4

6 1 0
                                    

Pareció haber pasado una eternidad, pero Caden sabía que el tiempo era relativo, sobre todo en el momento en el que sabes que vas a morir. El tiempo parece relativizarse tanto como si se te encontraras en el filamento divisor entre la fantasía y la realidad, en los primeros segundos transcurridos de una pesadilla.

Cuando se dejó caer y se convenció de entregar su vida, cuando se había rendido y había decidido olvidarse del mundo y cuando su cuerpo se sumergía en las profundidades del lago, una fuerza parecida a la de un Dios, lo obligó a volver a la realidad.

-Aún no, no sin antes hacer algo extraordinario -escuchó una voz familiar. Por el estado en el que se encontraba le resultó complicado saber qué ocurría. Percibió el sonido de su voz bastante alejado pese a saber que lo sostenía en su brazo y lo obligaba a volver a la orilla-. ¡Maldición, has estado muy cerca! ¡Muy cerca! -dijo quizá con una sonrisa y cierta desesperación.

Caden Brisebois se dejó llevar. Se sentía como el niño que ha salido del vientre de su madre, sumergido en una realidad diferente, confuso por lo que vendrá después. Nada más salir de las profundidades, sus pulmones volvieron a llenarse de aire y comenzó a toser, sintiendo una especie de explosión en el pecho.

-Bienvenido a tu renacimiento -carcajeó con estridencia el hombre que nadaba a su lado.

Llegó en el momento preciso, lo vio elevar el rostro hacia la luna, lo escuchó hablar consigo mismo y lo vio dispuesto a adentrarse al agua. No creyó que sería capaz de hacerlo, así que esperó algunos segundos y cuando vio que se sumergió, también esperó algunos segundos. «Se va a arrepentir», pensó y al percatarse de que no tenía ni la mínima intención de volver a la superficie, se lanzó a por él. No lo pensó, tan solo lo hizo, nadó hasta donde lo había visto desvanecerse y lo encontró con dificultad en medio de la oscuridad.

Para cuando llegaron a la orilla ambos se recostaron sobre la arena con la cabeza hacia arriba. Caden lo hizo después de recuperar el aliento.

-Idiota, creí que tendría que darte respiración boca a boca. Siempre me llamó la atención ser salvavidas. Vaya ironía -carcajeó con fuerza-. ¿No crees?

-¿Salvavidas? -preguntó con dificultad. Costaba trabajo volver a acostumbrarse al aire que dolía al ingresar por sus fosas nasales hasta sus pulmones-. ¿Qué haces aquí?

Él se reincorporó y le dirigió una mirada malévola. Lo analizó por algunos segundos hasta que percibió que comenzaba a recobrar las fuerzas.

-Vamos, no perdamos tiempo -su voz volvió a congelarse y no mostró gracia alguna-. Cuestión de segundos para que alguien venga a buscarte.

Le extendió la mano y lo ayudó a reincorporarse. En segundos, ambos se encontraban caminando a lo largo de la orilla del lago. Llegaron al fondo, en donde nadie podía observarlos. Junto a ellos, se encontraba una motocicleta.

El hombre que lo acompañaba era alto y tenía quizá la misma estatura que Brisebois. De cabello castaño y ojos marrones claros. Su mirada era similar a la de Caden, algo fría, inquietante y oscura. Era un personaje que creía que jamás volvería a ver. Un tipo que solía aparecer en momentos críticos y el detective se preguntaba por qué.

-¿No dirás nada? ¿Por qué lo haces Alessandro? -inquirió Caden en cuanto vio que el hombre se montaba en la motocicleta y le ofrecía un casco extra en tono negro, justo como la noche que los envolvía.

-Porque puedo y quiero. Siempre tengo que encargarme de tus idioteces. ¡No te jode! Ponte el maldito casco y súbete ya.

Caden no tuvo otra opción, era eso o entregarse a la Policía.

-¿Cómo me encontraste?

-Uno siempre sabe dónde encontrar a su familia.

Sus palabras le resultaron extrañas, lo hicieron dudar y lo obligaron a pensar en una posibilidad que ni en un millón de años habría imaginado. Permaneció en silencio largo tiempo hasta que volvió a hablar. Para ese entonces ya se encontraban fuera de las delimitaciones de la aldea y estaba seguro de que no volvería a poner un pie en ese lugar, que su hundimiento había significado un renacer diferente a lo que había experimentado antes. Esta vez era capaz de imaginar algo nuevo.

-¿Familia? No creerás que nuestra afición ha generado hermandad entre nosotros -quiso saber y procuró externarlo en tono neutral, sin alegría, ni molestia.

-Ay -dijo Alessandro Madsen después de haber soltado un suspiro prolongado-, ya te lo contaré todo, hermanito.

Madsen, el artista sangriento aceleró y el ruido de la motocicleta ahogó cualquier palabra que Caden pudo haber llegado a pronunciar. Ambos se perdieron a mitad de la carretera horadando la noche con el ruido, las luces y los nuevos planes que con seguridad se avecinarían.

El sendero de la muerteWhere stories live. Discover now