Capítulo diecisiete

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—Esto no es lo que parece —me apresuré a decir.

Maldición, siempre que se decía eso terminaba mal, normalmente siempre era lo que parecía. No en esta ocasión. Bien, era una zorra, pero no tan zorra como para que pasara algo con Christopher.

—Llevas puesta la ropa de mi hermano —señaló, mirándome de arriba a abajo.

¿Cómo? ¿De su hermano?

—No —negué con la cabeza—, no es la ropa de Christopher, nosotros solo estábamos haciendo un trabajo...

—No, no me refiero a él —chasqueó su lengua, volviendo su mirada a mis ojos—. Es la ropa de Christen.

Mierda, mierda, mierda.

Lo que me faltaba.

Él me había dicho la habitación de Christian, ¿es que acaso me confundí de cuarto y entré al que no era? De ser así pudo avisarme en cuanto me vio bajar con su ropa, me habría evitado todo esto.

La otra opción es que lo supiera desde el principio, que me mandara directo a su habitación solo para torcer más las cosas.

A mis espaldas Christopher se carcajea, parece disfrutar mejor que nadie de lo que está sucediendo.

—Maldición —gruñí, llevando una mano a la frente—. Pensé que era tuya, lo siento.

—No pasa nada, Cyra —sonrió de lado y acarició una de mis mejillas con su cálida mano—. No es tu culpa, conozco de sobra a quienes tengo en casa.

—¿Por qué usas el plural? Ya viste que yo esta vez no hice nada —se quejó su hermano, soltando un resoplido que nos hizo mirarlo.

Christian no lo creía, por supuesto, su mirada de incredulidad era más que obvia. Luego me miró y yo solo me encogí de hombros, no quería otra pelea por mi culpa, los hermanos tenían que llevarse bien y no discutir por una tía... Al fin y al cabo, los ligues van y vienen, pero la familia siempre estará ahí.

—Yo... Tengo que irme —aclaré mi garganta—. He pasado mucho tiempo aquí, entre esperar a Christopher y hacer el trabajo... En fin, mi madre me va a matar.

—¿Esperar a Christopher? —inquirió, mirando a este con una ceja enarcada.

—No me mires así, tenía obligaciones —se excusó, apartando la mirada—. Ella podía esperar.

—Ella también era tu obligación —señaló—. ¿No es que los trabajos para ti son muy importantes?

—Madura, Christian —pidió, poniendo los ojos en blanco—. Además, estuvo en buenas manos.

La mirada que me lanzó fue típica de "sé que ocultas algo" o quizá de "ya lo sé todo", fuera cual fuera me hizo temblar. No quería recordar el beso con Christen, su penetrante y oscura mirada clavada en mi, sus palabras tan propias de alguien como él, sus labios sobre los míos... ¡Mierda! Nada de pensar en él.

—Tengo que irme —repetí, cortándole el rollo antes de que esto fuera a más y terminara en una situación más incómoda de la que ya estaba.

—Te acompaño —fue rápido en decir Christian, pero yo negué con la cabeza—. Cyra...

—No, acabas de llegar —sonreí de lado y me acerqué para dejar un beso en su mejilla—. Nos vemos mañana, ¿si?

—¿Prefieres que mejor te acompañe yo?

Maldición.

Dios, dame paciencia, si me das fuerza no lo voy a pensar dos veces y lo voy a matar, no queremos eso.

No, Dios, mejor dale a él neuronas, creo que le hacen falta. Debió de llegar tarde el día que se repartía la inteligencia y se la quedaron solo sus hermanos.

—Christopher, cállate —dijimos Christian y yo a un mismo tiempo, aunque a diferente tonalidad. Inevitablemente sonreí y él también, mientras sus mejillas se sonrojaban tiernamente.

Christopher alzó los brazos en señal de rendición y sonrió con burla antes de subir las escaleras, dejándonos solos.

Yo me despedí, no quería hacer aquello más largo, y poco después estaba de camino a casa, con la cabeza llena de cosas y unas ganas tremendas de llegar a casa solo para poder dormir. Ni siquiera tenía hambre, si por mi fuera no cenaría, pero mi madre iba a obligarme como de costumbre. A veces se ponía paranoica, ella estaba casi convencida de que tenía alguna alguna enfermedad, como anemia, por no alimentarme lo suficiente.

Metí las manos en los bolsillos e inconscientemente acaricié la tela de la sudadera, era suave, no se había desgastado con los lavados, y olía a él más de lo que me gustaría. En su casa no se notaba tanto porque su aroma estaba impregnado en el propio aire y mis fosas nasales estaban acostumbradas, pero se notó en cuanto el viento fresco hizo acto de presencia.

Jodida mierda. Llevaba su ropa. Me había olvidado la mía en su habitación.

—Cyra, ¿ya has llegado...? —la pregunta de mi madre me toma desprevenida nada más entrar en casa.

—No, soy un ladrón que tiene las llaves de la casa, tu hija todavía no ha llegado —ironicé.

—Tan graciosa como siempre —usó su característico tono sarcástico mientras salía de la cocina limpiándose las manos en el pantalón. La acción se vio detenida en cuanto me vio y sus cejas se elevaron de una manera poco disimulada—. ¿Me puedes explicar que llevas puesto?

—Ropa, mamá, normalmente son prendas de vestir que la gente se pone para no andar en pelotas por la calle.

—¡Cyra! —chilló, reclamándome—. Llevas ropa de hombre, y no, no lo digo porque sea un pantalón de chándal y una sudadera, ya sé que la ropa es para todos los géneros; lo digo porque te queda enorme, el dueño de eso debe de media al menos un metro ochenta y pico.

—También hay mujeres altas —señalé.

—Ya, pero eso no pertenece a una —de cruzó de brazos—. Deja de darle vueltas al tema y desembucha, ¿de quién es? ¿Por qué no traes tu ropa? ¿No es que tenías que hacer un trabajo?

—Si, mamá —suspiré—. Estuve en casa de los Vélez, tenía que hacer un trabajo con Christopher, pero cuando iba para allí empezó a llover y mi ropa se mojó. No es nada del otro mundo.

—¿Cuál de los tres es Christopher?

—No lo sé, son iguales —me encogí de hombros.

Aunque no lo eran.

Christen tenía razón, físicamente si, pero por lo demás no se parecían en absolutamente nada.

Tripliciter Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang