Capítulo dieciocho

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Deseaba con todas mis fuerzas estar enferma esa mañana, quizá así no tendría que levantarme de la cama e ir a clases. Hacía un frío de la hostia, ni debajo de las sábanas se estaba bien, no sentía los dedos de las manos ni mucho menos los de los pies. No debería de ser legal tanto frío, ni que le hiciéramos competencia al polo norte.

—Cyra, más te vale estarte levantando —advierte mi madre, haciéndome gruñir mientras me doy la vuelta.

—Mamá... ¿Y si no voy?

—Tienes que ir.

Maldición, no estaba para negociar. Maldiciendo incluso lo que no sabía que se podía maldecir, me levanté y caminé hasta el armario para tomar ropa. No me importaba verme guapa ese día, me importaba no pasar frío. Así que fui abrigada, vaya que si me puse ropa esa mañana, cualquiera se reiría de mi y pensaría que estaba exagerando, pero me daba igual. Importancia a lo importante.

Iba con más retraso que los otros días porque mis ganas de levantarme habían sido nulas, tomé un pequeño paquete de galletas para ir comiéndolas por el camino. Lo único bueno de las mañanas era el desayuno, tenía pruebas y cero dudas. Por todo lo demás eran horribles.

Tenía gallego a primera. Me quería matar. La profesora no era de mi agrado y desde el examen desconfiaba de mi, todo por culpa de una broma que no tuvo ni la más mínima gracia. Por eso me caía mal la gente. Porque todos tenían veneno en su interior, porque por las risas de los demás hacían cualquier cosa sin importarles nada ni nadie, porque no pensaban en los demás. Después las personas preguntaban por amigos y por socializar, claro, pero tal y como estaba la sociedad era difícil hacerse cercano de alguien. Al menos desde mi punto de vista.

Claro que aquellos que tenían amigos para dar, tomar y regalar, no dirían lo mismo.

Pero no estaba yo ahí para hacer un debate sobre la amistad, pues como bien había dicho era primera hora, mis neuronas además de estar congeladas seguían dormidas.

Entré en clase, viendo que ya había bastantes alumnos allí, la mayoría agrupados al fondo hablando sobre sus cosas. No me interesaba. Ni siquiera saludé al entrar, como tampoco ellos levantaron la cabeza.

—¿Puedo sentarme a tu lado hoy?

—¿Disculpa?  —pregunto al ver de quien se trata.

Gabriel estaba allí, con una media sonrisa en los labios, señalando con su dedo índice el pupitre que estaba al lado del mío.

—Te acabo de preguntar si puedo sentarme ahí.

—No —negué con la cabeza, sabiendo que era la mejor opción.

—¿Por qué no? Venga, Cyra, no hay nadie ocupando ese lugar, ¿por qué no quieres que me siente ahí?

¿Este tío es tonto o se hace?

Después de lo que me hizo en el examen de gallego no tenía ningún derecho a presentarse así y exigirme un lugar.

Iba a responderle, pero en ese instante Christian pasó por su lado, asegurándose de no chocar su hombro con el suyo, para después tomar asiento a mi lado.

—Porque aquí me siento yo, ya ves que ahora el sitio está ocupado —dice, sin siquiera mirarlo, mientras saca de su mochila el libro de la asignatura—. ¿Todavía estás aquí? Piérdete.

Él no sabe como reaccionar, sin duda no se esperaba ese pequeño enfrentamiento, me mira indeciso porque sabe que Christen no lo va a mirar, me pone mala cara y finalmente se va.

Por fin.

—Gracias.

—No tienes que agradecerme por algo que me gusta hacer —se encoge de hombros como si no fuera la gran cosa.

¿Acababa de admitir lo que creo que acababa de admitir?

Que te hemos cazado, Chris.

—Así que te gusta sentarte conmigo, ¿eh?

—Yo no he dicho eso —señaló—. Me gusta caerle mal a la gente, sé que ahora a Gabriel le caigo un poco peor.

—Ya —respondí, cruzando mis brazos sobre la mesa, desconfiando un poco de sus palabras.

Por nuestro lado pasan las últimas alumnas que faltaban por entrar a clase y claro que se quedan mirando a Christen, ¿quién no lo haría? Independientemente del humor de mierda que se cargaba, el tío era guapo.

—Ayer dejaste tu ropa en mi habitación.

Jesucristo bendito.

¿Había escuchado bien?

Si, para mi desgracia lo había hecho, y las chicas también, porque abrieron los ojos con sorpresa y se miraron entre ellas.

Ay, no... Ya cagué.

Ahora se extenderá un rumor muy feo por todo el insti, mis deseos de no llamar la atención y pasar desapercibida se estaban yendo a la mierda por culpa de los Vélez.

—No tenías que decirlo así.

—No he dicho nada raro, eres tú la que lo ve todo como un problema.

—¡Ahora van a pensar que nos acostamos!

—Me suda la polla lo que piensen —resopló—. ¿Vendrás esta tarde a por tus prendas? Si no lo haces pienso quemarlas, no quiero que estén en mi armario ocupando espacio.

Bueno, al menos las había metido en su armario y no las había dejado tiradas en algún rincón de la casa. Viniendo de Christen ya era demasiado.

—Si me lo dices así no me queda más remedio —me quejé—. Ahora dime, ¿por qué terminé poniéndome tu ropa si me dijiste que pusiera la de Christian?

—Esa pregunta solo la puedes responder tú.

—¿Seguro? Porque yo creo que me dijiste a propósito tu habitación.

Sus ojos se clavan en mi, me arrepentí de haber dicho esas palabras justo en ese momento.

—¿Por qué te crees tan importante, niña? —inquirió—. Siempre a la defensiva como si todo girase en torno a ti.

Había escuchado eso antes, si. Empiezo a creer que no le caigo del todo bien, aunque según Christian a él todo el mundo le cae mal y no debo de tomármelo como algo personal...

Pero si tan mal le cayera no me habría besado, ¿no?

Igual el que se creía importante era él y no yo... O quizá yo también, si, pero no neguemos que él tiene algo que no termina de cuadrar.

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