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Cuando el inspector llegó a la aldea se dirigió a la casa de Audrey Grenier y golpeó la puerta con insistencia hasta que un vecino salió en su encuentro y le dijo que no había nadie, que hacía rato que la mujer había salido. No pudo darle más referencias, el hombre desconocía a dónde había ido y el tema lo tenía sin cuidado.

Sin más, el inspector Franco se dirigió hacia el hogar de Oscar Grenier, era tarde y no tenía caso acudir a la comisaría del sitio. Llamó a la puerta con urgencia y a su encuentro salió la señora Grenier, quien lo saludó con encanto y cierta extrañeza. Lo invitó a pasar, después llamó a su esposo quien se disponía a descansar sobre el colchón. Alarmado por lo que su pareja le había dicho, se apresuró a colocarse la chaqueta, los pantalones, los zapatos y bajó las escaleras.

Lo siguiente que observó fue a un hombre lleno de preguntas e inquietudes. En cuanto el oficial Oscar Grenier ingresó a la sala, Allan Franco se puso de pie y se aproximó a él. Era como Oscar lo recordaba, un hombre duro, enigmático como Caden.

-Inspector Franco, es tarde ¿qué hace por aquí? -preguntó con interés.

-Su hermana me llamó solicitando mi ayuda. Al parecer se ha averiguado quién fue el culpable de la muerte del señor Lémieux. Le insistí que debía comunicárselo a usted, pero no puedo sacarme la idea de la cabeza. Hubo algo en su voz que me inquietó bastante. ¿Ha acudido a usted?

-En realidad, no la vi en todo en el día.

-¿Sabe en dónde podría encontrarla?

-No, inspector...

-¿Qué sabe sobre el culpable?

-Nada, creí que ustedes se encargarían, su departamento quiero decir...

El inspector Franco lo miró con recelo por lo que parecieron ser los segundos más largos en la vida de Oscar Grenier.

-Le aseguro que no sé nada. Si es cómo ella se lo ha dicho, me parece que es lógico intuir el lugar en el que se encuentra, ¿no lo cree usted?

Allan Franco asintió.

-Vamos -dijo invitándolo a seguirlo. Si algo había ocurrido iba asegurarse de que un testigo más estuviera presente.

En cuestión de segundos se encontraban de vuelta a las calles empedradas camino hacia el sendero de la muerte. Para ser sinceros no sabían qué iban a encontrar, tampoco si ella estaría ahí. Hacía horas que el anochecer había llegado, la tranquilidad de un pueblo siempre hacía las noches más ligeras, sin oportunidad a que algo malo pudiera suceder. Y cuando lo hacía, la mayoría de los pueblerinos se enteraba. Esa noche parecía ser una de esas en las que no pasaba nada, aunque lo mismo se pensó cuando murió Belmont Lémieux y desapareció Jana. Por lo tanto, carecía de fundamentos pensar en que no iban a encontrar nada. En definitiva, iban a encontrarlo y lo supieron en cuanto ambos hombres al inicio del sendero, escucharon un disparo.

-Diablos, ¿escuchó eso? -dijo Oscar Grenier dirigiéndose al inspector que caminaba a su lado y sin decir nada más, apresuraron el paso.

Cuando llegaron a la casa de Belmont Lémieux todo parecía estar en orden, no había luces visibles frente a ellos porque el sitio en el que se había producido el disparo había sido en la parte trasera. La puerta tampoco estaba abierta, desde donde ellos contemplaban la vivienda parecía que nada hubiera ocurrido. No obstante, Franco desenfundó su arma, la asió a la altura del hombro y se aproximó a la vivienda, con cautela. Oscar Grenier hizo lo mismo.

Allan giró la manija de la puerta principal con cuidado, tuvo que acostumbrarse a la oscuridad hasta que halló el sitio de donde provenía una luz. Era en la oficina artística del primogénito de los Lémieux. Aún con cautela, se dirigió hacia allá y encontró algo que no esperaba ver.

El sendero de la muerteWhere stories live. Discover now