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Lo siguiente que debía averiguar era la hora de muerte de Belmont Lémieux. Loana tenía razón, no debía entregar el arma homicida. La hora debía ser pieza clave para saber si había asesinado o no, al hombre de los ojos grises. Partiendo de ahí, todo debía ser más fácil o más complicado.

Por alguna extraña razón, Oscar se sentía con la necesidad de contarle a alguien lo que había acontecido durante esa noche. Confiaba en Caden y sabía que podía ayudarlo porque estaba en una relación con su hermana. Solo debía ir a buscarlo, sacarlo de casa haciéndole creer que su presencia era solicitada por el inspector y contarle todo. Sin más, se despidió de Loana diciéndole que iba a encargarse del arma, después se dirigió a la puerta principal y emprendió camino hacia la residencia de Audrey.

No le tomó mucho tiempo llegar hasta ahí, llevaba la navaja de afeitar dentro del bolsillo de su pantalón y caminaba como si no estuviera ocultando nada. Era un oficial que sabía mantener la calma y que se obligaba a no perder los estribos. Antes de llamar a la puerta tomó una bocanada de aire, cerró los ojos e intentó recordar. «Llegué a su casa... la puerta estaba entreabierta y la empujé con la mano, lo llamé... Nadie respondió, todo parecía estar en orden, pero... Estuve en el baño y lo encontré desangrándose en la bañera. Metí las manos al agua, quise ayudarlo o...».

-¿Vas a tocar o no? -Lo sorprendió Audrey quien había salido a hacer unas compras. Ella le sonrió, abrió la puerta y le dio acceso a su hogar.

-Buscaba a Caleb, ¿está en casa? -inquirió su hermano mientras Audrey dejaba las cosas sobre la mesa de la cocina.

-No, salió hace un rato, dijo que iba a encontrarse con el inspector Franco. ¿Estás bien? -dijo al percibirlo tenso.

-Sí, sí -se apresuró a responder intentando no ser tan obvio-. Bueno, iré a buscarlo.

-Oscar -dijo ella impidiéndole que diera un paso más-. ¿Qué ocurre? Hace tiempo que no nos vemos, pero te recuerdo como si jamás nos hubiéramos distanciado. El modo en el que se te arruga la frente y esa extraña expresión en tus ojos cada vez que te sientes aturdido o preocupado, te delata. Cuéntamelo, podré ayudarte. No puede ser tan malo. ¿Has tenido problemas con Loana? -inquirió haciendo que Oscar Grenier se sintiera aún más incómodo.

-No, bueno sí. Quiero decir...

-Ven, ¿quieres un vaso de agua? Toma asiento. -Lo animó a tranquilizarse-. Está por atardecer y hoy no ha sido un buen día. Lo que ha ocurrido nos tiene a todos muy tensos, pero... ¿para qué querías ver a Caleb? -preguntó de pronto.

-Audrey, no estás tan equivocada. Tuve problemas con Loana, aunque ya todo está mejor. No es eso lo que me inquieta ahora. Sabes, siempre un problema más grande es capaz de hacer que te olvides de otro más insignificante. Es curioso porque por algún momento puedes pensar que no puede llegar a existir nada peor y, sin embargo, lo hay.

-¿Qué quieres decir? No te andes con rodeos, sabes que lo detesto. ¿Para qué querías ver a Caleb? -preguntó con intriga.

-Creo que yo... supongo que él ya te lo ha dicho. Al principio pensamos que Belmont Lémieux se había suicidado. ¿Por qué?, solo él y Dios lo sabrían. Era una mala noticia, ¿no? Debía serlo. Debía serlo... Audrey, en realidad me alegro de que esté muerto. Lo conocías, era un maldito mujeriego. ¿No fue esa la razón por la que lo dejaste y decidiste abandonar la aldea? ¿Por la que me dijiste una y mil veces que no volverías a enamorarte? Fue él el motivo por el que nos dejaste. Querías que las heridas sanaran y, sinceramente, no te comprendí tanto como lo hago ahora. Una infidelidad pesa muchísimo... estoy seguro de que ella no quería hacerlo... en cierto modo, me siento culpable. Creo que dejé de prestarle atención. -Audrey lo miró como si no supiera lo que le estaba diciendo y sin embargo no se atrevió a preguntar nada-. Loana estuvo con él. Cuando lo supe creí que no podría contenerme. Jamás lo habría descubierto de no haber sido porque él me envió un mensaje por equivocación. La chantajeaba, quería un encuentro más y la amenazaba con decírmelo. No voy a mentirte, en muchas ocasiones imaginé el modo en el que procedería. Me arrepiento de alguno de esos pensamientos. Incluso me acerqué a la señora Lémieux para asegurar mi invitación a la fiesta de cumpleaños. Me conocían, por supuesto, pero a la fiesta solo asistía la familia, no me quedó de otra -reveló mientras se dejaba caer en el sofá-. No estaba convencido sobre lo que iba a hacer... me estaba arrepintiendo, y la noche antes de su muerte solo pensé en encararlo, quiero decir, ¿qué más podía hacer? Quería mirarlo a los ojos y decirle que lo iba a hundir en la cárcel, que sería su pesadilla... Aparentemente no lo hice... Recuerdo mis manos ensangrentadas y el agua dentro de la bañera, él tenía los ojos cerrados. Salí corriendo hasta llegar a casa, Loana me recibió en sus brazos. Tuve que contárselo todo. A la mañana siguiente... bueno, ya sabes el resto.

El sendero de la muerteWhere stories live. Discover now