Capítulo dieciséis

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Había besado a Christen.

Eso no me lo veía venir en absoluto.

Cyra, eres una zorra.

—Ve a la habitación de Christian, quítate esa puta ropa mojada y ponte la suya —pidió, esquivando mi mirada—. La tercera puerta a la derecha.

Quería decirle que no, que lo mejor para todos era que yo me fuera y así evitar el momento incómodo. Pero no fui capaz. Algo me impidió hablar, por lo que me limité a subir las escaleras y entrar en la habitación que él había nombrado.

La habitación era grande y espaciosa, las paredes están desnudas a excepción del gran espejo que hay en esta y la pequeña estantería de color blanco donde hay algún que otro libro allí bien colocado.

Esa no parecía ser la habitación de Christian.

Empecé a quitar mi húmeda ropa y la dejé sobre la cama, después abrí el armario recibiendo la masculina fragancia que casi era familiar. Que rico. Tomé una de sus largas sudaderas, todas ellas eran de colores oscuros, muy pocas con estampados; y un pantalón de chándal, porque ni de broma andaría con las piernas al aire así por así.

Aproveché para enviarle un mensaje a mi madre para informarle que estaba en casa de los Vélez y que probablemente me quedaría allí un rato. Y eso iba a hacer, no importaba si se me caía la cara de vergüenza, no podía llegar a casa con una ropa que no era la mía, no podía meterme en más problemas.

Que difícil es ser adolescente y llevar una vida en paralelo de tu madre.

Até mi cabello de mala manera un moño por simple comodidad. Mi estabilidad emocional dependía siempre de mi pelo, pero cuando estaba enfadada era lo que menos me importaba. Porque si, seguía enfadada, había tenido un día de mierda y ese beso no cambiaría nada.

Salí de la habitación con la cabeza hecha un lío y me detuve a mitad de las escaleras al escuchar a Christen, ¿ya se había vuelto loco y ahora hablaba solo?

—La has dejado plantada —señaló, con su característica seriedad.

—Menos mal que estabas tú ahí para ofrecerle tu hospitalidad, ¿no?

Ah, mierda, no estaba hablando solo. Christopher estaba ahí con él y al parecer no se le escuchaba muy amigable esta vez.

—Mira, Christen, no necesito tus consejos así que no me toques los cojones —resopló—. Búscate algo en lo que perder el tiempo y a mi déjame hacer mi vida, ¿te parece bien?

Su hermano no dijo nada al respecto, supuse que si hizo algún gesto o algo por el estilo.

Escuchar conversaciones a escondidas no estaba bien, era una entrometida, así que bajé como si no hubiera pasado nada y me quedé allí de pie sin moverme cuando los dos fijaron sus ojos en mi.

—No me lo puedo creer —murmuró, chasqueando su lengua contra su paladar—. ¿Llevas la ropa de...?

—Christian —interrumpió Christen mientras daba un ligero asentimiento con la cabeza, casi en señal de aprobación—. Si, y le queda mejor que a él.

Christopher elevó sus cejas mientras sonreía y se volteaba a su hermano. Ahí algo estaba pasando y yo no me estaba dando cuenta.

Putos Vélez y sus misterios.

—Iré a por mis cosas y hacemos el trabajo, rubia —me hizo saber antes de subir casi corriendo las escaleras.

El trabajo.

La verdad es que no tenía mis neuronas ahora para pensar e iba a quedar como una tonta, pero para mi mala suerte no me quedaba otra opción. El trabajo había que hacerlo y, por lo que había escuchado, él era un tanto exigente porque le importaban sus notas.

—Suerte, vas a necesitarla —dijo Christen antes de retirarse, dejándome sola no por mucho tiempo.

Christopher no tardó en bajar con sus cosas para así ponernos con el trabajo. Más de una vez quise clavarle el bolígrafo en el ojo izquierdo, a la mínima tilde que me olvidaba de poner venía él para recordármela. Y eso que yo escribía mínimamente bien, él parecía tener la puta RAE en el cerebro.

Era exigente, si, y muy perfeccionista.

La verdad es que no me sorprendería si llevábamos un diez en ese trabajo, aunque ocho puntos fueran sólo de él y los otros dos, siendo generosa, míos.

—Bueno, rubia, ¿qué te traes tú en esta familia? —inquirió, sin despegar los ojos de lo que estaba escribiendo.

—Yo no me traigo nada y menos con esta familia —dejé claro.

—Permíteme desconfiar, nena —levantó la mirada—. Te has vuelto un problema desde que llegaste y eso no puede encantarme más... Pero al parecer no sólo me encanta a mi.

—Christopher, no sé a dónde quieres llegar con esta conversación pero es mejor ir cortándola desde ya.

Negó con la cabeza en señal de desacuerdo.

—Cualquiera de ellos dos te gusta más que yo y no logro entenderlo, porque ninguno pega contigo... Eres demasiado para Christian, sin ánimo de ofender que es mi hermano, pero Christen no es tampoco la opción correcta.

Mordí mi labio, cabreada. ¿Quién se creía para sentirse superior a sus hermanos? Ahora cobraban sentido las palabras de Christian, ahora volvía mi realidad no lo podía ni ver delante.

—¿Y tú si eres una buena opción? No me hagas reír, por el amor de Dios —suspiré mientras me levantaba—. A ti nunca te han dicho que no, creo que va siendo hora de que te bajes de esa nube.

—No serás tú quien lo haga, créeme —se encogió de hombros—. Dejaré que pienses a tu manera, cuando te des cuenta de la realidad hablaremos... No te enfades.

—No tienes ningún derecho —señalé, llevando una mano a mi cabeza para soltar mi cabello—. Hemos terminado, te encargas de llevar el trabajo mañana.

Asintió ligeramente y yo me encaminé a la puerta, deteniendo mis pasos cuando esta se abrió.

El tercer trillizo elevó sus cejas al verme allí, claramente no se lo esperaba, después desvió su mirada a Christopher y frunció su ceño.

Mierda.

Ahora la conversación de esa mañana se hacía pesada y también las palabras de Christen diciendo que ellos ya se habían peleado por mi culpa.

Creo que eso solo empeoraría las cosas.

Cyra, si, si eres una zorra.

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