Capítulo veinte

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Tuvimos que inventar una nueva conversación, claro que no le diríamos que estábamos hablando de la polla de sus hermanos, sería bastante vergonzoso (al menos para mi).

Christian se adaptó rápido, me gustaba eso de él, la facilidad de acomodarse a algo cuando estaba yo presente. Tomó mi mano sobre la mesa y jugó con mis dedos, casi de manera inconsciente, mientras hablaba con Patricia.

—¿Qué haréis después de clases? —preguntó ella, sumamente interesada.

Iba a matarla.

¿Quién quiere enemigos cuando tus "amigos" son así?

La traición, hermana, dejarás de ser Patricia y pasarás a ser llamada Judas.

—Tengo que terminar un trabajo con Javi en la biblioteca, no puedo hacer planes, lo siento —murmuré Chris, haciendo un mohín con sus labios—. Pero podemos quedar otro día y si queréis ir a tomar algo invito yo, os lo debo.

—Oh, tranquilo —hizo un gesto con los labios con si realmente le preocupase, después fijó sus ojos en mi—. ¿Y tú, Cyra?

—Nada importante.

—¿Ah, no? Me había parecido oír que tenías que ir a casa de los Vélez a por algo —alzó sus cejas.

Christian se puso alerta al instante, pero no por lo que yo creía, sino para defenderme.

—Sea lo que sea que has oído es mentira —dijo, negando con la cabeza—. Ella y mi hermano no han tenido nada, me parece de muy mal gusto que vayan esparciendo rumores de ese grado por todo el instituto.

Claro, ya se había enterado de los rumores, sería raro que no lo hiciera porque aquí el que no corre vuela.

Me sentía la peor persona del mundo en esos momentos. No, no me había acostado con Christen, pero sí que lo había besado y no había sido un solo roce de labios. Fuera como fuera, era culpable.

Él no se merecía algo así.

Es verdad eso de que siempre la van a pagar los que menos se lo merecen. Porque él, sin duda, no se merece absolutamente nada malo. Y había llegado yo para joderlo todo, primero la estabilidad con sus hermanos y ahora... Esto.

Cyra, ya no es que seas una zorra, es que eres mala persona.

No se puede jugar con las personas que son buenas contigo. No se pueden callar ciertas cosas que pueden hacer tanto daño. No se puede ser hipócrita con quien no se lo merece.

—Chris, ayer he dejado mi ropa en tu casa y tu hermano amenazó con tirarla si no pasaba a recogerla —le hice saber, en un pequeño murmullo que casi me avergonzaba a mí misma.

—¿Tirarla después de habértela lavado y meterla en su armario? —preguntó, sonriendo de lado—. No lo creo, Cyra. A mi me suena como una excusa para que vayas a casa, cualquiera mentiría cuando se trata de volver a verte.

No acababa de decir eso.

A mi me había dejado sin palabras y a Patricia, que hablaba por los codos cuando le convenía, también.

¿Acababa de insinuar lo que creo que acababa de insinuar?

No me lo puedo creer. Se suponía que debía de hacer lo contrario, no echarle más leña al fuego para que siguiera ardiendo la llama.

—¿Y si me la traes tú mañana? Así no voy yo hasta tu casa.

—Christen no muerde, tranquila —me tranquilizó, con una sonrisa divertida en los labios.

Yo no estoy tan segura de eso, creo que la última vez si que me mordió... Y lo peor es que me había gustado.

—Además, no me dejaría tocar tu ropa, te lo aseguro —se encogió de hombros—. Es algo que debes hacer tú.

—Tus hermanos no me caen bien.

—Que exagerada —se burló Patricia, como dijera algo de la conversación que habíamos tenido minutos antes la mataba, no había otra opción—. Entiendo que Christopher te puede caer mal por lo de la fiesta, ¿pero Christen?

—Me mira con cara de culo —señalé.

Christian soltó una carcajada nada más escucharme. A ver, técnicamente todos tenían la misma cara físicamente, pero la simple manera de mirar de cada uno ya decía mucho.

—A mi también y vivo con él, así que no te lo tomes como algo personal —besó mi mejilla—. No puedo prometer que será amable porque Christen no conoce esa palabra, pero bueno, hablaré con él para que no sea tan desagradable como de costumbre.

—No tienes que hacer eso.

—No tengo que hacerlo pero quiero hacerlo, si con eso ayudo a que te sientas más cómoda —se encogió de hombros.

El timbre sonó, anunciando que el recreo había terminado y que todavía nos quedaban otras dos horas allí dentro. Lo peor es que una de esas horas era filosofía, ¿quién no odiaba filosofía?

Patricia.

Era el único ser del planeta que hacía comentarios de texto sobre Aristóteles como si fuera su pasatiempo favorito.

Patricia, tía, comparte la hierba que te fumas que parece que efectiva y trae buenos resultados.

—No estuvo bien lo que hiciste en la cafetería —le dije, sacando un bolígrafo de mi estuche.

—Sé que no y me disculpo por ello, pero gracias a eso hemos sacado una respuesta muy interesante, ¿No crees? —sonrió—. Tienes a esos tres detrás de ti, es más que obvio.

—Estás sacando conclusiones muy adelantadas —señalé—. No creo que Christen quiera verme, ¡Christen no quiere ver a nadie!

—Quizá eres la excepción, ¿no te parece bonito?

—No, yo no soy especial como para ser la excepción —solo de pensarlo me entrabas risa—. De bonito no tiene nada, te lo puedo asegurar.

—Tú puedes decir lo que quieras, pero yo seguiré pensando también lo que quiera.

—Genial, entonces no gastaré saliva en vano —bufé, cruzándome de brazos como si mi actitud fuera la de una niña de tres añitos.

Bueno, casi casi.

Patricia puso los ojos en blanco y después se centró en la clase, no como yo, que empecé a escribir en mi cuaderno para pasar los minutos de clase. Después me quejaba de que no entendía nada, me lo merecía por no prestar atención cuando debía de hacerlo...

Pero es que yo ya tenía demasiados problemas, tres, para ser exacta. ¿Por qué querría añadir a mi cabeza los problemas existenciales de señores que ya habían muerto?

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