salía, un paseo le haría bien.

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