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Es curiosa la manera en la que las cosas suelen encajar incluso cuando se piensa que no pueden hacerlo. Al final del día cada uno de los enigmas es descubierto, los secretos salen a la luz y no queda más que revelarse, luchar por los ideales o dejarse vencer, así... sin más. «No se puede ocultar una mentira por mucho tiempo», pensó Caden una y otra vez al repasar los últimos sucesos después de haber jalado el gatillo, también se arrepintió por no haberlo hecho dos veces.

Esa tarde, como lo había planeado en su mente, Caden acudió al encuentro con Duncan Grozs. Conversó con él, se ganó su confianza y cuando estuvo listo, lo convenció de acudir a la vivienda de Belmont Lémieux. Duncan accedió debido a la intimidad que el castaño había tenido con él. A Brisebois se le daba bien acercarse al resto, fingir camaradería y convencerlos de actuar para su convencía, lo que para él funcionaba dentro de sus planes. Le pasó con el chico drogadicto, le ocurrió con la mujer alcoholizada y también en muchas otras ocasiones. Sus dedos ya no le alcanzaban para contar todas esas oportunidades.

Es extraña la manera en la que gente suele aferrarse a su destino, a su muerte. Pareciera que todas ellas en el fondo quisieran morir. Quizá se deba a una ilusión que se tiene de la humanidad, a lo que por ley general debería caracterizar a todo ser humano, a la capacidad de ayudar a otros y ser empáticos con los sentimientos y las carencias de los demás. Porque les duele, les apretuja el corazón y les remueve algo en el interior, que resulta difícil negarse a ayudar, a dar la mano, a escuchar, a cooperar.

En el colegio y en el hogar lo dicen. La cooperación se reafirma y se trabaja en todo momento desde la edad inicial hasta el fin de nuestros días. Ayudar a los demás siempre está presente. También el trabajo en equipo, la ayuda, la maldita empatía. Los valores, los buenos modales, la amistad... todos ellos en su conjunto son los que nos convierten en mejores personas, en buenos individuos, en humanos. Y también son los que nos hacen caer y convertimos en presas fáciles de cazar. Presas de alguien que no tuvo esa educación en casa, aquellos que no tienen escrúpulos, los que no tienen ni un ápice de bondad.

Es por eso que resulta tan fácil caer ante ellos. Confiamos en que todos tienen tan buen corazón cuando no es así. Jamás es así.

Caden y Duncan evitaron el sendero de la muerte y tomaron el camino más largo atravesando el bosque para llegar al lago. En ese momento el tormento de Grozs volvió y el detective lo percibió al sentir su arrepentimiento por haber elegido ese sendero. No le quedaba duda de que sus sospechas eran ciertas: Duncan había asesinado a una adolescente y había matado a su propio amigo.

Caden Brisebois no detuvo el paso, tampoco le preguntó nada, en su lugar se obligó a no hacer ningún comentario. Quería tomarlo por sorpresa y prolongar su purgatorio. La condena estaba dentro de su cabeza, nadie más que él podía liberarse y la tortura residía en eso, en pensar una y otra vez en el propio castigo. El dolor físico vendría después. En conjunto, eran lo peor.

Para cuando llegaron a la vivienda se situaron frente a la puerta trasera con la intención de ingresar. Afuera no se escuchaba más que el sonido de la naturaleza y el incómodo silencio del anuncio de una muerte.

-Recuérdame qué hacemos aquí... -dijo Duncan con nerviosismos. El miedo a ser descubierto le hizo sentir escalofríos.

-Tú eras su amigo y yo soy detective, tengo algo que quizá podría ayudarte a sentirte mejor. Descubrí algo, algo que podría sanar tu alma... ¿No te gustaría saber quién asesinó a Belmont Lémieux? -mencionó el detective Brisebois con interés, al tiempo en el que giraba la manija y lo invitaba a pasar, con los brazos abiertos.

Duncan Grozs respiró profundo, tragó saliva y mirando por última vez hacia atrás, recordó lo que había acontecido la noche de la Unión en la misma residencia. Desde entonces volver a ingresar a la vivienda formó parte una pesadilla que no lo dejó dormir. Nada más entrar Duncan sintió que los pies le flaquearon y casi se sintió desfallecer, tuvo que colocar su mano derecha sobre el primer mueble que vio para evitar caer.

-¿Ocurre algo? Te has tambaleado... -habló Caden en tono neutro, sabía que lo mejor vendría en cuanto le mostrara los discos.

-Sí, sí... estoy bien -dijo mientras cerraba los ojos y se obligaba a continuar-. Voy a serte sincero, es incorrecto que ingresemos a la casa.

-¿Incorrecto? -Caden sonrió pensando en la relatividad de la palabra. Lo incorrecto iba de la mano de la ética y esta tenía que relacionarse con la moralidad, con el comportamiento humano, las normas y las costumbres, con lo que funcionaba para la mayoría. Estaba claro que él no era la mayoría. La moralidad es subjetiva y se basa en los sentimientos de la persona que la estudia. Las buenas prácticas son subjetivas, lo bueno y lo malo también. «Lo incorrecto puede ser ingresar a la casa, pero ¿acaso aquella noche le importó?», dijo Caden para sí. «He ahí la incoherencia y los problemas de la moralidad»-. Anda, no estaremos aquí por mucho tiempo.

Dicho esto, Caden se aproximó hacia la sala y observó las estatuillas. Aún no sabía que había pasado con la que faltaba, aunque lo más lógico era que también la hubiera lanzado al agua.

El sendero de la muerteWhere stories live. Discover now