Capítulo 15: La ley del hielo

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Los siguientes días fueron los que se sintieron peor

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Los siguientes días fueron los que se sintieron peor. Alex había cumplido con cortar todo lazo que tuviera conmigo, ya no me dirigía la palabra, ahora era yo el que trataba de buscarle la cara.

Mi nuevo amigo era Greg, me sentía vacío andando con él, pesé a que era muy amable y cordial —contrario a Alex— no congeniábamos en nada. Se volvía tedioso, hasta cierto punto, porque sólo hablaba de cosas de Dios.

Pasó una semana, y con esta, quería darme de topes cada que Alex andaba cerca mío y solo pasaba de largo; me sentía muy arrepentido por como me comporté con él.

Todavía era mi compañero de equipo en la clase de química. Smiths nos mantuvo así, a pesar de que incluso ella pudiera sentir el clima invernal que transmitía la pared de hielo imaginaria que creó Alex entre nosotros.

A Greg lo habría acomodado en un equipo de tres.

Estábamos realizando un experimento, ya habíamos pasado al bloque en el que utilizábamos químicos. Algo que no cambio es que yo seguía haciendo todo el trabajo. Tuve que entrar al almacén del laboratorio para conseguir el material, pero los tubos que necesitaba estaban hasta la repisa de arriba, ni de chiste podría alcanzarlos, y la escalera que utilizábamos para esos casos se había extraviado misteriosamente.

—Profesora Smiths —fui a buscarla—. ¿Podría ayudarme?

Era patético que estuviera acudiendo a ella para que me socorriera en alcanzar esos tubos porqué yo era demasiado enano como para hacerlo. Pero era más alta que yo, y siempre llevaba sus tacones de plataforma.

Accedió a ayudarme de buena gana, aunque tampoco pudo alcanzarlos.

—Están demasiado arriba. Pero, ¿por qué no le pides a Miller que los alcance por ti? Él es muy alto, estoy segura que los alcanza sin problemas —sonrío sospechosa antes de darse la vuelta y dejarme ahí.

«Es como si lo hiciera a propósito». ¿Acaso ella estaba conspirando?

No quedó de otra, tuve que pedirle ayuda a Alex y romper esa ley del hielo que me advirtió debía guardar con él.

—Alex —lo llamé pero él ni me miró—, yo sé que no quieres que te hable... pero, necesito tu ayuda.

—¿Qué quieres? —seguía con la vista clavada al frente.

—Necesito unos tubos que están hasta arriba de la estantería para hacer el experimento, pero no los alcanzo.

Alex se levantó y a los pocos segundos los dejo sobre la mesa de prácticas.

—¿Estos? —me preguntó.

Su voz estaba llena de indiferencia. Ni siquiera durante la primera clase, cuando aun no me conocía, había usado ese tono.

—Sí, esos son. Gracias.

El resto de la clase prevaleció el silencio, y por suerte se terminó antes de tiempo.

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