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Segundos después de que sus colegas hubieran llegado, Caden se aproximó a Oscar quien estaba a punto de entrar a la residencia. Lo miró con decisión y sin ánimos de aceptar un no por respuesta.

Audrey y Loana, la esposa de su hermano Oscar, decidieron tomar asiento sobre una de las butacas de madera que Belmont, con anterioridad había colocado en el patio. Su madre siempre le había dicho que debía sacar provecho de la naturaleza que los envolvía y que colocar un par de butacas de madera era el primer paso para disfrutarlo. Bel atendió la sugerencia de su madre y jamás se arrepintió por haberlo hecho.

En esa misma butaca, Bel solía sentarse para disfrutar de los primeros rayos del sol y para admirar el atardecer. A veces también tomaba asiento para leer un libro o para escribir algunos de sus pensamientos, los mismos que compartía con Jana, su hermana menor. A ella siempre le gustaba escucharlo leer con tanta pasión y en cierto modo, adoraba escucharlo recitar tan bellamente sus escritos.

Alrededor los oficiales comenzaron a alejar a las personas de la residencia Lémieux. No había nada más que hacer, para ellos era oportuno que volvieran a sus casas tras la triste noticia. Después de todo, en un suicidio poco había que investigar.

Oscar tampoco quería que su esposa o su hermana estuvieran ahí cuando se llevaran el cadáver. A Caden le daba igual, la muerte formaba parte de su vida.

-De acuerdo, de acuerdo. Nos vamos -dijo Audrey en cuanto uno de los oficiales les solicitó que hicieran lo que el resto y abandonaran el sitio.

Audrey se despidió de Caden a la lejanía y volvió a su casa en compañía de Loana.

-Sé que nos hemos conocido poco, pero puedo ser de ayuda. Quiero entrar -le dijo Caden a Oscar en cuanto las mujeres se fueron.

-No...

-Soy detective, en algo podré ayudar.

-¿Ayudar? Pero si no hay nada más que hacer. Fue un suicidio. Una pena.

-Ya, en cualquier caso, no afectará que entre. Mira, Audrey ha estado preocupada por mí, quiere que vuelva a trabajar y que resuelva casos. Piensa que he dejado de ser productivo. ¿Qué te digo? Así es esto, no ocurren muchos crímenes por aquí ni muchos en los que pueda ser requerido. Me refiero a que al trabajar por mi cuenta es más difícil ser solicitado... Vamos, por ella -imploró, pensando en que en realidad era él quien deseaba enfocarse en el caso para descubrir algo que le había inquietado desde su arribo. Algo que aún no sabía qué era y que su intuición le pedía a gritos que pudiera desvelar.

-De acuerdo, vamos -dijo animándolo a entrar a la casa en la que ya se encontraban sus colegas.

La residencia de Belmont lucía impecable y a juzgar por ello, Caden podía deducir que en vida había sido un hombre ordenado al que le gustaba colocar cada cosa en su lugar. Jamás había estado dentro de su residencia, pero recordaba haber tocado a la puerta. «¿Lo hice o solo fue una ilusión? ¿Por qué no logro recordar?». Se preguntaba a cada paso que daba.

El cadáver se encontraba en el segundo piso, así que ambos se dirigieron hacia las escaleras. Caden parecía inspeccionar todo con la mirada.

En el primer piso había una sala con sillones en tono ocre, a simple vista bastante confortables. El piso era de madera lisa y brillante, aunque el centro estaba cubierto por una alfombra chocolate, con líneas ligeramente blancas que formaban hexágonos sobre ella. Al frente había una chimenea y por encima una tv de plasma de 50 pulgadas. Sobre la mesa había dos estatuillas de metal que no encajaban con la apariencia que daba el resto de la casa. Caden decidió que era algo que debía recordar más tarde.

Al fondo estaba la cocina y el comedor, ambos guardaban la misma apariencia que la sala: todo en orden. Razón suficiente para seguir pensando en la escena anterior.

El sendero de la muerteWhere stories live. Discover now