Capítulo once

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Hubo muchas cosas que me jodieron el día, no había ni la más mínima duda de ello, pero el colmo fue llegar a casa y ver a mamá en la puerta hablando con una completa desconocida. Lo que me llevaba a tener que fingir una sonrisa encantadora como si no hubiera pasado el día cabreada y ser amable, cuando yo evitaba serlo porque la gente nunca me solía caer bien.

Era una mujer hermosa, lo supe cuando me acerqué y posó su mirada en mi. Tenía los ojos grandes y expresivos, me parecían familiares pero tampoco iba a arriesgarme a decir a quien me recordaban. Sus labios iban pintados de un rosa pálido, que combinaba con la sombra de ojos. Iba vestida de negro de pies a cabeza, pero resaltaba su buena figura. Imposible que tuviera más de cuarenta años.

—¡Cyra, has llegado! —exclamó mi madre con una alegría que no sabía de donde había sacado—. Ella es Yenny, acaba de presentarse, vive a unas cuantas casas de la nuestra y tiene hijos de tu edad.

Gracias por el contexto, mamá, venía necesitándolo.

—Es un placer conocerte al fin —me sonrió con dulzura y se acercó para abrazarme. Odiaba el contacto corporal pero podía hacer una excepción con tal de no quedar en ridículo frente a la nueva amiga de mi madre—. Eres un tema de conversación muy interesante en casa y no podía perderme el honor de conocerte, así que os he invitado a tu madre y a ti a cenar esta noche. Sé que es precipitado, pero es lo que hacen en las películas esas de los Estados Unidos así que, ¿por qué no hacerlo aquí también?

En los Estados Unidos la gente es rara, señora. ¿Quien en su sano juicio invita a cenar a su casa a alguien que no conoce de nada solo por quedar como un vecino amable!

¡Nadie! Porque a nadie le interesa verse o no amable. Al final los vecinos terminan odiándose unos a otros y solo se hablan para contar chismes de los demás.

Le sonreí por cortesía y entonces volvió a mi mente todo lo que acababa de decir. ¿Un tema de conversación muy interesante en su casa?

—¿De quien se supone que eres madre? —No quería sonar ni la mitad de brusca, pero fue algo que no pude controlar. A mi lado, mi madre, me dio un codazo que me dejó atontada unos instantes.

—Debe de ser madre de gemelos, mencionó que tenía hijos de tu edad —siseó mi madre entre dientes, pero sonriéndole, como si no me hubiera dejado un brazo palpitando de dolor.

—Trillizos, en realidad —corrigió, con una brillante sonrisa en los labios que daba a entender que se sentía orgullosa de los tres que tenía en casa.

Joder.

La madre que me parió.

Me cago en todos mis muertos juntos.

¡Trillizos!

¡Había dicho trillizos! Y solo había unos en todo el instituto... Y yo no tenía muy buena relación con ellos, ya sin contar que había abofeteado a los de tres. Creo que la señora no estaba al tanto de mi relación con sus hijos y estaba confundiendo el tema de conversación que había por su casa. Debían de odiarme y a partir de ahora odiarían también a su madre por haberme invitado a cenar esa noche a su casa.

Por Jesucristo y por todos los ángeles del cielo.

—¿Esta noche? —recurrí a la excusa más típica que podría dar un estudiante—. Tengo que estudiar.

—Cyra, no seas maleducada, nos ha invitado y lo mínimo que podemos hacer es aceptar la invitación, con el requisito de que otro día vengan a cenar ellos a la nuestra —habló ahora en dirección a la madre de mis problemas.

No, mamá, estás cometiendo el error de tu vida. ¿Cómo te explico yo que tu hija y sus hijos son de todo menos amigos? Bueno, al menos con dos de ellos, pero no es como si fuera a decirle que invitaríamos solo a Christian, quedaría muy desubicado de nuestra parte.

—Así será —afirmó, regalándole una sonrisa que mi madre no dudó en devolverle—. Nos vemos esta noche, venid con ganas de comer que no me gusta cocinar poco.

Tras la despedida estaba blanca, sin saber que decirle a una madre cabreada que no paraba de reprocharme como había actuado hace apenas unos minutos. Finalmente me escapé de ella diciéndole que si no podía estudiar por la noche tendría que hacerlo ahora por la tarde y corrí a mi habitación en busca de refugio.

Pero estuve toda la tarde saltando de historia en historia por Wattpad hasta que di con una que me gustó lo suficiente como para leerme los siete primeros capítulos sin interrupción.

Claro que cuando escuché los pasos de mi madre acercarse bloqueé el teléfono y lo guardé rápidamente en el bolsillo mientras abría una de las libretas de gallego por una de las páginas que recordaba haber escrito. Y para mi mala suerte fue la que tenía escrita la redacción.

Claro, estaba estudiando la redacción, súper creíble.

—Es para una exposición oral —improvisé cuando se asomó por la puerta.

—Vístete que nos iremos dentro de poco, no soporto la impuntualidad y quedaríamos muy mal si llegamos tarde.

Quise reprocharle por mi vestimenta, pero la verdad es que no era la adecuada, así que me levanté tratando de no suspirar en el proceso y fui hasta mi armario a por algo decente.

Me llegué a poner una falda, con medias por debajo, sin yo saber muy bien porque. Vale, me quedaba divina y me hacía buen culo, pero odiaba las faldas y no podía llevar una ni en broma a la cena con los Vélez. Para mi mala suerte a mi madre le encantó y no me permitió que me volviera a cambiar de ropa.

—Sé amable —fue diciendo todo el camino y sobre todo lo dejó bien claro en cuanto llegamos y nos pusimos delante de la puerta, fue ella quien estiró su brazo para tocar el timbre. La puerta no tardó mucho en abrirse y la señora Yenny sonrió, presumiendo a sus tres hijos junto a ella, dejando a mi madre estupefacta—. Madre mía, dijiste que eran trillizos y son iguales.

Si, mamá, bienvenida al club.

—Suelen decirlo, si... Pero te darás cuenta que tienen sus diferencias —murmuró, casi burlona—. Christian, Christen y Christopher.

—Es un gusto, a su hija ya tenemos el placer de conocerla —dijo uno de ellos con una sonrisa casi amarga en los labios, en otra ocasión diría que se trataba de Christen, pero ese día estaba segura que era Christopher. Lo confirmó cuando sus ojos recorrieron mi cuerpo sin disimulo—. Vaya, que viene de faldita para presumir sus atributos femeninos.

—Estás preciosa, Cyra —se apresuró en decir Christian, con un leve rubor en las mejillas para después dirigirse a mi madre—. Usted también, señora.

Christen no habló, chasqueó su lengua después de mirar que tan bien me quedaba la falda y terminó por ser el primero en abandonar la entrada y dirigirse al comedor.

Los demás fuimos siguiéndolo entre comentarios de nuestras madres y alguna que otra intervención de los hijos.

¿En que lío me había metido yo ahora?

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