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Caminar en medio de la noche resultó ser complicado. Brisebois sabía adónde debía llegar y lo que tenía que hacer, aunque la hora no era precisamente la más adecuada. Algo tenía que hacer, corría el riesgo de que después no pudiera encontrar nada. Si Duncan no quería llegar al lago debía ser por algo. Solo debía asegurarse de encontrar aquello que le hiciera saber que se trataba de Duncan Grozs.

«Duncan, Duncan, Duncan».

El nombre retumbó en su mente como un mantra. «Ha sido él, estoy seguro. Basile, el vecino más cercano dijo que había visto a un hombre caminando al lado de los hermanos Lémieux. Él nunca volvió por el sendero de la muerte, debió haber vuelto por el bosque, él conocía el sitio a la perfección. Nabu dijo que Belmont y Duncan nunca habían abandonado la caza... su hermano le había pedido prestada una escopeta. El evento sucedió durante la madrugada, todos estaban de fiesta y bastante ebrios como para lograr recordar algo», pensó entre cada paso que daba. La linterna iluminaba el sendero y cada vez estaba más cerca. «¿Qué fue lo que realmente ocurrió esa noche? Jana estaba con ellos, Jana despareció, Belmont vio la muerte, la muerte, la muerte... él la vio morir... él, Duncan... Jana... Sí, todo cuadra, todo cuadra».

Cuando finalmente llegó, el detective comenzó a buscar, ¿qué? Cualquier cosa que pudiera dar cuenta del homicidio que se había llevado a cabo aquella madrugada. La luna sobre su cabeza emanaba un brillo singular. Resplandecía en el cielo y horadaba la oscuridad de un modo tan bellamente distintivo, que llenaba de paz a cualquiera que la mirase. La noche solía tener un efecto singular en las personas, a algunas les hacía conectar con uno mismo, a otras les hacía darse cuenta de lo inhumanos que eran. Podía infundir miedo o tranquilidad.

La vista habría sido magnífica en cualquier otro momento, con la luna reflejándose en el agua cristalina, con una fila de pinos extendiéndose a lo largo del terreno, perdiéndose en el horizonte. Y ahí, justo en ese lugar, un hombre con una linterna, una escopeta perdida y un cadáver, formaban parte de la misma escena.

A medida que la noche avanzaba Caden logró encontrar el sitio en el que Duncan Grozs le había dicho que pegaban tiros a las latas de aluminio. En el sitio también encontró restos de trozos de cerámica perteneciente a platos destrozados, algunas botellas de cerveza y cenizas de madera. Aproximándose a ellos el castaño pudo identificar el lugar desde donde habían estado disparando. Se colocó ahí y estiró las manos frente a él fingiendo tener una escopeta, agudizó la vista y miró en diferentes direcciones para determinar los sitios en los que pudieron haber disparado. Aún con la linterna en mano, se apoyó de ella para visualizar y encontrar un sitio que pudiera llamar su atención.

-Ahí -dijo caminando en dirección recta, cuarenta y cinco grados a la derecha. Frente a él había algunos arbustos, un tronco caído repleto de follaje y de acuerdo a la hora, un sitio en el que apenas podía verse lo que había. Si un animal se hubiera presentado por ahí apenas se habría alcanzado a ver una sombra, para nada nítida-. Si Duncan Grozs o Belmont Lémieux estuvieran sosteniendo la escopeta, listos para disparar, de haber escuchado un ruido proveniente de esta parte, su reacción habría sido inmediata y habrían disparado sin pensar. De tener silenciador o no, poco habría importado. Es un sitio alejado de la comunidad, del terreno de los Lémieux y muy solitario a estas horas, especialmente durante la madrugada. Incluso si no hubieran tenido un silenciador nadie los habría escuchado disparar, debido al encendido de los fuegos artificiales -articuló pensando en voz alta en las posibilidades que habrían tenido.

