1

5 1 0
                                    

Se había realizado una búsqueda exhaustiva de Jana. En la comunidad pronto se supo que la chica había desaparecido y se formó un equipo de búsqueda conformado por conocidos, familiares, amigos y voluntarios. El inspector pronto abandonó la aldea al haber sido llamado por su superior, eso debido a las pocas evidencias que podían incriminar a alguien. Se estaba pensando en abandonar el caso y así se hizo porque ya no había nada más que hacer. La búsqueda de una chica no era trabajo del departamento de Homicidios, ellos ya no tenían nada que ver si no había un cuerpo de por medio. En cuanto a la muerte de Lémieux, a pesar de haberse determinado que se trataba de un homicidio, las condiciones bajo las cuales el cuerpo se había encontrado, habían hecho prácticamente imposible dar con el culpable. En ocasiones la ley no servía para nada, con sus tantos procedimientos, su rigurosidad y el papeleo, con todo eso a veces era imposible encontrar al culpable. No obstante, para Caden el crimen seguía significando un reto. Él y Audrey coincidieron en que debían quedarse para intentar dar con él. Ella, sobre todo porque seguía pensando en qué hacer o más bien, en cómo alejarse de Caden Brisebois.

«Será como un nuevo comienzo». Caden recordó sus palabras. ¿Audrey podía estar hablando de que un caso no resuelto podía ser bueno para él porque le permitiría dar con una nueva víctima y adueñarse de su vida? ¿Podía ella haberlo planeado todo? «En absoluto, ella no podría saberlo. Quiso compartirme una parte de su vida, hacerme saber que podía confiar en ella y se esforzó por encontrarme a un amigo», se dijo para sí. «Grenier en un buen tipo, es su hermano, aunque no precisamente alguien con quien compartiría el cuchillo».

Aquella tarde mientras caminaba absorto en sus pensamientos, después de haberse ofrecido como voluntario en el equipo de búsqueda de Jana Lémieux, no imaginó que sería el día en el que finalmente un indicio iba a revelarse frente a sus ojos. Caden había estado estudiándolo todo, recordaba a los sospechosos, las coartadas y los rostros de aquella tarde en la feria. Sobre todo, las miradas que en ese momento le parecieron insignificantes. Algo en lo que no había pensado pero que ahora su mente reconocía como algo importante. «Sí, todo es mejor cuando se piensa que ya todo se ha olvidado. Eso los toma desprevenidos».

«No es que hubiera tenido un novio, en realidad no tenía ningún novio».

Caden pensó en el día en el que su padre lo llevó a cazar, recordó la maleza a su alrededor y percibió la similitud en la naturaleza que ahora lo rodeaba. Recordó que sitios como esos eran ideales para cometer un crimen. En lugares apartados, las voces se perdían y se ahogaban en el silencio. Las almas se elevaban por encima del cielo incapaces de ser escuchadas, y la calma siempre venía después de la tormenta.

Basile afirmó haber visto a tres personas subir por el sendero de la muerte y ninguna de ellas volvió a bajar. Tres almas perdidas, solo que una de ellas seguía viva y encabezaba la búsqueda. Conocía el camino, se adentraba en el bosque con tal naturalidad que pasaba desapercibido, fingía buscar, lo hacía. El resto lo seguía por detrás, apenas sospechando sobre su bondad. Y es que ¿quién iba a sospechar del primer hombre que decidió formar el grupo de búsqueda? Ya lo decía Caden, las personas son fáciles de engañar, solo hace falta poner buena cara, ser condescendientes, algo altruistas y siempre mostrar preocupación por el medioambiente. Aquel hombre era amigo de Belmont Lémieux. Y si encabezaba la investigación lo hacía porque no quería que encontrasen a la chica o porque la culpa lo estaba carcomiendo por dentro, tanto que debía buscar el modo de apaciguar las voces dentro de su cabeza. Quizá tampoco aceptaba que hubiera actuado de tal manera, lo ocultaba muy bien. Se trataba de un caso simple que por el mismo hecho lo hacía complicado.

«Pudo haber sido parte de un accidente. No, no podría. Con Belmont no tuvo piedad. Lémieux parecía haber tenido contacto con la muerte y esperaba la suya. Conocía a su agresor. Admitió su muerte, simplemente la aceptó, sin luchar. Vamos, estaba herido, tenía la mejilla partida, pero tenía una más profunda en el interior. Una que no pudo contener y que tampoco pudo expresar en cuanto me vio frente a la puerta de su casa. Me alejó, cerró la puerta y escondió su dolor. Sí, pudo haber sido eso, sin duda», pensó Caden mientras caminaba en dirección hacia él.

El sendero de la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora