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La noche había sido fresca y Oscar Grenier apenas podía recordar haber sentido una brisa de aire. En cuanto ingresó al cuarto de baño, en compañía del inspector y de Caden, volvió a su mente el estado deplorable en el que había llegado a su hogar hacía unas horas. Lo peor fue cuando en definitiva se dijo que se trataba de un asesinato. Las tripas se le revolvieron, la mezcolanza entre el olor metálico de la sangre y sus recuerdos le hicieron querer vomitar. Debía alejarse, tomar un respiro y apartarse del cadáver de Belmont Lémieux. Un hombre fácil de odiar, sobre todo para Grenier quien hacía no mucho se había enterado de la infidelidad de su mujer. Ella había mantenido una relación con el hombre de los ojos grises. Mentir tenía sus ventajas sobre todo cuando los demás no conocían la historia. Y eso hizo, Oscar mintió. Audrey y su hermano eran buenos fingiendo.

«Es posible que pudiera haberlo hecho», dijo sin recordar mucho.

Esa mañana había llegado tarde a la fiesta de cumpleaños en compañía de su esposa, con la intención de así hacerlo. Aunque para ser sincero, no estaba seguro de lo que había hecho hasta que se encontró con Nabu asistiendo a su madre, con la mucama llorando y la cara pálida de cada uno de los presentes. Cuando Nabu Lémieux pronunció las palabras: "Es Belmont... está muerto", Oscar Grenier sintió que lo inundaba una inmensa lasitud, tanto que obligó a sus piernas a responder, a mantener la voz firme sin titubeos y a hacer lo que por protocolo debía hacer, pese a sus incesantes ganas por querer ingresar a la casa y comprobar si sus recuerdos eran reales o si solo se había tratado de una ilusión. Para saber si podía existir la mínima posibilidad de que algo en la escena pudiera incriminarlo y también, saber si lo había hecho bien o si se había dejado algo pendiente.

No le cabía duda de que era el responsable de lo que había sucedido. Pese a ello, no pensaba ingresar solo, debía impedir que el resto de las personas creyera que había tenido algo que ver, necesitaba testigos y si por error había hecho algo mal, bueno no le quedaría más que entregarse. Así que en cuanto ingresó a la casa fingiendo no saber nada, lo envolvió una inmensa tranquilidad que le permitió finalmente respirar. El cuerpo de Lémieux se encontraba dentro de la bañera en lo que parecía haber sido un claro suicidio.

«¡Inteligente, inteligente!», dijo para sus adentros con cierta felicidad.

Oscar creía haberlo hecho bien y a su mente vinieron los recuerdos de la primera ocasión en la que hizo algo similar para cuidar a su hermana. Lo cierta era que, una vez hecho, uno siempre buscaba el modo para evitar ser descubierto. Se le llamaba supervivencia. «Lo hiciste antes y todo salió bien. Pudiste haber pensado en hacer lo mismo y confiaste en que sería igual», se dijo para consolarse. No estaba orgulloso sobre lo que había ocurrido antes ni por lo que había ocurrido ahora, sabía que algo debía hacerse, que era necesario y que nadie más se encargaría. Aunque ciertamente, en esta ocasión había sido diferente, se había dejado llevar por las emociones y se sentía avergonzado. Se consideraba un criminal al al haberse dejado llevar por la ira.

Oscar Grenier no lograba recordar más que un charco de sangre, el agua dentro de la bañera y el cuerpo de Belmont Lémieux. En cierto modo, creía que se había convertido en un monstruo, que esta vez había cruzado la raya.

«Lo golpeaste y ¿después? Esperaste horas, acudiste a su casa y ¿qué hiciste? ¿Lo llevaste a la bañera y lo asesinaste?», pensaba antes de que sus recuerdos hubieran sido perturbados por las conjeturas que Caden estaba realizando, un detective inteligente, capaz de identificar errores en donde el resto no lo haría, por lo menos él no. Vaya suerte. Se lamentó y quiso convencerlo de que no había motivos para asesinarlo. Incluso se aferró a esa idea en cuando llegaron los de Homicidios y para ese entonces sentía que todo podía empeorar. «Mantente en la idea de que era una familia difícil de odiar, tú no sabes nada. NO SABES NADA».

El sendero de la muerteWhere stories live. Discover now