Capítulo veinticuatro

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Me mordí los labios varias veces por el nerviosismo, era una mala manía que tenía desde pequeña, de hecho en la foto de la boda de mis padres aparecía así: con carita de niña buena y mordiéndome los labios.

Ahora ya no tenía carita de niña buena, más bien todo lo contrario, pero la intención es lo que cuenta.

Estaba ansiosa, si, quería saber de una vez qué era eso de lo que Christian quería hablar. ¿Y si se había enterado del beso que me di con su hermano? ¿Y si sabe de lo que hablamos Patricia y yo en la cafetería? ¿Y si...?

—¿Puedes dejar de morderte los labios? —preguntó Christen, irritado.

—¿Es que acaso te molesta que lo haga?

—A Christen le molesta todo, ya deberías de saberlo —murmuró Christopher con diversión, dándole un codazo a su hermano—. Por mi puedes seguir mordiéndote los labios todo el tiempo que quieras, te ves muy sexy haciéndolo.

—Serás cretino...

Me guiñó un ojo mientras mis mejillas se sonrojaban, todavía no me acostumbraba a que nadie me dijera cosas del estilo. Sexy no era un adjetivo que me describiera en absoluto, pero la personalidad de Christopher era así, se basaba en ser el hazme reír, diciendo cosas graciosas y tal.

Su hermano, que estaba a su lado, se limitó a poner los ojos en blanco. No sé si le molestaba la actitud de este, mi reacción o que no le hubiera hecho caso. Quizá las tres, al fin y al cabo... A Christen todo le molesta.

El postre fue rápido y yo muy evidente, mirando a Christian cada dos segundos con la mirada de "¿ya?", a tal punto que empezó a hacerle gracia.

—Si, señorita ansiosa, si —asintió ligeramente con la cabeza—. Cuando tú quieras, que para algo es tu casa.

—Bien —aclaré mi garganta mientras me levantaba—, le voy a enseñar algo a Christian, bajamos ahora.

Mi madre levantó un pulgar en mi dirección, como si en realidad no le importara lo más mínimo que subiera a un chico a mi habitación. Eso si, si no le hubiera avisado, se habría cabreado.

Christian sonrió e imitó mi acción para después seguirme hasta las escaleras, tuve que ir yo primero porque era la que conocía el lugar, él se limitó a seguirme. Por un momento casi me arrepiento de haber propuesto mi habitación, más que nada por el desastre que tenía allí organizado, pero él ya me conocía, no diría nada al respecto y no le molestaría. Eso me hacía sentir más cómoda.

—Vaya, muy de tu estilo —soltó una risa.

—¿Desorganizada? —bromeé.

—Lo decía por los libros encima de las mesitas, no me esperaba menos de ti.

—Soy pobre para comprarme estanterías —hice un gesto para restarle importancia—. Además, así es más cómodo, no tengo que levantarme para cogerlos, simplemente puedo estar tumbada en la cama y estirar el brazo.

—Eres una vaga —asintió con la cabeza—, lo que decía, muy de tu estilo.

—Vuelves a decir eso y sales de mi habitación, si, pero por la ventana —advertí, señalando está con el dedo.

El comentario le hizo reír, al menos estabamos aliviando la tensión del ambiente com estos ridículos juegos de palabras.

—Quizá lo hagas después de lo que todavía no te he dicho —fue su turno de morderse los labios.

—Seguro que no es tan malo... ¿no?

—Eso me lo tendrás que decir tú —dijo casi con timidez.

Ay, no me digas eso...

Si antes estaba nerviosa, ahora más.

—Me gustas —soltó, mirándome a los ojos—. No es un secreto a voces, lo haces desde hace tiempo, pero no sabía como decírtelo porque tan solo soy un chico tímido, cerrado, que tiene poco que ofrecerte más allá de lo que ves.

—Chris...

—Espera, Cyra, déjame terminar —rogó, acercándose a mi con pasos lentos—. Sé que existe la posibilidad de que me rechaces, pero quiero pedirte que si lo haces, no dejes que esto influya después en nuestra amistad... Por favor. Me importas demasiado como para perderte del todo, eres una de las pocas personas con las que me siento cómodo y no quiero que eso se acabe solo por mis sentimientos hacia ti.

Mis pulmones habían dejado de respirar, mi cuerpo no estaba listo para enfrentarse a algo así. Nunca antes se me había declarado un chico de esta manera, a pecho descubierto, entregándome su corazón en bandeja.

Y yo, que quería a este niño con toda mi alma, no podía rompérselo bajo ningún concepto. ¿Qué clase de persona sería si lo hiciera?

No estaba lista para hablar de amor en grande, pero estaba dispuesta a abrirme y dejar que fluyera lo que tuviera que fluir. Después de todo, era lo fácil, lo bueno y lo correcto. Era lo que tenía que ser.

Le regalé una sonrisa y puse mi mano en su nuca para acortar la distancia entre nosotros dos, dando por fin ese primer beso que no pudo darse antes. Sentí sus manos, temblando, posarse en mi cintura con delicadeza, mientras nuestros labios buscaban un ritmo al que moverse.

Era todo lo que me imaginaba: dulce.

Así que saboreé el azúcar en mi boca hasta que nuestros labios se despegaron. Se me quedó mirando y yo a él también, ambos con una sonrisa tonta en los labios, como si no supiéramos qué decir después de eso.

Por suerte no hicieron falta las palabras, ambos salimos de la habitación tomados de la mano, como un par de adolescentes que acababan de cometer la mayor travesura de sus vidas: un beso inocente a puertas cerradas.

Sus hermanos tenían su mirada fija en nosotros cuando bajamos, a ellos tampoco les hicieron falta las palabras, lo entendieron todo al instante. No sé a quien le agradó menos.

—Gracias por haberme elegido —susurró Christian, dejando un beso en mi mejilla, haciéndomelo entender todo.

Sin saberlo me había metido en un tipo de cuadrado amoroso, pero al parecer ya estaba saliendo, pues era regla de hermanos no meterse con la novia del otro. Yo había elegido y ellos iba a respetarlo aunque no les gustara en lo más mínimo.

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