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Audrey prefirió no escuchar las recomendaciones del inspector Franco. Se notaba que seguía molesto por la limpieza que había realizado en la escena del crimen. «Estuvo mal, lo sé. Estuvo mal», se reprendió a sí misma por haberlo hecho. «¿Y por qué le has llamado? ¿Es que hasta ahora te das cuenta de lo peligroso que Caden puede ser? ¿Temes que no pueda contenerse y que algún día intente matarte?».

Se obligó a no pensar, lo hecho, hecho estaba. Además, el inspector le había dado a entender que no iba a acudir a su llamado, ¿para qué lo haría?

No hizo falta que hubiera preguntado por él, si estaba investigando debía estar en la casa de Belmont Lémieux o caminando en medio del bosque en busca de alguna pista, una evidencia, un indicio de la muerte de los hermanos Lémieux. Sin más, se dirigió a la residencia de Bel. Como siempre, tomó el sendero trasero. El atardecer estaba por finalizar y la acompañó hasta el lago, después todo se oscureció a su alrededor. No hizo más que seguir por el camino que recordaba que había seguido con anterioridad.

Al cabo de unos minutos logró visualizar las lucen de la vivienda de Belmont, encendidas. Lo recordó, pensó en el tiempo vivido en el colegio, en la fugaz relación que habían tenido, en sus engaños, en las infidelidades, en sus arrepentimientos, en sus promesas. Todo eso le hizo saber que las personas no cambiaban de la noche a la mañana, que incluso algunas no cambiaban nunca y eso la estremeció. Si Caden la hubiera visto en ese estado, recordaría lo que en muchas ocasiones había pensado sobre el afán de las personas por acercarse a la muerte, por empeñarse en abandonar su vida.

El sendero de la muerteWhere stories live. Discover now