Capítulo diecinueve

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Patricia escuchaba con atención todas mis palabras, mejor dicho mis quejas, mientras comía un envidiable bocadillo de chorizo revilla. Intentaba mirar poco para ella porque se me hacía la boca agua sin poder evitarlo; tenía muy buena pinta, no me quejaba si me dejaba darle una mordidita...

Ñam.

—Entonces me estás diciendo que todo esto ha ocurrido en apenas días —dijo, elevando ligeramente sus cejas—. Tú si que sabes la definición de arrasar, eh.

—No es gracioso —señalé, pasando una mano por mi cabello—. Es deprimente.

Me lanzó una mirada burlona mientras daba otro mordisco a su bocadillo.

En la cafetería había mucha gente, la mayoría agrupados con sus colegas en las mesas, otros haciendo lo mismo pero de pie y los restantes estaban haciendo fila para poder comprar algo. Después estábamos nosotras dos, las raritas poco sociables que se sentaban en la mesa más alejada, una comía y la otra hablaba.

—Muchas desearían estar en tu lugar —me hizo saber—. Hoy estás en boca de todos porque circula el rumor de que te has acostado con Christen.

—No me he acostado con Christen —dije entre dientes.

—No he dicho que lo hicieras, solo es un rumor —se encogió de hombros—. Cuando lo hagas espero que me cuentes los detalles, las malas lenguas dicen que tiene un piercing... ahí.

Ay, ¿qué?

—¿Ahí? —cuestioné, señalando con mi dedo índice hacia abajo—. ¿Pero ahí, ahí?

—Si, justo ahí —asintió con la cabeza—. Dicen que se lo hizo a principios de verano.

—¿Hay alguien que pueda confirmarlo?

—Tú, quizá —respondió divertida, haciendo que mi cara ardiese de la vergüenza, ella al darse cuenta estalló en carcajadas—. Venga, Cyra, no me dirás que ese interés no es por nada en especial.

—Solo es curiosidad, ni siquiera sabía que se podía hacer un piercing ahí.

—Oh, si que se puede, de diferentes formas —murmuró mi amiga.

No puede ser.

Ahora tenía una imagen mental que jamás me habría esperado tener. ¿Por qué diablos había tenido que decirme nada? Ahora no podía quitarme de la cabeza eso, la imagen de un Christen con un piercing en la polla.

—¿Y tú cómo sabes tanto? —cuestioné, elevando una ceja—. No te veía como la típica chica pervertida, pero ahora me estoy dando cuenta de que si lo eres.

—¡Oye! —negó con la cabeza—. Yo solo me informo de ciertos temas.

—Ciertos temas que tienen que ver con piercings ahí abajo, claro —me burlé.

Continué molestándola con el tema hasta que ella terminó de comer. Si ella podía mofarse de lo que me pasaba con los Vélez, yo tenía derecho a hacer lo mismo con ella.

Conseguí reírme más de lo que me esperaba, terminé incluso con lágrimas en los ojos por las expresiones faciales que hacía Patricia cada vez que le volvía a mencionar el tema.

—Christopher también tiene lo suyo —agregó, captando mi atención de nuevo—. Aunque no piercings, desde luego, lo suyo son los tatuajes.

—¿Tiene un tatuaje ahí?

Su nariz se arrugó y probablemente en su cabeza estuviera imaginándose una polla tatuada, la expresión de desagrado que vino después me confirmó que así era. Se lo merecía, a mi también me había causado ciertas imágenes mentales que prefería ignorar.

—No estoy segura de si esa zona se puede tatuar.

—Agujerear desde luego que si —me mofé.

—Bueno, supongo que por poder si se puede, tiene que ser doloroso —hizo una mueca—. El caso es que no, bueno, no sé si tiene un tatuaje ahí, no llegué a tanto. Pero si tiene otros, por ejemplo el del pecho, el de la espalda... O el más famoso, el que empieza en su cadera y se pierde más abajo.

Hablaba como si los hubiera visto. Aunque bueno, cualquiera que lo viera sin camiseta podría darse cuenta de ese detalle, ¿no? Mi amiga al parece babeaba por tres simples trazos de tinta.

Aunque seguro que se veía muy sexy.

Maldición, es Christopher, podía ser todo lo sexy que quisiera, pero era un capullo.

—Estás babeando un poco —tomé una servilleta y la pasé por sus labios, sacándola del trance en el que se había quedado.

—¡Claro que no! —se apartó, meneando la cabeza de un lado hacia el otro—. Bueno... Quizá un poquito, pero es lógico, tú también babearías si lo vieras.

—Yo jamás babearía por Christopher —hice una mueca de asco.

Su mirada fue clara, no me creía en absoluto, pero me importaba poco lo que ella pensara de mi, yo estaba segura de que nunca en mi vida babearía por él. Tenía dignidad, no mucha, pero si la suficiente como para hacer eso.

—¿Y que hay de Christian? —pregunté, intrigada.

—Oh, de Christian no hay nada, es el típico buen chico que no haría nada de eso para llamar la atención —chasqueó su lengua contra su paladar—. No creo que siga el ejemplo de sus hermanos.

—Ya, es perfecto —sonreí, sintiéndome aliviada de que no circulase ningún rumor o algo así.

—¿Quién babea ahora, eh? —se burló.

—¡Solo estoy siendo sincera! —exclamé—. Christian es el típico chico que todas deseamos, lo de buscar un chico malo solo funciona en las películas.

—Lo malo siempre atrae, por desgracia.

Entendía su punto, claro que si. Yo mejor que nadie podía asegurar eso porque había besado a Christen... Ah, ese pequeño detalle no se lo había mencionado, de lo contrario se habría atragantado comiendo o algo por el estilo. Y necesitaba a mi amiga viva, básicamente porque era la única que tenía.

—Pero lo bueno siempre se queda —susurré, levantando la mirada en el momento exacto que Christian entró en la cafetería y me buscó con la suya.

Sonreí de nuevo, ¿cómo no iba a hacerlo? Y levanté mi mano para que pudiera encontrarme con mayor facilidad.

Justo en el momento que alguien se levantó en la mesa de atrás, no necesité girarme para comprobar de quien se trataba, porque pasó por mi lado con la misma expresión seria de siempre, pero sin mirarme.

—¿Christen estaba sentado ahí y tú hablaste como si nada? —gemí, mirando mal a mi amiga.

—¡Estaba de espaldas y con la capucha puesta! —se defendió—. ¿Cómo iba a saber que era él?

Se me caía la cara de vergüenza.

Por suerte —por decirlo de alguna manera—, Christian llegó a nuestra mesa y me saludó con un beso en la mejilla, cortando el tema de conversación.

—¿De qué hablabais?

Ay, no.

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