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Tras largas horas de búsqueda en las profundidades del bosque, finalmente se dio por terminada la labor. Todos estaban cabizbajos, conscientes de que no podían hacer más. A la chica parecía habérsela tragado la tierra y con la familia fuera de la comunidad, debido a las complicaciones que había tenido el señor Lémieux, lo más sensato era abandonar la búsqueda. Si la familia, a su regreso solicitaba nuevamente ayuda, bueno, ya se haría algo. Sin más, Duncan Grozs se atrevió a agradecer a los voluntarios y los invitó a volver a sus hogares. Se esforzó mucho por no parecer aliviado y también por hacerles saber que se preocupaba por la familia Lémieux, la misma que atravesaba momentos de decadencia.

Los presentes asintieron y dieron la vuelta, quizá preocupados por lo que había ocurrido o aliviados porque no les había ocurrido a ellos y a sus familias.

Caden acordó con Duncan Grozs volver a verse antes del atardecer. Necesitaba tiempo para asegurarse. Grozs asintió y le tomó la palabra, después de todo solo tomarían un trago.

Más tarde, Caden Brisebois se encontraba de vuelta al lago, esta vez no se lo pensó. En cuanto estuvo ahí y vio su reflejo en él supo lo que debía hacer. Se desvistió y se metió al agua, no podía estar lejos, ni ella, ni el arma. La noche anterior le sirvió para reparar en algunos detalles, en cierto modo para recrear la escena del crimen. A esa hora de la madrugada y ante la presión de lo que ocurrió, el asesino tuvo que haber actuado con rapidez. El arma no se encontraba entre matorrales o por debajo de la tierra. La solución más viable y rápida era lanzarla al agua. Un sitio en el que sería complicado mirar y también el más eficiente, aunque no el más efectivo.

Y ahí, estando debajo del agua, Caden pensaba en si Duncan habría podido salvarse gracias a Oscar, Audrey y a él, porque de no haber sido por ellos la escena del crimen se habría mantenido intacta, con todos esos errores y posiblemente con algunos más. «Habría sido más fácil dar con él», pensó «puede ser cierto lo que todos dicen, quizá sí exista un Dios y ese Dios me pide que actúe en su nombre», Caden enarcó una ligera sonrisa.

No pasó mucho tiempo hasta que finalmente el castaño logró encontrar lo que buscaba. La escopeta se encontraba ahí, no muy lejos del borde desde el cual él se había lanzado al agua. Sin embargo, eso no aseguraba que Duncan Grozs lo hubiera hecho, cualquiera podía haberla usado. El mismo Nabu pudo haberlo hecho, Belmont también.

«Es tarde para identificar huellas, el arma ha estado en el agua por mucho tiempo. Piensa, piensa, piensa, maldita sea», gritó en cuanto salió del lago con el agua escurriéndose a lo largo de su cuerpo. «Tienes la maldita escopeta perdida y a pesar de ser mucho, ahora no sirve de nada. El inspector ha abandonado el caso, es imposible que se encuentren huellas y tú eres el único que sospecha del amigo. Incluso si llegaras a encontrar el cuerpo, tendrías que llamar a Homicidios, pensarían que lo hiciste tú, resultaría conveniente. Y aún si pudieran identificar al culpable, lo perderías, perderías la oportunidad que te ha sido concedida», pensó con molestia.

El detective Brisebois se vistió, suspiró y dejó que sus pulmones se llenaran de ese calmo olor a naturaleza. Se encontraba en el sitio en el que habían asesinado a la chica y, sin embargo, no contaba con los elementos necesarios para encarar a alguien. Se dejó caer a medida que el atardecer amenazaba por comenzar. Miró el arma, en la culata tenía gravado el apellido de los Lémieux y fue ahí, cuando contemplando las letras, pensó en lo que hacía Belmont y en lo que él venía pensando desde el principio. La idea de una nota pronto volvió a su mente. No una carta suicida, más bien un texto de arrepentimiento, una en donde revelaba el nombre de su agresor.

Belmont no era un tonto, sabía lo que había ocurrido y se expresaba a través de la lengua escrita. Brisebois soltó una carcajada estridente al pensar en lo idiota que había sido al no pensarlo antes. «Menos mal que lo he hecho ahora y no nunca», se dijo mientras se ponía en marcha hacia la casa de Belmont Lémieux. Con la familia fuera y con nadie vigilando era fácil ingresar a la residencia. La servidumbre se encontraba en la morada principal y desde ahí no tenían visualización de lo que acontecía en las otras casas. De eso Caden se había percatado cuando estuvo ahí.

Con prisa, el detective se apresuró a buscar en los lugares menos obvios hasta que logró encontrar algo. Si Belmont sabía que iban a ir a por él no iba a escribir en su libreta habitual ni iba a dejar un sobre sobre su escritorio. No, él debía ser más inteligente que el resto y por eso decidió hacerlo en donde nadie buscaría a la primera.

En un lugar en donde todo se encuentra en orden, resulta fácil buscar lo que se sale del cuadro. Los libros se encontraban apilados, la ropa en su lugar dentro del closet muy bien acomodada, los documentos sobre el escritorio perfectamente alineados. Un plumón de tinta permanente a la mitad del escritorio, como si se hubiera quedado sin tiempo para poder guardarlo o quizá con la intención de decir que algo se había escrito con rapidez; los cuadros sobre la pared en buena posición y un par de cajas de discos compactos... al revés.

Al percibirlos Caden se aproximó a ellos y tomó el primero de izquierda a derecha, por fuera parecía ser la caja de un disco más, un objeto fútil. Para cualquier otro, de poca importancia.

-Otra forma de expresión a través del arte -susurró el detective antes de abrir la caja de plástico-. ¿Quién lo habría pensado?

En cuanto lo abrió encontró la revelación que había estado esperando encontrar. En el disco estaba escrito el nombre de Duncan Grozs con caligrafía que denotaba rapidez y desesperación. Por detrás de la portada que formaba parte de un cuadernillo en el que aparecían las letras de las canciones, Belmont había escrito lo que para Caden era una confesión.

«La asesinó. Vendrá por mí, vendrá, vendrá».

Caden colocó la caja del disco sobre el escritorio y tomó el otro con sumo interés. Cuando lo abrió quedó alucinado por lo que Lémieux había escrito a toda prisa, en la página visible del cuadernillo y en el disco.

«D. disparó. J, nos siguió. Dios, perdóname por no hacer nada».

-D, es Duncan. J, es Jana... -susurró al tiempo en el que colocaba los discos en el lugar en el que los había encontrado.

Acto seguido salió de la casa y acudió hasta el sitio en el que iba a encontrarse con Duncan.

El sendero de la muerteWhere stories live. Discover now