Capítulo 36: A media noche

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Cuando Alex me dejó en mi casa yo ya tenía planeado lo que iba a hacer el resto del día, me encerraría en mi habitación y vería anime en mi laptop  hasta la madrugada

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Cuando Alex me dejó en mi casa yo ya tenía planeado lo que iba a hacer el resto del día, me encerraría en mi habitación y vería anime en mi laptop hasta la madrugada. Parecía un plan perfecto —al menos para mí—, lo malo de todo esto es que se vió frustrado por mi mala suerte, o mejor dicho, mi defecto de ser la persona más descuidada y distraída del mundo.

Cuando me llevé las manos a mi bolsillo izquierdo y no encontré mis llaves me sentí ansioso, al pasarme al otro bolsillo y no tocarlas comencé a sentirme desesperado, y luego cuando me había quedado sin lugares para buscarlas entré en pánico.

—¡NO! —grité al un unísono del estruendo de un relámpago.

«Y ahora, ¿qué voy a hacer?»

Intenté pasarme al patio trasero para abrir, y después de casi matarme por la altura (que no era mucha para una persona normal, pero para mi sí) llegué a la puerta de la cocina para solo darme cuenta que también la había dejado con llave.

Según el reporte del clima se avecinaba una tormenta, y yo no tenía lugar en donde dormir, ¿o sí...?

Cuando salí del trabajo la lluvia ya había parado, aún así las calles seguían resbalosas y tuve que tener mucho cuidado al regresar a casa

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Cuando salí del trabajo la lluvia ya había parado, aún así las calles seguían resbalosas y tuve que tener mucho cuidado al regresar a casa. Durante todo mi turno estuve pensando en qué habría ocupado su tiempo Kyle el resto de la tarde, me sentí mal por no haberlo podido acompañar, sabía de antemano que era cobarde y probablemente los truenos lo asustaban demasiado como para quedarse completamente solo en una noche tormentosa, mientras iba conduciendo aproveché un semáforo en rojo para llamarlo, pero no contestó.

«Se habrá quedado dormido ya»

Eso pensé, eso habría pensado cualquiera, o tal vez que estaba ahí embobando con sus videojuegos. Pero cuando llegue a casa y subí al segundo piso del edificio me encontré con un emo que parecía un perro abandonado sentado al pie de mi puerta, estaba empapado.

—¿Qué haces aquí idiota?, estuvo lloviendo a cántaros.

—No me digas, ni lo noté—se volvió a verme enojado—, perdí las llaves de mi casa, no pude entrar.

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