Extra de Navidad.

2 0 0
                                    

Vera.

Navidad, esa época del año que supuestamente debe ser preciosa, vacaciones, se hacen regalos, se pasa tiempo en familia, sonríes, sueñas, decoras tu casa, tienes visitas, te arreglas para dar por saco a la prima que te cae mal y después vuelta a la realidad, es decir, vuelta a las clases, la rutina, nada de regalos, a la familia de vez en cuando, te amargas, no hay sueños, la decoración a la caja y la caja al altillo, visitas casi ninguna y ni te arreglas. Esas suelen ser las navidades de todo el mundo o de casi todos, pero las mías no, de hecho creo que no debería llamarlas ni navidades.

Al enterarse mi padre que para los alumnos que no tenemos ninguna asignatura suspensa es obligatorio abandonar el instituto se enfadó y sinceramente no sé qué fue peor si haber suspendido alguna o haber soportado el cabreo de mi padre hasta llegar a casa. Al entrar espero al menos algo de actitud navideña, algún adorno, alguna felicidad por algún rincón de la casa, pero no, la misma frialdad que trasmite siempre el salón es la que recibo.

—Mamá, no hay nada puesto de Navidad, ni siquiera un adorno.

—Es una pérdida de tiempo sacar los adornos y darte la pasada de colocarlos para que dos semanas después los tengas que guardar.

—Pues ponlos antes y en vez de estar dos semanas están casi un mes.

La mirada de mi madre es mucho más fría que la de estas paredes ahora mismo por lo que sin interactuar ni nada cojo mis cosas y las subo a mi habitación. ¿De qué sirve nadar en billetes si no puedes ser feliz montando un dichoso árbol de Navidad con cuatro bolas? Mi habitación me recibe cálida, nada que ver con el resto de la casa y creo que es mi momento para relajarme. 

Llego al cuarto de baño, me doy una ducha rápida, voy a mi habitación liada en una toalla, me pongo unas medias, una falda negra y un jersey rojo, me seco el pelo y me miro al espejo dejándomelo suelto. Los rizos caen graciosamente sobre mis hombros, me pongo los botines y me pinto los labios de un color vino. Es algo más que obvio que la cosa que tengo por madre no va a cocinar para Navidad teniendo dinero para irse por ahí a comer y beber lo que le saga del coño y es por eso mismo que debo ir preparada para cualquier situación.

Mi madre interrumpe mis pensamientos entrando a la habitación y como no quejándose nada más verme de la ropa que llevo.

—¿Qué haces con esa ropa? ¿Acaso no tienes ropa mejor para ir por ahí a comer? ¿Piensas ir así? Ponte el vestido color vino de mangas caídas y unos tacones negros elegantes, ni siquiera sé porqué te compraste esos botines negros.

—Mamá, pienso ir así. Si hicieses una comida en casa como las personas normales o si fuésemos a ver a la familia como todo el mundo podría ponerme ropa más normal y no tan exagerada.

—O sea que soy una exagerada porque quiero que mi hija vaya como se merece a comer.

—No es como merezco es como te da a ti la gana que son conceptos diferentes.

—Haz el favor de cambiarte de ropa, Vera. O te cambias o no sales.

—Pues no salgo, seguro que una pechuga a la plancha puedo hacerme perfectamente.

—¿Desde cuándo cocinas? 

—No te importa lo más mínimo, mamá y si no quieres que vaya así aquí me quedo porque no me voy a cambiar.

Mi madre se rinde, acaba saliendo de mi habitación y me sorprendo, he ganado una guerra contra mi madre. Bendito sea el señor. Cojo mi teléfono y le escribo a Ban.

Vera: Feliz Navidad, sr Rey

Ban: Feliz Navidad, sra Rey

Vera: Ja ja, qué gracioso

Ban: ¿Alguna queja acaso? Porque creo que no estás muy contenta de que tu madre te diga que te pongas otra cosa yendo preciosa con esa falda negra.

Vera: No sé qué fijación tiene con el vestido color vino. Espera un momento. ¿Tú cómo sabes la ropa que llevo?

Ban: Prueba a darte la vuelta, pelirroja.

Me giro y lo veo en mi balcón, abro rápido la puerta de cristal que da la salida al balcón, lo meto dentro y cierro la puerta.

—¿Estás loco? ¿Qué haces aquí?

—En Navidad se regalan cosas y se decoran las casas.

—En esta casa no y mucho menos dejamos entrar personas por los balcones.

—Es que si llamaba a la puerta los que no me iban a dejar iban a ser tus padres estrictos que parecen santos inquisidores.

—Pues por ahí andarán. ¿Qué traes en la espalda?

—Para ti.

Me da una cajeta de bombones y algo envuelto en un papel de regalo. —¿Qué es esto?

—Ábrelo.

Al abrirlo veo que son unos pendientes de corazones, no muy llamativos, pero preciosos.

—Muchas gracias.

—De nada.

Nos fundimos en un cálido abrazo, ni me había dado cuenta lo mucho que lo echaba de menos ya que estas últimas semanas apenas hemos podido vernos por exámenes finales y al menos me ha regalado algo cosa que los ricos de mi padres llevan sin hacer cuatro años.

—¿Qué te han regalado tus padres?

—Nada.

—¿Se han ido a comer sin ti?

—Sí.

—Pues maravilloso.

Lo miro sin entender, baja a la cocina y me dedico a seguirlo. Abre la nevera, saca una bandeja de pechugas de pollo, rebusca entre los armarios de la cocina, saca una sartén, echa aceite en la sartén y empieza a cocinar la bandeja de pechugas de pollo. Le ayudo poniendo la mesa y seguido de eso nos ponemos a comer. Al terminar recogemos entre los dos todo dejando la cocina limpia, vamos al sofá, nos tumbamos juntos, encendemos la televisión, Ban introduce su cuenta de Netflix, pone una película navideña, nos tapamos, me abraza y posiblemente lo próximo que hagamos sea dormir. Al menos este 25 de diciembre no estaré sola, me han regalado algo y no he agauntado a los aburridos de mis padres en una comida en la que posiblemente yo nasa más estaría de oyente. Y ahora sí, feliz Navidad a todos.

  Feliz Navidad ♡♡

El Instituto. Where stories live. Discover now