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Narrador omniciciente

—Es una ridícula idea —dijo Kimizuki, el chico de pelo rosa.

—Nunca estoy de acuerdo con Kimizuki, pero esta vez es una excepción —respondió Mitsuba con molestia—. Nos van a estafar y yo estoy ahorrando para algo.

—Son unos aguafiestas —dijo Yuichiro, cruzándose de brazos—. ¿Yoichi, tú también estás de su parte?

—Sabes que me gustan estas cosas, pero esta vez estoy de acuerdo con ellos —dijo Yoichi, encogiéndose de hombros.

Yuichiro puso una mano en su corazón y otra en su cabeza, proclamando dramáticamente que Yoichi era un traidor por ponerse en su contra. Esta actuación le ganó un zape de Shinoa.

—Pero cuando tú lo haces, está bien, ¿no? —murmuró Yuichiro, molesto, tocándose la zona golpeada.

—En fin, Yuu-san y yo entraremos. ¿Nos pueden esperar? —preguntó Shinoa.

Los tres chicos dudaron. Sabían que Shinoa y Yuichiro tardarían en el lugar, pero cuando la pelimorada empezó a pestañear varias veces mientras tronaba los dedos, comprendieron el peligro y obedecieron.

—Está bien, los esperamos —dijo Mitsuba, derrotada—. Solo no tarden —sonrió.

—Vamos por unos helados mientras los esperamos —sugirió Yoichi.

—Y no les compraremos nada —añadió Kimizuki.

—¡Tacaños! —dijo Shinoa mientras los veía alejarse hacia una heladería cercana.

El lugar que Shinoa y Yuichiro iban a visitar era una casa de los secretos, que prometía mostrar maravillas místicas a un alto costo. Ambos estaban dispuestos a pagar por saciar su curiosidad. Amaban estas cosas y siempre buscaban objetos y experiencias que otros consideraban fantasías.

Dentro de la casa, no pudieron evitar que su curiosidad los dominara. Tocaban y examinaban todo, a pesar de los letreros que prohibían hacerlo. Según las descripciones, algunos objetos poseían magia o alguna vez la tuvieron. Otros eran de dimensiones distintas o pertenecían a mitologías, reales o no, todo era fascinante.

Mientras Yuichiro recorría uno de los pasillos, notó un espejo adornado con zafiros en su marco. Atraído por su belleza, intentó tocarlo. El espejo emitió una luz brillante, obligándolo a retroceder. Intrigado por lo que acababa de suceder, se preguntaba si la luz era un efecto especial o algo real.

Intentó acercarse nuevamente, pero fue interrumpido por el dueño del lugar, que lo miraba sorprendido.

—Puedes quedártelo —dijo el hombre, su voz profunda resonando en los oídos de Yuichiro con emoción.

—No creo que sea buena idea.

—Insisto, quédatelo —dijo, entregándole el espejo—. Es un objeto único e inigualable. Él te escogió —sonrió.

Yuichiro asintió y mostró una sonrisa nerviosa.

—Muchas gracias, lo cuidaré bien.

—Sé que lo harás.

Yuichiro salió casi corriendo del lugar. No le temía al espejo, pero sí al hombre que se lo dio. Le daba escalofríos.

—¿Te encuentras bien? —la voz de Shinoa lo tranquilizó.

—Salgamos de aquí, ¿sí? Quiero un helado, creo que se me bajó la presión.

Shinoa lo miró extrañada pero lo ignoró.

—¿Qué es eso que llevas en tus manos? No me digas que lo robaste.

—No, nada de eso —suspiró—. Si te cuento, no me lo vas a creer.

—Estábamos en un lugar lleno de cosas extrañas —.se encogió de hombros—. Suéltalo.

Yuichiro le contó la experiencia que acababa de tener, esperando que no lo considerara loco. Para su sorpresa, no fue así.

—Solo tengo una duda, ¿por qué no está brillando ahora?

—No lo sé. No puedo creer que esta cosa me haya elegido.—miró el espejo en sus manos.

—¿Elegido para qué?

—No lo sé, simplemente no entiendo nada —dijo frustrado.

—Mejor no sigamos hablando de esto. Estamos cerca de la heladería donde están los demás. Ellos sí te mandarían a un manicomio o se burlarían de ti el resto de tu vida —sonrió.

Yuichiro no sabía qué le daba más miedo: su mejor amiga de la infancia o el dueño de aquella casa.

Mientras tanto, en el mundo de Sanguinem, un frustrado rubio lanzaba sus libros por millonésima vez.

—Malditos libros —murmuró.

—El príncipe mimado tiene un ataque de ira. Qué adorable.

—Cállate, Lacus —regañó Mikaela, el peliplata—. ¿Sigues sin encontrar nada?

Lacus Welt y René Simm, mejores amigos de Mikaela desde que se convirtió en vampiro, a veces eran útiles y otras veces un dolor de cabeza, especialmente Lacus por su personalidad extrovertida.

—Tenemos una sorpresa para ti —dijo Lacus emocionado.

René sacó un pequeño espejo con esmeraldas incrustadas en el marco.

—No sabemos si realmente sirve. Lo encontramos en una bodega abandonada a las afueras del reino —dijo René—. Creemos que fue o es una especie de portal, usado antes por la nobleza.

—Fue difícil encontrar ese lugar. Todo lo que hacemos por ti, querido Mika —sonrió Lacus.

Mikaela sonrió levemente, agradecido por el esfuerzo de sus amigos.

—Gracias.

Al intentar tomar el espejo, emitió un brillo cegador que hizo que René lo soltara. Mikaela, asustado por pensar que el espejo se había roto, se apresuró a recogerlo. Por suerte, solo tenía una leve grieta. Suspiró aliviado.

—Lo siento, Mikaela.

—No fue tu culpa, esa luz era demasiado fuerte.

—Te dejaremos para que sigas investigando.

—¡Adiós, Mika! No nos extrañes tanto —sonrió Lacus.

Mikaela vio a sus amigos marcharse. Una vez solos, sus ojos se dirigieron al espejo. Tenía que saber más acerca de este objeto.

Dimensiones || MikaYuuOù les histoires vivent. Découvrez maintenant