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Hay un último día para todas las cosas. Uno sabe cuándo ha llegado el momento de rendirse y de permitir que el destino nos alcance. Caden pensaba en su último día pese a que jamás lo hubiera imaginado de ese modo. «Las cosas comenzaron a torcerse en cuanto te olvidaste de las reglas, en cuanto comenzaste a contar lo que eras. "No puedes confiar en nadie", fue lo que tu padre te dijo y mírate ahora, mira lo que has hecho. Imbécil, la has jodido y esta vez no hay escapatoria», se reprendió con fastidio.

«No puedes dejar que te encierren, no puedes dejar que te condenen. Trabajaste mucho para impedir que ocurriera».

-Quizá fue el código... ¿Y si jamás lo hubiera seguido? ¿Habría muerto con mayor satisfacción? Si tuviera otra oportunidad, si pudiera... me olvidaría del código.

La opción más viable fue dejarse morir en las profundidades del lago.

Caden Brisebois pareció ver pasar la vida a través de sus ojos mientras por algunos segundos se detenía a admirar el brillo de la luna que resplandecía sobre su cabeza. «Cuántos secretos hemos compartido tú y yo», recordó sus noches de cacería. La sangre derramada sobre sus manos, las víctimas que no tuvieron oportunidad de despedirse de sus familias. Las súplicas, las revelaciones, las mentiras, las confesiones, las adversidades, los lamentos.

Cuando Caden era pequeño su padre lo llevó a pescar. Era de madrugada, un sábado cualquiera para un niño que no tenía ganas de madrugar.

-¿Por qué tenemos que venir a esta hora? ¿Por qué salir a pescar un sábado por la mañana? -preguntó con fastidio.

-Ánimo, será divertido. Tendremos suerte, hay buena temperatura, la condición de la luz es buena y las aguas están tranquilas. Ellos no lo saben, pero aprovechan las bajas temperaturas del agua para concentrarse en esta zona, y es ahí cuando nosotros intervenimos. Los peces creen que van a pasárselo bien, que las condiciones son óptimas para ellos, en cierto modo lo son, pero lo que para ellos es bueno, para nosotros resulta ser mucho mejor. Caden, hijo, en la vida debes aprender a sacar provecho de lo que para el resto es bueno y adecuado, para ti ese debe ser el impulso que te ayude a alcanzar tus objetivos. Tú estás arriba, sabes lo que haces. Ellos no anticipan tus movimientos, no saben cómo vas a actuar.

Era una pena que en esta ocasión se hubiera olvidado de esa tan importante lección. Nunca nadie debía averiguar sus movimientos y, sin embargo, no había sido capaz de jalar el gatillo por segunda vez para evitar que se adelantaran a sus movimientos.

«Ya está, ya está. ¿Qué clase de asesino habrías sido si hubieras elegido matar a tu novia?»

«Da igual, ya no es tu pareja y debes hacer que las cosas sean adecuadas para el resto, siempre un paso adelante.»

-Un paso adelante -susurró para recordarse que no habían podido atraparlo y no estaba dispuesto a ello.

Brisebois apartó la vista de la luna y la fijó en el lago. Respiró hondo en su última vez antes de cerrar los ojos, dejando que el sonido de la noche lo envolviera como una canción de cuna. Acto seguido comenzó a avanzar. Pronto percibió el agua sobre sus pies y fue ahí cuando abrió los ojos. No detuvo la marcha. Movió sus pies hacia enfrente y a cada paso se esforzó por mantenerse erguido. El agua se metió en sus zapatos. A cada paso que daba empapaba sus prendas varios centímetros hacia arriba a lo largo de su cuerpo.

La presión del agua comenzaba a hacerle difícil el trayecto, supo por la arena que pisaba, que en cuestión de segundos no habría nada que tocar y que en ese momento habría que aproximarse más al centro, sumergirse y hacer que sus pulmones se llenaran del líquido incoloro.

Se preguntaba a medida que avanzaba, si esa era una muerte digna de un asesino, una muerte digna para Caden Biza, Caleb Brisebois, Caden Brisebois, como últimamente le gustaba llamarse.... Siempre creyó que moriría en las manos de otro asesino y que el mundo conocería su historia. Que la ironía de su muerte iba a ser aceptada como algo digno de contar después de todas las atrocidades que había cometido en su vida.

No pensó que sería él mismo quien terminaría con su tormento y al percatarse de lo que estaba haciendo, sonrió. «Sí, no podía haber elegido algo mejor que esto, no podría haber pedido algo más que ser yo mi propio verdugo. Una muerte digna de recordar», pensó por última vez antes de sumergirse por completo.

El tiempo dejó de existir y solo los recuerdos lo acompañaron durante su letargo. Permaneció tranquilo y se dejó llevar.

«Hiciste lo que debías hacer», pensó por última vez.

El sendero de la muerteWo Geschichten leben. Entdecke jetzt