Con eso en mente comenzó a buscar alguna mancha de sangre, alguna inconsistencia en el terreno, algo, joder, algo que le hiciera saber que estaba en lo correcto. Nabu le había dicho que podía hacerlo, él quería actuar y estaba seguro de ello. Aunque no iba a dejarse llevar por las emociones. El código, debía cumplir con el maldito código.

Cuando creyó estar casi al borde de la locura logró encontrar con ayuda de la luz de la linterna, un orificio en uno de los troncos de un pino, además de una línea horizontal de sangre seca, apenas visible debido a la luz. Esta se había escurrido en el árbol. Alguien había intentado limpiarla, aunque debido a la rugosidad del tronco, le había resultado imposible. Más abajo se podía observar la tierra removida. Aunque no esperaba que la chica estuviese ahí, más bien era indicio de que el cuerpo había permanecido ahí por largo tiempo, formando un charco de sangre por debajo de él. Caden estaba seguro de que no se trataba de un animal, a juzgar por la altura, quienquiera que hubiera estado ahí debía estar erguido, lo suficiente para darle en el corazón. «Teniendo en cuanta la altura de la chica, sí. Encaja en la escena, pero ¿en dónde está el cuerpo? ¿Y qué hay del arma homicida?».

Caden se detuvo a pensar por algunos segundos mientras observaba de un lugar a otro, pensaba en que el asesino no podría haberse atrevido a llevar el cuerpo cuesta abajo para atravesar la comunidad.

«Lo ideal era dejarlo aquí, ¿enterrado? No. Algo más fácil... El lago, el lago. Pero habría complicaciones al cabo de unas horas».

Movido por la curiosidad se acercó al lago. A su mente vinieron un sinfín de recuerdos, momentos en los que se había deshecho de algunas de sus víctimas. Los cuerpos yacían ahí, en las profundidades de una sórdida bahía, en un maldito lugar del mundo, pasando desapercibidos para el resto de la humanidad, para aquellos que solo se detenían a admirar la belleza superficial, sin atreverse a mirar más allá de lo que sus sentidos podían percibir. «Algunas personas prefieren cegarse ante lo que les rodea. Hacen caso omiso, deciden creer que todo es bello y bonito y parecen querer aferrarse a una ilusión. ¡Malditos! ¡Los odio! Les resulta tan fácil apagar las voces dentro de su cabeza».

Abatido por el dolor que esos recuerdos le causaron, sobre todo porque lo llevaron a pensar en un mundo miserable en el que los verdaderos crímenes no son castigados y en donde las madres abandonan a sus hijos y los padres con suerte se encargan de ellos. En donde los intereses políticos están por encima de lo que es verdaderamente importante y en donde los amigos le dan la espalda a una larga amistad, Caden se sentó frente al lago esperando quizá por el amanecer. Segundos después comenzó a reír con amargura. La vida nunca era lo que se esperaba que fuera, y uno nunca cumplía con las expectativas.

«Mi padre siempre quiso que fuera buena persona, incluso sabiendo de lo que soy capaz, el hombre se esforzó por hacer que lo hiciera a su modo, que actuara para hacer el bien. En realidad, todos nos engañamos y nos excusamos en nuestras acciones hasta que nos resulta prácticamente imposible contenernos. Después, viene la libertad. La verdadera libertad».

Al cabo de unos minutos, consciente de lo que debía hacer, se levantó del sitio en el que se encontraba y volvió camino hacia la casa de Audrey. Un día, quizá dos, era lo que necesitaba para hacer lo que Nabu le había pedido, y no lo hacía precisamente por Lémieux o por su familia, lo hacía por él, por la necesidad que tenía de sentir control, confianza y seguridad. Por sus ganas de hacerle saber al mundo que él no era como el resto.

-No tiene sentido ser como el resto en un mundo donde todos parecen estar muertos. Incluso sin saberlo, tienen miedo a ser auténticos -se reconfortó.

El sendero de la muerteWhere stories live. Discover now