Capítulo veintitrés

158 30 6
                                    


Intenté pasar desapercibida los días que faltaban para la cena. Yo seguía pensando que era una pésima idea traer a los trillizos a casa, lo que menos quería era que ahora supiesen dónde vivía, ¡ya era el colmo de los colmos! ¿No era suficiente con tener que aguantar a dos de ellos durante las horas de clase?

Al parecer no, el destino me odia y mi madre también, porque si entendiera las indirectas de su única hija sabría que no quería que esto sucediera.

—Venga, Cyra, haz algo —me pidió—, pon los platos en la mesa como mínimo.

—Te pregunté hace dos minutos si necesitabas ayuda y me dijiste que no.

—Hace dos minutos no es ahora, espabila.

Mamá, te odio.

Resoplo mientras me levanto del sofá y voy a por los platos y los cubiertos para poner la mesa. Mamá siempre hacía lo mismo, decía que se encargaba ella, que no había de que preocuparse... Y después soltaba frases como "en esta casa nadie hace nada", "tú tranquila, eh, que ya lo hago yo todo", ¡no seas bipolar y dime explícitamente lo que quieres, que en esta familia somos todos un asco tratando de captar indirectas!

Ella me observa, en el fondo creo que está esperando a que ponga un tenedor torcido o un cuchillo al revés solo para regañarme.

—Los Vélez estarán aquí en pocos minutos, como todavía no sé cuál es mi yerno voy a tener que ser amable con los tres.

—¡Mamá! —chillé horrorizada—. No vuelvas a decir eso nunca más.

—Cyra, te recuerdo que te he parido.

—Vale, mamá, felicidades —sonreí de manera irónica—. No hay nada entre ellos y yo.

Me miró como queriéndome decir "ya, te creo y todo", pero no dijo absolutamente nada. Se lo agradecí, porque no quería hablar del tema y alterarme, como hacía siempre que se trataba de ellos.

Los Vélez tenían algo que ponía mi mundo patas arriba, hablo por los tres en general.

Por eso cuando sonó el timbre inspiré aire profundamente, obligándome a mí misma a calmarme porque allí iba a estar su madre y no se merecía ningún numerito. Esperaba el mismo comportamiento por parte de ellos, sino estaba dispuesta a renunciar a todo, a mi educación incluida.

Mamá me obligó a ir con ella hasta la puerta, como si fuéramos una feliz familia saliendo en una película americana. Puso su mejor sonrisa, yo ni siquiera lo intenté. Aunque bastó con abrir la puerta para que mi corazón se saltara un par de latidos y respirar se volviera una acción peligrosa.

Estaban guapísimos. Así, en superlativo.

—Buenas noches —saludó su madre, imitando el gesto de la mía—. Huele que alimenta desde aquí, se nota que alguien quiere presumir de sus dotes de cocinera.

—Presumiré en cuanto lo pruebes —le guiñó un ojo con complicidad.

Madre mía.

¿Qué era eso?

Intenté analizar la situación entre ellas dos, que era obvio que ya se habían tomado esa copita juntas, pero mamá no me dejó hacerlo durante demasiado tiempo porque fue rápida en decirles que entraran.

No había sido la única que había notado algo, Christopher tenía el ceño ligeramente fruncido mirando a su madre, aunque ella no volteó a verlo en ningún momento.

—Tienes una casa muy bonita —halagó Christian, regalándome una sonrisa.

—Tú sí que eres bonito —murmuré divertida, pellizcándole una mejilla. Él soltó una risa ante mi acción, a su hermano no le hizo tanta gracia porque puso los ojos en blanco, denotando fastidio.

No dijo nada, para eso ya estaba su hermano.

—¿Podéis dejar el coqueteo para más tarde? —pidió Christopher.

—¿Puedes meterme en tus asuntos? —refuté, mirándolo mal, pero lo miré y eso fue suficiente para fijarme en el detalle de su cojera—. ¿Qué te ha pasado?

Apretó los labios, bajando la mirada hasta su pierna, donde también estaba la mía.

—¿Puedes meterte en tus asuntos? —repitió mi pregunta, forzando una sonrisa.

Ojalá pudiera. Si lo hubiera hecho desde el primer momento, no estaría ahora viviendo situaciones de este estilo... Pero por desgracia, yo era curiosa y no sabía lo que significaba eso de meterme en mis asuntos, sobre todo cuando estaban ellos de por medio. Ellos y su misterio que a mí tanto me atraía.

—Déjalo, no sé qué le pasa hoy, está amargado —dijo Christian, haciendo un gesto con la mano para restarle importancia—. Ni que fuera Christen.

El recién nombrado elevó una ceja, pero nuevamente se quedó callado, al parecer volvía a estar en ese plan de ser silencioso y antipático. Justo como lo conocía. Aunque los últimos días habíamos podido tener alguna que otra conversación, sentía que se estaba abriendo... Solo se necesitaba de un beso y una discusión para que las aguas volvieran a su cauce.

Todo estaba como siempre, lo supe desde que nos sentamos. Nuestras madres estaban habladoras entre ellas, Christopher a veces hacía comentarios al respecto, Christian solo tenía ojos para mi, Christen estaba enfadado con el mundo... Y yo estaba allí de espectadora.

—Me gustaría hablar contigo después a solas —murmuró Christian por lo bajo, para que solo yo pudiera escucharlo.

Creo que lo había logrado, sino nos ignoraron o se hicieron los locos, porque no levantaron la mirada ni tampoco acercaron la oreja para prestar más atención.

—¿Suena a propuesta indecente? —me mofé, riéndome cuando sus mejillas se sonrojaron—. Es broma, hombre, no te preocupes. Después del postre subimos a mi habitación y hablamos a solas, así nadie nos interrumpe.

—¿A tu habitación?

—Si, bueno... No, si eso supone un problema para ti no, podemos hablar en cualquier otro sitio —aclaré mi garganta, no quería que pensara que lo llevaba a mi habitación con otras intenciones.

Escuché una risa nasal, de esas que son cortas y casi irónicas. O quizá me la imaginé, pero cuando quise comprobarlo en el rostro de sus hermanos ninguno me decía nada.

—No, en tu habitación está más que bien —aseguró, tomando mi mano sobre la mesa.

Fue entonces cuando dos pares de ojos miraron en esa dirección, como si estuvieran esperando ese movimiento.

¿Qué se traían entre manos?

Tripliciter Donde viven las historias. Descúbrelo ahora