Capitulo 11 La noche estrellada

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                                 Lili.


Esos días fueron realmente duros para él, tener que dejarlo de golpe le pegó mucho a su cuerpo, la ansiedad que suelen tener, un síntoma común en el abuso de sustancias. Es algo con lo que deberá lidiar. Pero después de lo que pasó esa noche se notaba perdido. Como si su alma no estuviera en su cuerpo. Me dijo que ya había sentido esos síntomas antes cuando se lo llevaron a Rusia. Sus pesadillas eran más recurrentes. No siempre me quedaba en su casa, pero cuando estaba con él se notaba perdido.

Comía demasiado, aunque ya estoy acostumbrada a eso, Vero también come demasiado. A veces poníamos películas más que nada de blanco y negro. Casi no le gusta las películas de romance. Nos quedamos en el sillón viendo la televisión y de pronto el recargaba su cabeza en mi hombro. Casi no hablaba, más bien yo hablaba mucho. Él solo me miraba y escuchaba atento a lo que dijera. En una ocasión me disculpé por hablar mucho a lo que me respondió: “Tu voz es el único sonido que quiero escuchar en mi mente ahora”.

Sus palabras eran sinceras, su mirada nunca se aparto de la mía. Me gustaba pasar tiempo con él. A veces leíamos historias en la biblioteca. Muchas de ellas no las conocía, pero yo si. Siento que me emociona mucho la literatura.

—¿Te gusta mucho leer?—pregunto de la nada.

—Si, mucho. Supongo que a ti también por tu biblioteca—sus ojos se dirigieron a mi—. ¿Dije algo mal?

—No es eso—sonaba melancólico—. Esa biblioteca esta desde hace noventaicinco años. Mi padre paso una gran parte de su vida en ese lugar, es uno de los espacios en los que me siento tranquilo.

—Tú padre suena como un buen hombre
—su expresión se aligeró.

—Lo era—otra vez su cara cambio a una más seria—, aunque yo jamás podré a llegar a ser como él.

—¿Te refieres a que nunca serás padre?

—Si.

—Uno nunca sabe lo que nos depara el destino.

—Solo imagina que yo fuera padre en esta condición. ¿Qué clase de ejemplo sería?—no lo imagino siendo padre ahora, pero si llega la persona indicada se que será un buen padre.

—Bueno…, supongamos que llega alguien.

—No—ni siquiera me dejó terminar—, por favor no digas esas palabras. Tengo a alguien ya.

No sabía si se trataba de la chica de la foto.

—Entiendo, no me digas quién es. Es algo que solo debes de saber tú y tu corazón.

—¿Estás segura?—pregunto extrañado.

—¿Por qué lo preguntas de esa manera?

—No, por nada. Mejor vamos a casa.

En todo el camino de regreso se le veía pensativo, siempre está en su mundo pero en esa ocasión es más evidente.

Quisiera meterme en su cabeza y ayudarlo a ordenar sus ideas. Seguro que necesita ayuda en eso. Él mismo me ha dicho que su mente es un desorden, la mía es un mar de ideas y por extraño que parezca es como si fuera una computadora. Una con música de fondo. Acordarme de eso me da gracia.

—¿Algo te da risa?

—¿Mande?—no me di cuenta que estaba sonriendo como tonta desde quien sabe cuánto.

—Nada, olvídalo—dii un suspiro que reflejaba cansancio.

—Perdón si te moleste con eso.

—Deja de disculparte, no hiciste nada mal. Solo es…, mi cabeza—llegamos a su casa—. Gracias—agrego.

Nuestra Maldición Where stories live. Discover now